¿Qué puede hacer cada uno de nosotros cuando la confusión y el desconcierto irrumpen con fuerza en nuestras vidas produciendo grave inquietud? A menudo, sólo aguantar y sufrir. Hay que plantearse entonces de dónde sacar fuerzas de flaqueza y preguntarse con una perspectiva global, en qué podemos mejorar; dado que toda sociedad da más de sí cuanto más equilibrada está, hay que distribuir, con decisión y eficacia, energía y recursos adecuados a los más débiles.
Pensemos en términos políticos y en el órdago que hoy amenaza a la democracia en España. La política debería estar en la vida cotidiana de todos los ciudadanos, con independencia de su edad. Busco ideas en el politólogo estadounidense Robert P. Wolff, quien hace más de medio siglo escribió el libro En defensa del anarquismo (Taurus), presentado como una crítica de la democracia representativa. Wolff proponía abrazar el anarquismo filosófico y tratar a todos los gobiernos como órganos ilegítimos cuyos mandatos deberían ser valorados uno a uno antes de ser obedecidos. Subrayo el ‘todos’ sin excepción, tanto los que se autotitulan ‘buenos’ como los tildados de ‘malos’. No vale dar patente de corso y consentirle cualquier decisión al gobierno que se supone de los nuestros, como si fuera infalible. Siempre hay que estar en guardia ante las actitudes reaccionarias de quienes no dudan en hacer trampas y planteamientos defectuosos que llevan a callejones sin salida.
Es cierto que hay votos superfluos y desperdiciados, que deben acotarse y minimizarse para que la democracia irradie. Pero también hay votos que sirven para hacer lo contrario de lo que se propuso dos días antes de ir a las urnas: son volátiles o líquidos, son un maltrato consentido a los ciudadanos. Hay, dice Wolff, gobiernos de élites hipócritas que presumen de ser progresistas, pero se mueven por sus solos intereses. Por otro lado, una implacable disciplina de partido impide las imprescindibles transacciones para cerrar acuerdos razonables en beneficio de los ciudadanos. Sistemáticamente, se hurta la autonomía personal a los delegados políticos, adheridos a una cúpula oligárquica. Si se renuncia a esta autonomía, por una u otra razón, no hay autoridad política que merezca tal nombre.
Se repite a menudo que la tecnología posibilita una democracia directa, esto es, consultas inmediatas acerca de todo. Pero, como siempre, lo decisivo es el capital humano. Conviene que el número de votantes crédulos y alineados en sectas sea el menor posible.
En su libro Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos (Herder), el psicólogo Francisco Villar Cabeza (coordinador del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor en el Hospital Sant Joan de Déu, de Barcelona) parte del afán insuperable del lobby tecnológico por presentar una propaganda aparatosa con la exclusiva intención de obtener la mayor venta posible de sus productos. No importan los posibles daños que su uso abusivo produzca, los ciudadanos son vistos sólo como objetos consumidores. Extendida a todas las edades, Internet es hoy la principal fuente de ocio, socialización y aprendizaje. Pero una dedicación excesiva tiene efectos negativos que hay que tener en cuenta. Quedar ‘enganchados’ a la red empuja fatalmente a la pasividad y al aislamiento, reduce la capacidad de atención y de concentración. Ni se mira ni se escucha, de este modo la calidad de vida y de relación se resiente de modo fatal, la introspección y la empatía quedan bloqueadas. Y nunca debería ignorarse que sólo el respeto y una buena comunicación abren paso a una sociedad democrática y liberal, en cuya realización plena nadie sobra ni es superfluo.
Villar afirma que para niños y adolescentes la desconexión es la única forma de estar conectado y no aislado de un mundo personal. Por esto propone unas normas familiares: que hasta los seis años de edad los niños no dispongan de pantallas y que, poco después, no les dediquen más de media hora diaria. No sé de estos asuntos, pero tengo claro que el contacto con otros niños es preferible para hacer posible la convivencia, sin la cual el horizonte resulta amenazante. Importa también, por supuesto, que los padres den el biberón con una mirada intensa y cariñosa hacia los hijos, sin móviles en la mano. En otras palabras, que siempre se preste la debida atención a quien corresponde.
Podría hablarse asimismo de demencia digital (un concepto desarrollado por el neurólogo Manfred Spitzer), cuestionar la labor de los algoritmos que nos controlan íntimamente, y hasta la saciedad, y advertir la pujante sensación FOMO (Fear of Missing Out, miedo a estar perdiéndose algo) que nos atenaza en la superficie de las pantallas y que potencia el esnobismo y la ansiedad hasta extremos ridículos, que pueden resultar trágicos.
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