Venezuela se está yendo

Casi dos millones se llevaron parte de nuestro país. Se siente su ausencia. Dispersos por el mundo. Se fueron con morrales, maletas, con ilusiones, incertidumbres y tristezas. Los que se quedan no son más felices. Piensan en las ausencias de los hijos, hermanos y amigos. Evalúan muchas veces si les llego su turno de iniciar la partida.

Los que se han quedado también se fueron. Están con el alma desprendida. Nunca imaginaron que su país, al que siempre creyeron el mejor del mundo se podría arrodillar como lo ha hecho en estos tiempos.

La mayoría de los venezolanos están tristes. Están cansados y molestos. Especialmente los que se oponen al régimen de Maduro, tan cruel y desarticulado. Los pocos que lo apoyan están preocupados. Saben que vamos hacia un peor camino. Solo en la intimidad de la familia o de la amistad son capaces de reconocer su angustia. Saben que los usan, que es otra forma de maltratarlos.

Una nación sin instituciones, sin un sistema de justicia equitativo, sin un sistema electoral al servicio de los electores, manipulador y manipulable. Un estado que se diluye entre nuevas formas de organización delictiva. Mueren a diario tantos venezolanos como en una guerra convencional.

Las formas republicanas las perdemos y la democracia es hueca. Se burlan de nuestra constitución con un caradurismo vergonzante y nos dejan el sinsabor de descubrir que cada día tenemos menores razones para seguir apostando a un mejor futuro.

En días pasados escuché una historia de una madre que lloraba la partida de su hijo y decía: prefiero llorarlo en la antesala de esta puerta corrediza del aeropuerto de Maiquetía que llorarlo en el cementerio del este.

Quedan los padres huérfanos y se van los hijos tristes. Son los venezolanos de estos tiempos. La lucha sigue para muchos mientras tanto esperamos la luz que ilumine el nuevo rumbo de esta patria tan maltratada por unos pocos.