El mito de Sísifo es sin lugar a dudas uno de los relatos que mejor representan la compleja condición existencial humana. Castigado por no conformarse con sus límites humanos, Sísifo es condenado por los dioses al infierno. Su castigo será cargar con una enorme roca hasta lo alto de una colina para, justo antes de culminar su tarea, verla rodar hasta abajo. Tras esto, deberá descender la loma para emprender de nuevo la tarea. Así, una y otra vez, por toda la eternidad.
Obligado a repetir una tarea improductiva, que no crea ni aporta nada y que jamás logrará concluirse. Ahí radica su frustración, ahí también la causa de su sufrimiento. Tarea ardua, cruel y vacía, en la que el filósofo existencialista Albert Camus (1913-1960) vio una de las claves de la problemática existencial humana.
Igual que Sísifo, en ocasiones sentimos que pasamos la vida inmersos en acciones repetitivas, carentes de significado. Levantarnos, ducharnos, ir al trabajo, volver, comer, entretenernos y vuelta a empezar. Secuencias de una cadena sin un objetivo definido, sin nada hacia lo que tender que no sea la estricta supervivencia.
Ante el doloroso silencio de una respuesta que no llega, nos sentimos abandonados, vacíos.
Sin embargo, Camus consideró que era posible imaginar a Sísifo feliz. ¿Cómo es posible? No tiene futuro, ni proyectos, ni compañía, reconocimiento, descanso o placer alguno. Su desgracia es tan aplastante como inexorable. ¿Dónde, entonces, reside la posibilidad de su felicidad?
Sísifo no rechaza su destino. Él no busca sentido a su tarea, pues sabe que es tan aleatoria como injusta. No espera redención, ni cambio. No se tortura con las vidas que podría haber llevado, ya que solo tiene interés por la única que es real, la suya, por tortuosa que sea.
No es una tarea elegante, ni agradable, pero tampoco tendría por qué serlo. Es su sino, lo que le ha tocado vivir, y su decisión será aceptar la vida que le ha tocado, sin esperar un sentido ajeno a ella, construyendo uno propio. ¿Cuál sería ese sentido? Es sencillo. Cargar con su roca hasta lo alto de la colina para, justo antes de alcanzar la cima, verla rodar hasta abajo. Una y otra vez, sin éxito posible ni necesidad del mismo.
Como Sísifo, en ocasiones nos sentimos obligados a hacer rodar una pesada roca, sin saber cómo ni para qué. Tal vez, como él, debamos dejar de exigirle un sentido a nuestra tarea.
Podría no haber más sentido que el que construyamos, y esto podría verse como una liberación. Percibir la vida como un enorme lienzo en blanco, a la espera de nuestras pinceladas.
Sísifo lo consiguió... ¿Por qué nosotros no íbamos a poder?
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