Domingo 1 de octubre, por la noche, más de 500 personas se reunieron en la plaza del Pueblo de Andorra la Vella (cifra del Diario de Andorra) para protestar contra la actuación de las fuerzas de seguridad españolas en Catalunya.
Por pura estadística (70.000 habitantes en el país, por siete millones en el Principado vecino), a escala equivaldría a más de medio millón. Pero quedaría corta, con la experiencia de otras manifestaciones en el Principado pirenaico habitualmente menos numerosas.
La protesta fue mucho más extendida: de todos los partidos políticos, de la conservadora Unión Liberal a las dos formaciones socialdemócratas, pasando por la gobernante Demócratas de Andorra, con mayoría absoluta en el Consejo General (Parlamento).
El Jefe de Gobierno, dentro de los límites marcados por las relaciones diplomáticas oficiales, se mostró preocupado y reunió todas las formaciones para intentar elaborar un comunicado de consenso, sin éxito.
Los bomberos, en apoyo de sus homólogos catalanes, también levantaron la voz y el Colegio de abogados del país hizo pública igualmente la protesta.
El pronunciamiento ciudadano en apoyo del referéndum catalán había comenzado antes, con otra concentración (de entre 200 y 500 personas, según los diversos medios) y la representación local de la Asamblea Nacional Catalana había ayudado a tramitar 400 procedimientos de voto, sobre todo de personas mayores, enviados a la delegación de la Generalitat en París, a través de la Poste (correos franceses), para evitar la censura de correos. Añadía que bastantes más catalanes, legitimados para estar censados en el consulado español, lo habrían hecho por su cuenta.
Esta solidaridad andorrana ha sido una constante histórica, no sólo en esta coyuntura de la votación del domingo pasado en el Principado vecino y, aún más, con la represión española. Y viene de lejos.
Tan lejos, en la era contemporánea, como la acogida de refugiados de los dos bandos la guerra incivil del 36 al 39 del siglo pasado, como las abundantes acciones para facilitar las fugas del nazismo de pilotos y otros combatientes aliados, o judíos, objeto de numerosa bibliografía propia e internacional.
Las campañas de ayuda a víctimas de catástrofes de todo tipo en todo el mundo han sido igualmente automáticas, con aportaciones económicas más que menos importantes -siempre a escala-.
Aunque no hace tanto, manifestaciones similares, una por semana, se vivieron contra la guerra de los Balcanes, mientras duró. Y también salieron a la calle, en cantidades notables, para decir «no queremos copríncipes nucleares», contra los últimos ensayos de armas atómicas amparados por el sucesor del copromotor de la Constitución de 1993, François Mitterrand -Jacques Chirac, salvo quiebra de la memoria-.
El Principado de Andorra, desde la tradición de neutralidad y pacifismo, siempre ha sido solidario con tantas causas que consideró nobles y defendibles. Y nada hace pensar que no lo siga estando.
Escribe tu comentario