Miquel Iceta ha ganado unas primarias tan florentinas como maquiavélicas. Me alegra y me tranquiliza su victoria. Me atrevería incluso a decir que la satisfacción que me embarga es compartida por los mandamases de las otras fuerzas políticas catalanas. Y es que, amigos, Iceta es sinónimo de solvencia contrastada en estos tiempos difíciles en los que el postureo intenta sustituir el sentido común y, la neofilia, la experiencia acumulada.
Miquel Iceta es un interlocutor sólido, capaz de comprender la posición del ‘otro’, difícilmente manipulable y con una formación intelectual envidiable… Además, reconozcámoslo, está de buena racha. El último estudio del CEO nos dice que es el político, de la oposición catalana, mejor valorado por los ciudadanos. ¿Qué más puede pedir el bueno de Miquel que no sea el ‘paraíso’ socialista?
Pero no todo son sonrisas y lisonjas. No señores. Las primarias, más allá de decidir liderazgos, también afloran maniobras oscuras, miserias y rencores. Cuando las aguas vuelvan a su cauce habrá que analizar qué movimientos hubo entre bastidores, la causa y el origen de las alianzas contra natura, los silencios clamorosos o las actitudes displicentes de los que aguardan resultados -sin mojarse- para aplaudir al vencedor. Hay tantos expertos en caer siempre de pie como desagradecidos.
En can PSC está en ciernes un nuevo proceso congresual. Miquel Iceta deberá proponer una nueva Ejecutiva integradora, capaz de crear consenso. Obvio y deseable, pero debería prevenirse contra esos cabos furriel que habitan en los partidos -en el PSC también los hay- que maniobran en la sombra y perpetuán métodos de control propios de los viejos aparatos partidistas. ¡Ojo, pues Miquel!
El buen vencedor debe ser generoso. Está obligado a recuperar, integrar y sumar. ¡Claro que sí! Pero también ha de ser precavido y diligente en separar el grano de la paja exigiendo unos mínimos de capacidad intelectual y unos máximos de ética. Y, sobre todo, tener memoria para no eternizar viejos métodos y errores.
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