@EP
Excuse el lector la traducción malsonante en castellano de la conocida como Ley Brandolini. En inglés es aún más expresiva: “Bullshit (cagada de toro, literalmente) Asymmetry Principle”.
Según tal acepción, se establece que la energía necesaria para refutar una afirmación sin sentido es bastante superior a la necesaria para producirla. Por ejemplo, en el pasado podía aseverarse que la Tierra era plana y la gente se lo creía a pies puntillas. No fue hasta que la expedición Magallanes-Elcano --de la que ahora se cumplen quinientos años-- circunnavegó el globo que tomó carta de naturaleza la redondez del planeta azul.
Mediante los usos espurios y masivos de las redes sociales, , y por inverosímil que pueda parecer, una legión de crédulos siguen pensando que la Tierra no es redonda, y que los científicos, la NASA y Hollywood se han compinchado para beneficiarse de ello ocultando la “gran mentira” de nuestro mundo.
El principio proclama que la difusión de las estupideces acientíficas se basa en una asimetría en la capacidad de retención de la memoria. Los rastros y trazas retenidos en la memoria por las gilipolleces es más profunda que cualquier otra información que la contradiga. Así mismo, se produce una asimetría de la unción de la memoria. Es decir, quien propaga la pendejada suele aparecer revestido de autoridad o carisma popular y cuenta con una recepción ventajosa, mientras quien aplica la racionalidad contrastada lo hace en condiciones desfavorables. Y a menudo viene acusado de no darse cuenta de lo que sucede en realidad detrás de las apariencias (dietrología).
El caso de los No-Vax es otro ejemplo ilustrativo del funcionamiento de la Ley Brandolini. Resulta que un considerable número de personas en aquellos países en los que se lleva a cabo una vacunación generalizada contra el COVID, a fin de conseguir la denominada ‘inmunidad de rebaño’, la rechazan. En Londres, y desde hace varias semanas, un visible grupo de manifestantes se concentran en Trafalgar Square para protestar agriamente contra la campaña de vacunación y las medidas de distanciamiento social, a las que califican de “liberticidas y genocidas”. Incluso insisten en comparar las medidas contra la pandemia con la Shoah.
En el ínterin, los contagiados siguen aumentando en esta cuarta ola que azota al viejo Continente y que se ceba en los mayores más expuestos a los peligros pandémicos. Piénsese que en España seis de cada diez ingresados por Coronavirus en la unidades de cuidado intensivo (UCIs) están sin vacunar. ¿Cuántos de ellos habrán contagiado a los más frágiles e inmunodeprimidos?
Los científicos apuntan que con un 90% de la población inmunizada, los datos de los hospitales españoles adelantan que la protección de las vacunas inyectadas será la manera más eficaz para combatir el COVID más potencialmente letal. Mi colega del CSIC, Margarita del Val, insiste que las vacunas son la solución a las infecciones y a las pandemias. Y ello pese a asumir que es un virus que no podrá erradicarse completamente porque no se podrá vacunar a todas las personas adultas del mundo.
Erre que erre, los escépticos No-Vax vociferan su disconformidad contra lo que consideran un ataque a su libertad y derechos fundamentales. Al respecto se conjetura que las alegaciones antivacunas y, en suma la conspiranoia dietrologística, cuenta entre su más fervientes seguidores a ciudadanos de las cohortes de mediana edad de la población, las cuales están más inducidas por una filtración “intuitiva” de los medios online y de las redes sociales.
Más allá de la discusión acientífica de los postulados de la asimetría de la gilipollez, debe destacarse el gran sofisma que se trasluce del reclamo de una idea de libertad perniciosa para el conjunto social. Debemos recordar una vez más a los anti vacunas No-Vax que los individuos no viven solos. Es inútil y criminal negar una realidad que es axiomática en la vida de las personas: el ser humano es un ser social. Lo que me pasa a mi está condicionado por lo que le pasa a los demás, y yo les condiciono igualmente.
Como bien me recuerda mi colega, Fernando Casas (UCLM), el comportamiento del “descerebrado asocial” es promovido y jaleado no sólo en los medios y las redes, sino por los algunos partidos y líderes políticos “liberales” que anteponen los “mío” a todo los demás y a cualquier otra consideración ajena a mi propio interés. Y consienten, de esa manera, que la maldad del virus siga haciendo estragos, especialmente entre los mayores.
Al respecto, es insoslayable preguntarse si los mayores siguen constituyendo todavía una generación prioritaria en sociedades familistas como la española. Desde la perspectiva eugenista auspiciada por los No-Vax, comienza a ponderarse cuál sería el límite de una “razonable esperanza” de vida, más allá de la cual la sociedad en su conjunto habría cumplido con su responsabilidad hacia los viejos. La idea de "los mayores primero", como aparecen en algunos medios de transporte que llevan a nuestros mayores a sus centros de día, parece perder consenso.
Hasta ahora nuestras atenciones y cuidados a la Tercera Edad han estado altamente legitimados al formar parte de nuestra filosofía de vida y nuestros valores civilizatorios. Para la alternativa eugenésica se trataría de alisar los cursos vitales de los mayores: ¿75, 80, 90 años? ¿Cuál sería la edad ‘razonable’ para que nuestros padres y abuelos pasasen a criar malvas…?
La pregunta no es asimétrica ni conlleva ninguna gilipollez, ¿o quizá sí..?
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