Sosa Wagner nos sumerge en una bohemia

Miquel Escudero

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Dar y recibir son verbos inseparables. Los ciudadanos deben dar para recibir. No sólo han de pagar impuestos para disponer de beneficios sociales, sino interesarse por la cosa pública para exigir respuestas adecuadas. Hay épocas en que apenas nadie reclama con suficiente fuerza mesura y responsabilidad a los gobernantes. ¿Se inhiben por indiferencia, por falta de personalidad o por considerarse débiles e incapaces ante un entorno que los supera y ajena?

 

“No he sido ni soy un personaje interesante. Pero sí la sociedad en la que viví, y vivo”, dice un personaje de Bohemios que hablaban alemán (Funambulista). Se trata de una soberbia novela que de la mano de Francisco Sosa Wagner (jurista de renombre, polifacético escritor y antiguo eurodiputado) recorre la bohemia de principios del siglo XX entre Viena y Múnich.

 

A propósito de la que fuera capital del Imperio Austro-Húngaro, se lee aquí: “De los cafés de Viena se ha escrito mucho porque son una singular atracción de la ciudad, con sus colosales ventanales, sus salas magníficas, sus reservados para clientes estables, sus camareros míticos –conocedores de todos los secretos y, al tiempo, discretos y leales-, sus respetuosos silencios, su bien aparejada iluminación, sus mesas de billar, de cartas de tarot o de ajedrez, sus decenas de periódicos y revistas, sus intelectuales y artistas, sus bohemios, bohemios al estilo vienés, muy distintos de los que yo había conocido en Múnich. El camarero jefe era el emperador en su espacio”.

 

Múnich es vista como “ciudad de una teatralidad admirable y natural”, vital y hospitalaria. En su legendario barrio de Schwabing, que congregaba a artistas y bohemios, se instaló el protagonista de la novela Volker Schulze, un joven doctor en Derecho proveniente de Viena que fue a vivir la bohemia: un modo de vida que se aparta de las normas morales y convenciones sociales, entre ellas la idea dominante del órden público. Palabrería y excentricidades de personajes provocadores que se definían más por lo que rechazaban que por lo que afirmaban. “El bohemio bulle a su manera”, se lee en estas páginas, y sería un invento burgués (si bien, también se ha dicho que ambos tipos de vida se complementan como el perro y las pulgas).

 

Sosa Wagner ha escrito una novela primorosa, donde el lector, una vez que logra situarse en escena, se ve transportado en volandas al ambiente intelectual y político de aquel tiempo y de aquel lugar, que el autor conoce de forma excepcional. El enorme placer con que lo ha descrito se hace evidente para el lector, al igual que un estudiante capta el entusiasmo que un profesor despliega en sus explicaciones. Creo que es un acierto el tratamiento novelado que ha hecho de aquella sociedad que fue envarada y tranquila hasta que se desquició.

 

En estas páginas nos familiarizamos con semanarios culturales muy notables, como Jugend, Simplicissimus, Der Floh, Der Sturm o Linkskurve. Con feministas alemanas que nadie reivindica hoy, porque no las conoce, como la fotógrafa Sophia Goudstikker, la jurista Anita Augspurg o la escritora Ricarda Huch, entre muchas otras. O con las ideas chocantes de Thomas Mann y su familia, de Oskar Maria Graf o del Nobel Gerhrart Hauptmann. Se recoge el parecer del escultor Hemann Obrist, para quien la clave de un artista era desarrollar su talento “libremente, aunque bajo una dirección experimentada”. El delirio de artistas con el desenfado de interpretar la guerra como una catástrofe destinada a renovar el arte e iniciar un vuelo liberador, incluso “una bendición porque limpiaba y destruía la sangre inficionada”. Tal entusiasmo se fue evaporando a la vista de la duración de la guerra y de los descalabros producidos, hasta llegar a sumirse en una tristeza honda. Karl Kraus es señalado como el escritor más consecuente en su actitud frente a la guerra y su revista Die Fackel es retratada como “el hogar de la crítica y de la burla inteligente. El rincón en tinta de la sátira”.

 

Gente enloquecida e inconsciente prevalecería en la sociedad, gente bárbara, sórdida y grotesca, tipos desalmados y brutales que acabarían desembocando en una banda de chiflados, hechos a las patadas y los gritos, a la rudeza de bandoleros, mamarrachos, forajidos, angelitos; son algunos de los calificativos que Sosa Wagner vierte en su escrito para describir el ascenso de Hitler al poder.

 

Aturdidos y rebasados por una invencible excitación, el consuelo erótico y el placer de la lascivia no podían dejar de quedar reflejados en este texto bohemio. Así, en la búsqueda ansiosa de regocijo y diversión: “Ya estaba acurrucada junto a mí y el primer beso anunció como una trompeta la entrada en el paraje donde se bebe directamente de un torrente”.

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