En el marco de la fiesta nacional, el jefe de gobierno de Andorra, Antoni Martí, anunció la disposición a recibir una veintena de refugiados de los que llegan desesperados en la Unión Europea, porque «también somos Europa». La cifra no es arbitraria; es la aplicación de una regla de tres simple: si en Cataluña se han mostrado presidosposats de entrada a recibir 2000, con una población de siete Million, en Princpat de 70.000 habitantes le corresponderían al 1 por ciento , y de ahí salen los veinte.
Con la lentitud obligada por las dilaciones en el conjunto de la UE, las institucionsandoranes han comenzado ya los peparatius, consituir una comisión encabezada por las secretarias de Estado de Inmigración y de Bienestar Social, con participación de los comunes (órganos políticos locales).
El de la capital, Andorra la Vella, ya ha ofrecido como primer alojamiento del albergue -hasta ahora preferentemente juvenil- de La Comella.
La iniciativa ha sido bien acogida por el conjunto de la oposición, incluida la más conservadora. Y ya puestos, nada indica que la cifra anunciada no sea revisable al alza.
Por su parte, la Iglesia -no hay que olvidar que uno de los dos jefes de Estado es obispo, con todas las ventajas y inconvenientes- ya ha previsto seguir la consigna del Papa francesc. El arcipreste de los Valles, Ramon Sàrries, con todo el realismo, ya ha manifestado que los acogidos les habrá un trabajo, y ha anunciado el examen de las disponibilidades de cada parroquia. El rector de Canillo (que incluye el santuario de la patrona nacional) ha ofrecido ya la casa de colonias infantiles AINA como cobijo.
Que Andorra ha sido tierra de acogida es un tópico y, dierència otros, una gran realidad. Lo fue todo durante y después de la guerra en el sur, de los años 36-39 del siglo pasado, y para fugitivos de ambos bandos, primero simultáneamente, más tarde todo de republicanos y catalanistas. Durante el siguiente conflicto, el mundial, redes de «pasadores» salvaron militares aliados y judíos de la persecución nazi.
A partir de finales de los cincuenta, y sobre todo de los sesenta, el crecimiento económico del país atrajo, y llegaron en oleadas, inmigrantes por motivos económicos, en busca de mejores oportunidades, cada vez de lugares más lejanos de la Península.
Ahora que cientos, si no miles, de aquellos llegados han marchado, expulsados por la crisis, el espíritu se mantiene. Y eso que aquí la persistencia de las «vaues flacas», agravada por el estruendo financiero del caso de la Banca Privada aleja las insituciones de la prepotencia del gobierno Rajoy y su propaganda de recuperación y crecimiento económico -después se quejará si en Bruselas le adjudican un número para él exagerado de refugiados, pero es cosa suya-.
No es la primera vez que Andorra acoge su «cupo» de emigrantes del sur del Mediterráneo. En el verano de 1996, cuando un pesquero valenciano rescató de una embarcación de fortuna un puñado de eritreos -tierra de guerra endémica. Las autoridades andorranas en aceptaron seis. Un marchó a continuación, clandestinamente, norte, donde tenía parientes. Los otros cinco fueron colocados automáticamente en el hotel Roc Blanc, entre la lavandería y la cocina y permanecieron en el país cuatro anysm hasta que pudieron reemigrar leglament.
Es palabra posible, más bien probable, mirando cuáles son los objetivos geográficas que se plantean mayoritariamente tantos como arriesgan la vida para conservarla, que los acogidos en Andorra -como España- más temprano que tarde intenten un segundo salto, Francia allá. Sea como sea, habrán tenido una tregua, en refugio seguro, y la posibilidad de integrarse como hicieron familias y generaciones de franceses, españoles y catalanes, a raíz de las guerras respectivas. Y no será ningún mérito especial de las instituciones ni de la Iglesia andorrana, que no habrán hecho más que un acto de justicia. Para ejemplo de otros con más medios, eso sí. Ya dicen en mi pueblo que hace más quien quiere que quien puede.
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