Sanders, ¿Un socialista en la Casa Blanca?

Luís Moreno

Los resultados de las primarias celebradas en el estado de New Hampshire han confirmado a Bernie Sanders como serio aspirante a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. El senador por el pequeño estado de Vermont (600.000 habitantes que se comparan con los 40 millones de California) afronta a sus 74 años el desafío de convertirse en máximo dirigente del país más poderoso del mundo en las próximas elecciones de noviembre de este año. Algunos de sus críticos indican que su edad es una desventaja casi insalvable. Ronald Reagan, paladín de la revolución conservadora de los años 1980, tenía casi 70 años cuando llegó a la Casa Blanca.



En sus apariciones televisivas, Sanders despliega una capacidad persuasiva y comprometida que ha encontrado un mayor eco, significativamente, entre un electorado joven que le apoya masivamente dentro del campo demócrata. Su imaginativo eslogan “Feel the Bern” hace referencia a su ardorosa acusación contra lo que califica como un sistema corrupto sostenido por los fríos y calculadores supermillonarios estadounidenses, los cuales se perpetúan en las instancias del poder financiero, especialmente en su sede central de Wall Street.



Bernie Sanders, nacido Brooklyn, es miembro de una de tantas familias judías que habitan aquel barrio neoyorquino. Su padre era un inmigrante judío polaco, cuyos familiares fueron asesinados en el Holocausto. Su tío carnal, Romek, era el líder de la comunidad hebrea en Slopnice, al sur de Polonia. Su madre, ya nacida en Nueva York, pertenecía también a una familia de inmigrantes judíos procedentes de Polonia y Rusia.



Con una larga trayectoria política iniciada en sus años como estudiante en la Universidad de Chicago, Sanders fue elegido para la Cámara de los Representantes estadounidense en 1990. El diario Washington Post calificó entonces el evento como la primera victoria de un socialista votado democráticamente en Estados Unidos. Permaneció en la cámara baja hasta su elección como senador en 2007. Recuérdese que durante su etapa estudiantil en Chicago, Sanders había pertenecido a la Liga de Los Jóvenes Socialistas, rama juvenil del Partido Socialista de América. Esta organización, casi testimonial en el país emblemático del capitalismo contemporáneo, siempre abogó por el socialismo democrático y, tras disolverse, la mayoría de sus miembros se agruparon en la formación de los “Socialdemócratas” que se integró en la Internacional Socialista, uno de cuyos miembros es el propio PSOE.



La propuesta socialista de Sanders aboga por una sustancial subida de los impuestos a los ricos, y entre éstos a los denominados “supermillonarios” que componen el 1% de la población estadounidense. Se basa dicha medida en la aplicación del principio de la progresividad fiscal, asumido en Europa por los partidos socialdemócratas, y hasta algunos cristianodemócratas. Establece la regla fiscal que aquellos que disfrutan de una posición más acomodada en la sociedad deben contribuir en mayor medida --y no sólo proporcionalmente-- al bien común y al bienestar social de la ciudadanía. En consecuencia, cabe esperar que los ricos paguen más impuestos y los menos ricos obtengan mayores frutos de la redistribución fiscal. Además el montante general de la recaudación impositiva debe alcanzar a toda la ciudadanía. Como se sabe, la progresividad fiscal legitima el Modelo Social Europeo mediante el apoyo de los contribuyentes europeos al reparto de recursos públicos para el mantenimiento de los sistemas de bienestar social continentales, lo que contrasta con la desigualdad implícita en la economía neoliberal del empoderamiento individual “a la americana”, entendido como un individualismo posesivo ajeno a la redistribución colectiva.



Las propuestas del presidenciable Sanders no son una novedad en Europa. En realidad, los países del viejo Continente asumen, con diferentes niveles de intensidad, programas de cobertura universal de la sanidad o de acceso igualitario a la enseñanza universitaria. En Estados Unidos tales políticas encontrarían una frontal oposición por parte de las grandes corporaciones y del establishment financiero, al cual Sanders acusa a Hillary Clinton de pertenecer. La esposa del pasado presidente ha perdido claramente apoyo en las primarias de New Hampshire, especialmente entre los jóvenes y las votantes femeninas. Pero aún queda mucho trecho por recorrer. Las próximas primarias se celebrarán en Nevada y Carolina del Sur, estados que aclararán un poco más el panorama de futuro para los dos rivales demócratas.



A aquellos aficionados a las series televisivas sobre la política estadounidense (El Ala Oeste o Casa de Cartas) no se les escapa el carácter intrincado y contingente de los procesos electorales norteamericanos. Es quizá el aspecto de la política institucional, y del cambiante marco político entre los tres poderes del sistema estadounidense, el más determinante a la hora de verificar la credibilidad de las medidas auspiciadas por Sanders. Para que el senador por Vermont pudiese llevar a cabo sus propuestas debería convencer a un parlamento potencialmente desfavorable (ahora con mayorías republicanas en el Senado y la Cámara: 54/100 y 246/435, respectivamente). No olvidemos que ése parlamento ha sido responsable de una permanente guerra de guerrillas y hasta de un bloqueo legislativo durante los mandatos de Barack Obama.



Con la muerte del juez conservador en la Corte Suprema, Antonin Scalia, el máximo órgano del poder judicial estadounidense queda a la espera del nombramiento de un sustituto propuesto por el presidente, y a convalidar por el senado. El proceso podría durar meses y quizá años, si no existiese un acuerdo entre los partidos demócrata y republicano. Téngase en cuenta que la Corte Suprema es una institución esencial en la vida política de los Estados Unidos, y con una intervención determinante en asuntos tan sensibles como, por ejemplo, el aborto, el derecho a llevar armas, la no segregación racial o el matrimonio homosexual. Por todo ello el sistema de “check and balances” (pesos y contrapesos) característico de la democracia estadounidense pondrá a prueba el envite de un socialista por llegar a la Casa Blanca. Tanto o más que los posicionamientos ideológicos, parece incuestionable que los ciudadanos valoran la credibilidad y honestidad de los contendientes electorales en liza. El hartazgo electoral por las imposturas de lo que se dice y luego no se hace se extiende por ambas orillas del Atlántico.

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