Se asumía hasta hace unos días como un hecho inescapable que la globalización mundial, o mundialización, conformaba inexorablemente la relaciones económicas y políticas internacionales. Pero la guerra en Ucrania lo ha trastocado todo. Sus efectos serán profundos y, probablemente, largos en el tiempo. Quizá sea más apropiado adelantar una prospectiva de regionalización mundial. Ejemplo ilustrativo simple: mi amigo y colega Eduardo Moyano, escribe en su último artículo que su abuelo agricultor solía decir: “Lluvia y sol, y guerra en Sebastopol”. La frase hacía referencia a los positivos efectos que, para los agricultores españoles, tenía la guerra de Crimea y el asedio del puerto de Sebastopol en 1854, al provocar un aumento del precio mundial de los cereales. Las cosas han cambiado ahora y lo harán más radicalmente si las sanciones comerciales se siguen endurecimiento entre el occidente y Rusia. O sea menos globalización, y si acaso regionalizada.
El occidente europeo atlántico debe mucho a los EEUU durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Ya el pensador Norberto Bobbio lo decía, quizá a contracorriente, con motivo de la guerra en Yugoslavia: “No podemos no ser filo-estadounidenses, porque los EEUU han guiado la historia del siglo XX, afortunadamente para Europa”.
Así que con una estructura geopolítica como la OTAN, y con los fuertes lazos económicos a ambos lados del Atlántico, la consolidación de una región mundial que George Orwell rebautizó como Oceanía incluiría a todo el continente americano (recuérdense de la doctrina Monroe) y otros países de una anglosfera global dirigida desde la Inglaterra londinense, sin incluir a la Europa continental. Mal que le pesara y entre sorbitos (wee drams) del whisky turboso en la isla escocesa de Jura de la Hébridas occidentales, donde escribió su célebre novela, 1984, es probable que George Orwell asumiera que en su Oceanía estaría EEUU, pero el centro ejecutivo radicaría junto al Támesis. Pese a su internacionalismo, que le trajo a luchar por la II República en los batallones catalanes del POUM, la querencia inglesa pesaba mucho en los años 1947-49 cuando el genial escritor redactó su celebrada distopia.
Así que Europa ‘desparecería’ del bloque oceánico, ¿pero y Euroasia? Según Orwell esta sería el dominio de una Rusia no sólo europea (al oeste y este), sino también asiática. Así quedaría proyectado un futuro de extinción para la UE y la OTAN, tal y como existen hoy en día. En este escenario de ficción la ‘razón de la historia’ estaría de parte de Putin. Salvo si se decide “to drop the bomb” (conflagración nuclear).
La tercera pieza del puzle global orwelliano sería la formada por China, Japón y Corea. En disputa estaría la emergente zona actual de Asía oriental con el gigante indio y los importantes países adyacentes. En la distopia orwelliana todos se combaten entre sí para alcanzar una hegemonía global. Nada que pudiera parecerse a la globalización actual que los neoliberales (que con tanto ahínco han postulado los anglosajones) han identificado como la panacea del desarrollo y la prosperidad humanas (a la par del cambio climático y de la progresiva destrucción de nuestra querida Gaia).
También sería objeto de disputa despiadada la ‘conquista’ de amplias zonas de África y la Antártida. Podría especularse sobre algunos de los efectos y resultados de la pugna orwelliana. De entre ellos el más relevante para quienes confesamos nuestro ‘eurocentrismo’ es el de la desaparición de Europa tal y como la conocemos y tratamos de preservar hoy en día.
Otro posible efecto del conflicto en Ucrania es el incremento de la sintonía entre Rusia y China que haría de ellos una gran superpotencia en lucha con las democracias del hemisferio occidental. Téngase en cuenta que la narrativa oficial china es de apoyo a la Rusia putinesca. La propaganda oficial china elimina los mensajes contra la invasión, algo propio de una dictadura (aunque ahora se aderezca con el apelativo de capitalista). Es innegable la fuerte conexión entre ambos países en la historia contemporánea. Al respecto es muy recomendable la lectura del libro de la historia del Partido Comunista Chino en conjunción con las infinitas conspiraciones iniciales de Mao Zedong y la Comintern estalinista: Mao: la historia desconocida, de Jon Hallyday y Jung Chang.
China se ha posicionado ahora en una denominada ‘neutralidad no imparcial’ con Rusia en el conflicto en Ucrania. Seguramente sopesa cómo se desarrollarán los acontecimientos en los próximos días o semanas, para inclinarse hacía un rumbo más ‘pacifico’, el que le ha permitido engullirse a Hong-Kong o acelerar los tiempos para cumplir su anexión de Taiwán. ¿Sería ese un escenario en el que se pulsase el botón nuclear? Hemos pensado en otros lugares (sobre todo en la rivalidad nacida en el sempiterno odio de matriz religiosa entre Pakistán e India) como candidatos para que se desencadenase una guerra nuclear ‘local’. Nada sería comparable a una anexión de Taiwán por parte de China, al modo a como nos está ‘enseñando‘ la invasión de Ucrania.
Afirma el economista político serbo-estadounidense, Branko Milanovic que la alocución de Putin del 21 de febrero de 2022 con motivo del reconocimiento de las repúblicas de Donbás y Lugansk constituye uno de los discursos políticos más extraordinarios de nuestro tiempo. En él se aducía como justificación de fondo para la invasión de Ucrania que el último siglo ha sido un siglo de traiciones a Rusia por parte de: (1) los comunistas, (2) las propias élites rusas y (3) los pretendidos amigos de Rusia.
No cabe duda de que el discurso del endogrupo étnico ruso, que comentábamos en un artículo anterior, busca razones para sus decisiones políticas de hoy. Es infame que ese argumento sirva para matar y destruir. El autor de las presentes líneas sigue suscribiendo lo que ya cantaba John Lennon en la célebre melodía de los Beatles ‘Revolution’: “When you talk about destruction, don’t you know that you can count me out’ (No cuentes conmigo cuando hables de destrucción).
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