Sensaciones de Silvina

Miquel Escudero

Silvina

Artista plástica fallecida hace treinta años, Silvina Ocampo compuso cuentos y poesía. Su marido era el escritor Adolfo Bioy Casares y su hermana mayor, la intelectual Victoria Ocampo, fundó y editó la célebre revista Sur. Todos ellos eran argentinos. Lumen ha publicado dos libros de Silvina, el primero de los cuales fue su única novela, La promesa (inédita hasta 2011 y que ella definió como novela ‘fantasmagórica’). Su lectura resulta un refrescante baño de surrealismo: tras naufragar, una joven trae al recuerdo a personas y cosas que no le pueden sacar de su apuro, pero que la acompañan en ese trance. “Todo lo come el mar. A mí también me comerá un día, un instante”. Y busca extrañas similitudes: “¿Qué es enamorarse? Perder el asco, perder el miedo, perder todo. 

 

Los peces voladores me recuerdan el vuelo de las mariposas. Lo maravilloso del mar es que viviendo en sus entrañas nadie puede hablar”. “Las vitrinas son como el fondo del mar. ¿Por qué yo las contemplaba tanto? ¿Presentía que estaría presa un día en esta agua como en una vitrina?”. Y concluirá su añoranza con una evocación masculina: “Cada uno de tus besos es un sueño. Nada parece verdadero”, y afirmando: “En el agua de mar he bebido la belleza del universo”.

 

Entiende que la adversidad es lo que hace ascender… o descender la civilización de los pueblos. Y que hay nombres ridículos que nos conmueven y sorprenden; nombres con rostros, con manos, con voz. Así, Genaro Vino “tenia cara de liebre. Los ojos rubios, del color del pelo, parecían siempre inquietos. Miraba de reojo y jamás de frente”. Su apellido inducía a equivocación: ‘¿Dónde está?’, preguntaban. ‘No sé’, respondía.

 

De otro personaje, cuenta: “Era alto, moreno y callado. Nunca lo vi reír ni darse prisa para nada. Sus ojos castaños nunca miraban de frente. Llevaba un pañuelito atado al cuello y un cigarrillo entre los labios. No tenía edad. Se llamaba Livio Roca, pero lo llamaban Sordeli, porque se hacía el sordo”. O Remigio Luna: “niño travieso pero precoz, me hablaba como un hombre en la orilla del mar”, “era delgadito y nervioso. Sus ojos eran verdes y un poco tristes. Su pelo frondoso caído sobre sus ojos, sus facciones asimétricas. Era inteligente, sensible. Yo podía hablar con él como una persona adulta y con más alegría. Tenía ocho años, dibujaba”. Y el marido de Leonarda, el cual compraba cigarrillos averiados, nunca llevaba a su mujer al cine y cuando estaba enferma la hacía ver por un veterinario.

 

Autobiografía de Irene es el título del otro libro mencionado al principio. Está formado por relatos cuyas frases consisten en captar vivencias sensoriales y en embelesarse recreándolas. Aparecerá, así, una mariposa amarilla con nervaduras anaranjadas y negras y una hierba amarilla que nació en los dominios de la oscuridad. Trata Silvina de analizar por encima el proceso en que se desarrollaban sus pensamientos; de hecho, son sensaciones: “Del fondo de la cocina llegaban las voces de un aparato de radio: llenaban la solitaria casa de resonancias”. Asimismo: “Las frutas adivinan los deseos de quienes las van a probar, tienen más o menos azúcar, son más o menos ácidas de acuerdo con cada paladar”.

 

Y, en su particular relación con el agua y el mar: “Hacía frío y el agua me contemplaba con crueldad”. “Soy nadadora de agua dulce y no me gusta nadar con la cabeza dentro del agua”. El mar le parecía un río enorme: “¿Qué buscaba? Algo que no era el agua, algo que no era el aire, algo que no era una sombra (me dirás que esto es una locura; a veces he desechado la idea que ahora te confieso): buscaba mis ojos, el centro de mis ojos, para clavar en ellos su alfiler”. De esta forma, quería penetrar en los dédalos o laberintos de los recuerdos. “Comprendí, entonces, que perder el don de recordar es una de las mayores desdichas, pues los acontecimientos, que pueden ser infinitos en el recuerdo de los seres normales, son brevísimos y casi inexistentes para quien los prevé y solamente los vive”.

 

Por otro lado, nunca prevemos lo peor: “Yo había previsto todo, salvo lo que había ocurrido”, exclama uno de sus personajes que no encuentra distinción en la faz de sus experiencias y dice que “no hay modo de saber cuáles fueron sueños y cuáles fueron realidad”. La tristeza, destaca, hay que rechazarla, porque “pertenece al tedio que sienten los débiles o los niños”.

En estas páginas, alguien cree volverse loca al leer: “aquel que recibe un castigo injusto conserva un resentimiento en su alma”. O evoca algo que leyó en otro libro: Lo verdadero es como Dios; no se muestra inmediatamente; hay que adivinarlo entre sus manifestaciones. El silencio agranda los minutos, la mentira origina el miedo y el miedo la mentira.

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