Una vez acabada en París la Cumbre del Cambio Climático (COP-21) me quedé con un sensación ambivalente. Reconocer la actual situación de cambio climático, producto de la acción humana, y que hay que actuar limitando el aumento de la temperatura media para garantizar la sostenibilidad del planeta, es un avance. Lo es porque es una declaración suscrita por todos los países, que llama a la acción para limitar la emisión de carbono y el calentamiento global y demanda seguimiento periódico y revisión de los mismos acuerdos. Pero es insuficiente, porque no limita a fondo la acción degradadora que se sigue realizando y no concreta instrumentos para garantizar la aplicación. Especialmente por la falta de desarrollo de acuerdos concretos que faciliten una transición justa para abordar la transformación industrial, pasar de una economía fuertemente soportada en las emisiones de carbono a una de comprometida con la sostenibilidad y basada en el ahorro, el reciclaje y la energía renovable, que habrá que hacer con pleno respeto a los derechos de las personas, al empleo ya su calidad.
En todo caso, la Cumbre del Cambio Climático alerta de un problema global y el acuerdo certifica que éste es real y que es necesario actuar a nivel local dentro de una estrategia global e integral. El planeta está en riesgo y hay que actuar. Ni la Tierra ni las personas podemos esperar que se tomen medidas. El cielo puede esperar. Los beneficios y los grandes intereses de los poderes económicos y empresas transnacionales pueden esperar. Pero el bienestar y el progreso social no deben detenerse. Por eso se explica la exigencia de iniciar acciones y medidas. En un planeta muerto no hay empleo ni bienestar; por ello, hay que planificar y negociar ya la transición del actual modelo, haciendo compatible la lucha contra el cambio climático con las necesidades de empleo, su calidad y el bienestar social.
La crisis medioambiental no es ajena a la actual crisis social. Están relacionadas porque ambas tienen sus raíces en la lógica de unos poderes económicos y financieros que prefieren externalizar todos los costes y riesgos en el territorio y en la degradación del empleo y los derechos de los trabajadores a fin de maximizar sus beneficios. Por eso también sabemos que no habrá bienestar ni justicia social ni progreso social, sin cambiar las actuales políticas neoliberales.
El futuro del planeta está en riesgo y el presente de las personas está en crisis. Para hacerle frente se necesitan otras políticas. Es posible reactivar la economía apostando por un modelo industrial que impulse la energía renovable, el ahorro energético y el reciclaje, la movilidad sostenible y la rehabilitación, basándose en la calificación, la innovación y la cooperación. Haciéndolo desde el compromiso con el empleo de calidad, garantizando la estabilidad, un sueldo digno, seguridad y no discriminación, con un marco de relaciones laborales justo, democrático, sustentado en el respeto al derecho a la negociación colectiva y el respecto al papel de las organizaciones sindicales representativas de los trabajadores y trabajadoras. Aprovechando la misma capacidad del sector público para impulsar políticas que, al mismo tiempo que generan actividad económica y crean empleo, garantizan la igualdad de oportunidades, la protección social y los derechos de ciudadanía. Necesitamos una acción política decidida, soportada en el diálogo y la negociación, comprometida con las urgencias sociales y medioambientales.
La Cumbre de París deja claro que vivimos en un mundo global e interrelacionado, que nuestros problemas locales, medioambientales o sociales, se incardinan en estrategias globales sobre las que debemos actuar a escala local. La principal conclusión que se puede extraer es que no podemos esperar el futuro para cambiar el presente, porque si no cambiamos el presente ponemos en riesgo el futuro. Por ello, hoy y aquí, urge exigir acciones y medidas de gobierno que garanticen la sostenibilidad, la reactivación económica, el empleo de calidad, la protección social y la igualdad de oportunidades. Ni podemos esperar en 2020 para reducir de forma decidida las emisiones de carbono ni podemos seguir instalados en la pobreza y la desigualdad social. Hay que actuar ya. Porque la Tierra y las personas no podemos esperar.
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