Armas para Ucrania

Lluís Rabell

Volantazo al estilo de Pedro Sánchez: finalmente, el gobierno español también suministrará armas a Ucrania. ¿Decisión táctica o expresión de una posición de principios? El presidente es un socialdemócrata de la era posmoderna, acostumbrado al regate corto. En medio de la tensión creciente de estos días, incluso Alemania rompe con la sagrada tradición de no enviar armas a una zona de conflicto. España, que acogerá la próxima cumbre de la OTAN y pronto asumirá la presidencia rotativa de la UE, no podía limitar su compromiso con Ucrania al abastecimiento de material sanitario. En cualquier caso, la decisión es correcta, y la izquierda en su conjunto debería asumirla sin complejo alguno.


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Bombardeo sobre una zona residencial en Kiev @ep


Pero, no es así. Ni aquí, ni en otras partes de Europa. Podemos, sin ir más lejos, es contrario a dar ese paso. En Francia, el “insumiso” Jean-Luc Mélenchon se opone a las sanciones económicas impuestas a Rusia. El PCF, por su parte, condena la actitud de Moscú; pero ni habla de sanciones, ni evoca siquiera la retirada de las tropas rusas del territorio ucraniano. Toda una parte de la izquierda duda, aferrándose a unos esquemas que, por sí solos, no bastan para orientarse ante la complejidad de la guerra. No sería prudente, sin embargo, hacer oídos sordos a determinadas advertencias que proceden de ese espacio. Las caricaturas y ocurrencias periodísticas tampoco ayudan. Porque tienen razón quienes señalan las responsabilidades occidentales, en primer lugar de Estados Unidos, en la larga gestación del conflicto. Y están en lo cierto también quienes denuncian una doble moral de la UE, que abre sus puertas a los refugiados ucranianos… mientras olvida en la frontera de Polonia a los afganos, víctimas de un conflicto en el que la OTAN estuvo plenamente implicada. La premura con que la UE ha tenido que reaccionar ante la invasión puede representar un impulso a la construcción europea, pero no está exenta de peligros. Los países miembros han unificado en cuestión de días su postura en cuanto a las sanciones – a pesar de la disparidad de sus respectivos vínculos comerciales con Rusia – y en lo tocante al suministro de armas. Se echan en falta, no obstante, instancias de tipo federal, resolutivas y capaces de dar mayor solidez al bloque europeo. Solidez diplomática y autonomía de un sistema de defensa propio, no subordinado a la tutela americana. Guardémonos de los arrebatos belicistas de algunos gobernantes y de las fugas hacia adelante en el gasto militar. La conmoción de la opinión pública facilita esas cosas. 


La izquierda debe permanecer vigilante. Se avecinan tiempos difíciles. El “rebote” de las sanciones puede agravar la inflación y, por ende, empobrecer a unas poblaciones castigadas por dos años de pandemia. La guerra no hará sino dificultar la acción de los Estados frente al cambio climático. Pero todas esas consideraciones no pueden desembocar en la inacción o, peor, en una suerte de neutralidad ante un combate desigual. Una potencia nuclear, dotada de enorme superioridad militar, está librando una guerra de asedio y destrucción contra una República cuya legítima existencia niega abiertamente. La resistencia de Ucrania es justa. La izquierda no puede limitarse a una candorosa plegaria por la paz. Los blindados rusos no se detendrán ante una nota diplomática. Sólo la combinación de la presión mundial, de las protestas contra la guerra en Rusia y Bielorrusia y de la propia resistencia armada del pueblo ucraniano puede lograrlo, propiciando escenarios de negociación que ahora mismo no se están dando. Hay que ser conscientes de que Putin se juega en esta guerra la supervivencia de su régimen autocrático. No está dispuesto a aceptar menos que una Ucrania vencida y sometida a sus dictados. Su intervención armada y sus ambiciones territoriales son plenamente imperialistas. Llamemos a las cosas por su nombre. Pero hay más. Políticamente, la sombra de Putin se proyecta sobre toda Europa a través de su conexión con los movimientos populistas y de extrema derecha. Y éstos hace tiempo que han dejado de ser residuales en nuestros países. Por supuesto que hay que medir muy bien los pasos que se vayan a dar para evitar una escalada bélica. Enviar tropas de países de la OTAN a Ucrania sería el principio de una catástrofe mundial. Pero Europa tampoco puede permitir que su República sea aplastada. Eso no supondría ninguna distensión en el Este, antes bien sería el preludio de nuevos conflictos. Y los enemigos autoritarios de la construcción europea se verían, ellos sí, peligrosamente reforzados.


Yolanda Díaz tiene pues razón al aplaudir el anuncio de Pedro Sánchez. Más allá de los circunloquios, son los hechos los que cuentan. La ministra de trabajo tiene razón y Podemos se equivoca. Pablo Iglesias pierde el rumbo en medio de divagaciones acerca de la situación en Ucrania. ¿Qué quiere decir su advertencia sobre la tragedia que supondría el hecho de que ciudadanos de a pie tomasen las armas contra un ejército regular? ¿Acaso no lo hicieron nuestros abuelos en 1936? Miles y miles de ucranianos residentes en el extranjero están volviendo al país para pelear. ¿Qué deberíamos decirles? ¿”No vayáis. No os resistáis a Putin, que va a ser peor”? ¡Cómo si esa gente no fuese consciente de lo que les espera en sus ciudades, convertidas hoy en campos de batalla! ¿Quizá hemos olvidado el martirio de la Segunda República española? Cuidado. No vayamos a envolver en hueca retórica pacifista un remedo de la cínica política de “no intervención” de Francia e Inglaterra durante nuestra guerra civil. Urge que la izquierda recupere su auténtica memoria internacionalista. Hoy, la oposición al envío de armas a Ucrania no tiene nada que ver con el heroico rechazo de los presupuestos de guerra alemanes por parte de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo en 1914. Lo más similar a aquel enfrentamiento con el militarismo del propio país es lo que hacen las organizaciones de izquierda, las redes feministas y los ciudadanos rusos que desafían la represión policial, proclamando su solidaridad con Ucrania. En nuestro caso, el ejemplo que debería inspirarnos es el de aquellos revolucionarios – algunos incluso muy críticos con el gobierno del Frente Popular – que se sumaron a la lucha contra Franco y pelearon incondicionalmente para levantar el embargo de armas a la República. ¡Qué menos que ayudar al pueblo ucraniano a hacer frente a la devastadora invasión planeada por Putin! Necesitamos una izquierda con más temple.


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