En 2018 las mujeres feministas dejaron claro que no iban a seguir tolerando más 8M institucionales ni festivos. El 8M no sólo conmemora un trágico suceso, sino también las luchas de las mujeres feministas bajo un principio muy clarificador: hay alguien más oprimido que un obrero y es la mujer del obrero.
Desde 2018, cuando las mujeres inundaron el mundo con su huelga mostrando la fuerza que tiene el Feminismo, hemos asistido a un acoso y derribo de todo los derechos democráticos conquistados por la lucha de las mujeres feministas.
Paso a paso los estereotipos más retrógrados, machistas y sexistas se han ido instalando a través del generoplanismo en la posmolerdez política que inunda la izquierda desde que PudimosYNoQuisimos fue lanzado al ruedo de la política española para erosionar a las izquierdas, cuando no acabar con ellas. Unos años antes, procedente del mundo anglosajón, se fue colando en nuestras escuelas e institutos, de manera sigilosa e insidiosa, el generoplanismo de la querreligión alimentando a quienes son ahora las juventudes de los partidos de la izquierda posmolerda. Juventudes que, además de practicar el Adanismo y el edadismo, creen ser progresistas mientras emplean el totalitario método de la cancelación de las voces de la Ciencia y el Feminismo.
Así que no es casualidad que estemos asistiendo a una banalización del #25N desde hace años. El #8M se banalizó a base de perreos, talleres de costuras, encajes de bolillos y fiestas institucionales varias cuyo objetivo era crear el espejismo de que todo estaba conseguido porque la discriminación por razón de sexo se había borrado de nuestra vida cotidiana. El #25N está corriendo una suerte paralela, mucho más dolorosa, con actos institucionales que coinciden en agenda con muchos otros, desdibujando así su centralidad e importancia. Actos que perpetúan ese sentimiento de que en la vida de las mujeres la violencia contra ellas es un riesgo inexorable, acompañados, muchas veces, de campañas nefastas como la que ha lanzado la Xunta que vuelve al tópico del cuidado con la ropa que te pones pasando por las edulcoraciones de la Generalitat que rebaja esa violencia contra las mujeres con la preposición “vers” que significa hacia, no contra. El cambio no es baladí, piensen en la fuerza de algo que va en contra y la calma de algo que va hacia. Luego, estarían todas esas propuestas de actos subvencionados ante las puertas de los ayuntamientos que mediante conciertos, lecturas, silencios y aplausos lavan la inoperancia del sistema el resto del año.
Todo ello amparado en el sinfín de actuaciones a nivel estatal que son una burla y una traición a las mujeres y un lavado de cara al terrorismo machista. Desde denominar violencia de género a la violencia contra las mujeres hasta lanzar al ruedo la Ley del sí es sí, a sabiendas de que se rebajaran condenas. Y, mientras, las cifras ministeriales (38) siguen sin coincidir con los feminicidios reales(71) en lo que va del 2022.
Hasta que en la entrada de cada Parlamento autonómico y del Congreso no haya un monolito con el nombre y apellidos de todas y cada una de las mujeres asesinadas por el terrorismo machista que les recuerde, cada día, a quienes ejercen la política que deben actuar para acabar con el terrorismo machista. Mientras en el Gobierno central y en los autonómicos se sigan aplaudiendo los estereotipos sexistas del generoplanismo. Mientras en nuestras escuelas e institutos se sigan abriendo las puertas a las ideas acientíficas derivadas de la queerreligión. Mientras en el Ministerio de Igualdad siga habiendo una ministra que promueve políticas que no erradican ni la explotación sexual ni la reproductiva, al tiempo que intentan borrar a las mujeres como sujeto político, estaremos viviendo en un país que banaliza todo el horror que significa el #25N.
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