“El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo”
Jorge Luis Borges
Gusto me da empezar así.
Leyendo que no quiero leer.
Porque leer me gusta pero justo ahora, no quiero.
El no querer leer no nos quita a los lectores nuestra condición.
Es muy fértil ese no.
Uno lo afirma –qué bueno, afirmar un no- y se abre a la inmensa libertad de hacer otras cosas con su persona lectora.
Y esa persona anda con su no tan en paz, convencido y emancipado.
Llegado a este punto es imprescindible que yo comparta:
Los 10 derechos del lector
1) Derecho a no leer.
2) Derecho a saltarnos páginas.
3) Derecho a no terminar un libro.
4) Derecho a releer.
5) Derecho a leer cualquier cosa.
6) Derecho al bovarismo –como Madame Bovary leo sólo lo que satisface mis emociones 7) Derecho a leer en cualquier sitio.
8) Derecho a hojear.
9) Derecho a leer en voz alta.
10) Derecho a callarnos.
Este decálogo insurrecto, creado por el francés Daniel Pennac, transformó mi autoestima lectora, cuando lo conocí.
Muchos reclamos que me hacía, desaparecieron.
Desaparecieron en el mejor de los lugares, un espacio seguro, sin culpas, donde una suave voz me decía: Seguís siendo lectora. Tranquila, a disfrutar de tus derechos.
Voz que debería circular por las escuelas y acariciar los oídos de niños y adolescentes. Y envolver con tersura a los adultos que se creen un caso perdido.
Porque imponer un modo de leer y cómo hacerlo es sofocante, una carga.
En mi mesa de luz, los libros se apilan cual erguida oruga, serena y seductora, que me aguarda, sin exigencias, esperando mis ciclos y devenires como lectora.
Y leo dos novelas al mismo tiempo, o tres, de acuerdo a cómo me sienta, un par de capítulos de una, unos renglones, apenas, de otra –derecho 6-.
Y muchos libros no terminé, no podía con ellos, los dejaba y les decía: no sos para mí, y nunca regresábamos –derecho 3-.
Con alguno me pasó que yo seguía mirándolo en la biblioteca y él a mí. Un día lo tomaba y la pasión ocurría y no podíamos separarnos. Cuestión de piel, como dijo Paul Válery: “La piel es lo más profundo que el ser humano tiene”.
Confieso que he leído...saltando renglones y páginas completas, dando enormes zancadas que esquivaban zonas de aburrimiento que no saciaban mi hambre lector-derecho2-. Y leí, convencida, libros de muy autoayuda, novelas empalagosas y cuentos mal escritos que orientaron y delinearon mis ojos hacia una bella literatura -derecho5-.
Mi cuerpo respira y lee, acompasado.
Por eso leo en cualquier imaginable espacio posible, releer me afirma, hojear me saca de la tristeza y leer en voz alta me ocupa el pecho y la voz con un cielo despejado -7, 4, 8,9-.
“El derecho a leer debe abrirse con el de no leer, sin el cual no se trataría de una lista de derechos sino de una trampa perversa”, derecho 1, en el decir de Pennac. Podés pasar largos períodos sin leer, la Vida es muy sorpresiva y te puede llevar por caminos más desafiantes que los de Caperucita. Y uno vive sin libros y eso está muy bien.
Cálido como un nido es el derecho 10:
Derecho a guardar silencio y no dar cuenta a nadie de porqué leemos o dejamos de leer; es nuestra intimidad y al respetarla –sobre todo en los niños- se nutre nuestro oxígeno y yendo en paz y sin presiones, seguro llegamos a un libro.
Y allí, los diez derechos, vuelven a empezar.
*Daniel Pennac (Marruecos, 1944) Escritor, ensayista y docente.
En su obra “Como una novela” presenta los Derechos del lector.
*Cada vez que uso el vocablo niño lo hago en ese género pero en esa expresión reúno, con mi intención más profunda, a todos los niños, niñas y niñes.
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