Carles Riba, muchas cosas que contar

Miquel Escudero

Obiols

En 1906 Eugeni d'Ors designó con la palabra 'noucentisme' un movimiento cultural que quería conectar el clasicismo con el sentido del presente y de la modernidad, buscando renovar la atmósfera intelectual con pulcritud y belleza. El año que estalló la Primera Guerra Mundial, 1914, José Ortega y Gasset apreció la sugestiva metáfora del poeta Josep Maria López-Picó cuando señalaba que el ciprés: “e como el espectro de una llama muerta”; un parecido real entre los objetos distintos que provocan sentimientos idénticos. Ortega escribió: “la semejanza real sirve en rigor para acentuar la desemejanza real entre ambas cosas: en donde la identificación real no se verifica, no hay metáfora. En ella vive la clara conciencia de la no identidad”.

 

Pintor, dibujante y grabador, Josep Obiols fue amigo de López-Picó (con el que trabajó), así como de Joan Salvat-Papasseit y JV Foix, pero tuvo una amistad especial con Carles Riba y Clementina Arderiu, un matrimonio de poetas y traductores . Los tres viajaron a Italia entre 1920 y 1921. La contemplación de las obras del Trecento y del Quattrocento apasionó a Obiols y lo orientó hacia la pintura mural. Unos años después, Riba y Arderiu empezaron solo otro viaje al mundo clásico. Fue en 1927 y duró casi dos meses; era un viaje de bodas aplazado. Tenían, respectivamente, 34 y 38 años.

 

Al cuidado de Carles-Jordi Guardiola, La Magrana ha editado El inolvidable viaje a Grecia , un libro que contiene cartas y postales a familiares y amigos que Riba envió esos días. Profesor de griego en la Universidad de Barcelona, Carles Riba tradujo las tragedias de Esquilo y de Sófocles, los Recuerdos de Sócrates y las Vidas paralelas de Plutarco, además de la Odisea (que él consideraba “el libro más bonito del mundo”).

 

Podríamos espigar algunas frases sacadas de aquella correspondencia que ponen de manifiesto su carácter irónico, divertido y familiar. Dirigiéndose a Obiols, Riba le dice: “¡Véase, aquí, la buena fe de los alemanes! Se visten todos de blanco para que el calor no les estorbe la erudición: entonces miden el Partenón”. Y otro día, le habla de la ciudad de Ítaca que “es realmente una bella y deliciosa cosa: áspera por fuera, altiva con recuerdos dulcísimos por dentro” y que su gente “es alegre como en ninguna parte; todo el mundo habla inglés o Italia, todo el mundo ha corrido más que Ulises y tiene ese desprendimiento de lo que está siempre con un pie en el aire”.

 

En una postal a José María de Sagarra (que ganaría el Premio Nacional de Teatro de 1955, con La Herida Luminosa que José María Pemán versionó al castellano), le dice desde Ítaca: “He bebido el vinito (¡qué vinito!) que hacía ir de torcido a los pretendientes”.

 

En las direcciones a los sobres y postales, Riba pasó de poner Espagne (en francés) a ponerlo en griego: Iottavía. En el mundo, le dirá a Joan Estelrich, "sólo hay dos olores: el del mar salto, y el de los pinos: le reste , literatura". Cabe decir que Estelrich dirigió la espléndida Fundación Bernat Metge desde su fundación en 1922, financiada por Francesc Cambó, hasta su muerte. Tradujo al catalán autores clásicos. Como buena parte de la Liga, apoyó la sublevación franquista y desde 1952 fue delegado de España en la UNESCO.

 

A su amada madre, Carles Riba le dirá:

“Dicen que es un verano excepcional. No nos extrañaría (y no lo digo al babalà) que hubiéramos llegado a 40 o 45 grados en la sombra. Lo cierto es que no hay refugio en ninguna parte y todo quema”.

“La ciudad (Atenas) parece del mediodía de Francia: prescindiendo de los rótulos en griego, uno podría creerse en Toulouse o en Nimes. Es una ciudad bastante sinvergüenza, llamativa, donde los automóviles van al babalà, con unas bocinas como trompetes de feria, que se meten en el cerebro”.

“Aún no hemos visto a Cambó. Será aquí antes del 20 (de agosto)”.

 

Clementina y Carlos estaban bien, a gusto, en cualquier caso siempre tenían muchas cosas que contar, y siempre con alegría por vivir y relacionarse con lo mejor del mundo clásico.

 

No puedo dejar de recordar lo que, años más tarde y con melancolía, diría Salvador Espriu: “Nadie ha comprendido lo que yo quería que de mí se salvara”. La gran necesidad de comunicarse y ser entendido.

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