El año 2022 se presenta marcado por la sexta ola pandémica de Covid-19 en Europa. Esta ola ha sido distinta a las cinco anteriores: la llegada de ómicron ha alcanzado incidencias acumuladas inverosímiles, superiores a 2.500 puntos por 100.000 habitantes, pero con pocos casos graves en términos relativos. Es decir, el número de infecciones es ocho veces el de hace un año pero con menos hospitalizaciones y una reducción de la mortalidad a la mitad en vacunados. Pero tal y como advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, si bien ómicron parece menos severo en comparación con delta, especialmente en vacunados, esto no significa que deba ser categorizado como leve. De hecho, al igual que las variantes anteriores, ómicron está hospitalizando gente y está causando defunciones. De hecho, el tsunami de casos es tan grande y rápido que está abrumando los sistemas de salud de todo el mundo.
Omicron y el cambio de paradigma pandémico
Todo parece señalar que las más de 50 mutaciones de la variante ómicron respecto a la delta han comportado un aumento de la capacidad de infección en el tracto respiratorio superior y por tanto de la capacidad de contagio, perdiendo parte de su invasividad sobre las células pulmonares. Las mutaciones en los genes que codifican la proteína «spike» o de espiga (la parte del virus que se introduce en las células para desencadenar la infección) habrían disminuido su capacidad para infectar las células de los alvéolos pulmonares aumentando la invasividad sobre las células del tracto respiratorio superior (nariz, garganta y tráquea). Por tanto, se multiplicaría más fácilmente en las células de nariz, garganta y tráquea que en las células profundas del pulmón. También sería menos eficaz que delta al producir fusión celular, un fenómeno que hace que las células se enganchen a otras células vecinas y permite que el virus se propague más rápidamente entre ellas, lo que ocurre en los casos más graves de COVID-19.
Pero esto no significa que podamos perder el miedo a ómicron, su extraordinaria contagiosidad (es uno de los virus más contagiosos junto con el de sarampión) sigue saturando los servicios de Atención Primaria y Salud Pública y las UCIs catalanas ya atienden a más de 500 pacientes con Covid grave.
Lecciones no aprendidas: Atención Primaria crónicamente infradotada y colapsada
Después de dos años de pandemia, parece que las autoridades sanitarias no han sido capaces de resolver los problemas estructurales que sufre nuestro Sistema Nacional de Salud. Por el momento, los hospitales aguantan, aunque las UCI se han llenado y están a punto de suspenderse cirugías de riesgo. Hasta ahora, el impacto de la ola ha arrollado fundamentalmente una Atención Primaria que no se reforzó mínimamente durante las anteriores fases pandémicas. Los médicos, enfermeras y personal no asistencial de los Centros de Salud se encuentran en un estado de fatiga extrema y desmoralizados por la falta de apoyo institucional ante una demanda asistencial imparable que multiplica por diez la capacidad de atención clínica. Puede ser hora de replantear cómo hacer frente a la pandemia a partir de un momento en que la baja frecuencia de enfermedad grave, junto con la saturación tanto de la Atención Primaria como de Salud Pública ponen de manifiesto que los protocolos que fueron útiles en anteriores etapas pandémicas requieren ahora actualización urgente.
Escenarios futuros: se necesita más atención telefónica domiciliaria
El escenario más probable es que SARS-CoV-2 conviva con nosotros durante años. Hasta ahora se ha presentado en forma de oleadas pandémicas con alta concentración de infecciones durante un período corto de tiempo (8-10 semanas). No sabemos si en el futuro continuarán existiendo este tipo de olas ni con qué cadencia (como la gripe o el virus respiratorio sincitial) o si va a dar paso en una endemia estacional con una circulación más o menos constante durante los meses fríos (como hacen muchos otros virus respiratorios, entre ellos los cuatro coronavirus catarrales que afectan a los humanos).
En cualquier caso, parece imprescindible acelerar la administración de terceras dosis, inmunizar a los niños (los vacunados tienen menos riesgo de complicaciones también con ómicron) y concentrar el rastreo y las cuarentenas en las personas de mayor riesgo (no vacunados, ancianos, inmunodeprimidos). Y sobre todos es necesario invertir muchos más recursos para multiplicar por diez el seguimiento telefónico domiciliario de los casos de Covid. Ésta sería una estrategia muy eficiente que permitiría detectar todos los casos graves y descomprimiría la presión insoportable sobre la Atención Primaria. Además, disminuiría la confusión de los muchos pacientes confinados que se sienten abandonados por un Sistema Sanitario colapsado. Hay que invertir en contratar a médicos y enfermeras que actúen como Agentes Covid de forma que ningún paciente infectado deje de recibir atención telefónica. Ni un solo ciudadano debe sentirse abandonado durante la cuarentena.
Gripalización de la Covid
Los virus mutan constantemente y la selección natural favorece aquellas mutaciones que se convierten en mayor contagiosidad (y, en menor medida, aquellas que provocan menos gravedad). La variante ómicron cumple ambas condiciones y podría representar un paso en la evolución de SARS-CoV-2 hacia un coronavirus catarral o gripal; sólo el tiempo dirá si es así.
Más vacunación pero basada en la solidaridad y la equidad
Desde el principio de la pandemia sabemos que el riesgo de enfermedad grave no es homogéneo, siendo la edad avanzada el principal factor de riesgo para hospitalización y muerte. Desde finales de 2020 disponemos de vacunas que han demostrado ser muy efectivas para la prevención de la enfermedad grave. Los ensayos clínicos iniciales se han visto corroborados por los datos de uso en el mundo real, que han dado una efectividad que pocos habríamos imaginado hace unos meses.
Pero no servirá de mucho si los países ricos vacunan a sus ciudadanos con tres o cuatro dosis ignorando que hay países africanos en los que la tasa de vacunación no llega al 10%. Es éticamente cuestionable que las naciones desarrolladas administren dosis de refuerzo de la vacuna mientras que en otros más pobres permanezcan sin vacunar, situación peligrosa que dará lugar a futuras variantes del virus. No facilitar vacunas a los países pobres implicará que se desarrollen nuevas variantes en estos países que inevitablemente llegarán y harán enfermar a los ciudadanos de los países más desarrollados. En una pandemia global, la solidaridad no es una opción sino una necesidad urgente.
Es necesario evaluar las lecciones aprendidas
Los diferentes países y comunidades autónomas han ensayado varias de estas medidas en diferentes momentos, sin que hasta ahora tengamos una evaluación clara y rigurosa de cuál es la efectividad de cada una en términos de hospitalizaciones y defunciones, y cuáles son sus potenciales efectos nocivos: pérdidas económicas y de puestos de trabajo, conculcación de derechos fundamentales (circulación, reunión, propia imagen, educación) y aumento de trastornos de salud mental. En definitiva, ha faltado una rigurosa evaluación de la relación beneficio-riesgo de cada una de las medidas adoptadas y un verdadero debate social sobre su implantación. Es necesaria una revisión urgente por parte de las autoridades de los aciertos y errores en Salud Pública.
Proteger a los más vulnerables
Probablemente ha llegado el momento de que los gobiernos centren sus esfuerzos en proteger a los colectivos más vulnerables en lugar de tratar de frenar, hasta ahora con poco éxito, la circulación del virus a nivel poblacional. Esta protección focalizada se puede conseguir a partir de cuatro ejes: tratamiento precoz y selectivo de los pacientes vulnerables con los nuevos antivirus como Paxlovid (aprobado en EEUU y Reino Unido), revacunación de las personas de riesgo, recomendaciones específicas para las personas vulnerables (minimizar contactos cercanos con personas con sintomatología respiratoria, valorar el uso de mascarillas FFP2 en situaciones de alto riesgo de contagio en momentos incidencia elevada) y actuaciones específicas en ámbitos como las residencias geriátricas, que en algunas comunidades autónomas han concentrado más de la mitad de todas las defunciones por Covid-19.
Para recuperar cuanto antes la «vieja» normalidad, es decir, la vida como la conocíamos antes de marzo del 2020 es necesario que los responsables políticos apliquen más sensatez y hagan más caso de las recomendaciones de los expertos sanitarios.
Escribe tu comentario