Son breves porque su formato es pequeño y las dos manos se mueven cómodas al tomarlos y al pasar sus páginas.
Claro está que lo breve no está en el valor de estos dos clásicos que desbordan inmensidad y belleza.
En “El amante”, Marguerite Duras, cuenta la iniciación sexual de una adolescente niña y engendra un texto erótico, sensual, cálido, que desgarra.
Una lee belleza, palabra tras palabra.
Y el rostro de Marguerite te mira desde la portada y sabés que esa niña, ella misma, te cuenta su camino hacia el deseo y la desesperación.
Por su escritura navegan imágenes de todos los sentidos que hacen todo íntimo, palpable: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”.
“El aire era azul. La luz caía del cielo en cataratas de transparencia y trombas de silencio”. “De repente me duele, es muy ligero. Es el latido del corazón trasladado allí, a la herida viva, fresca que él me ha hecho”.
Albert Camus revela en “El extranjero” como su escritura puede construir esta novela emblema partiendo de una historia simple y parca.
El protagonista lleva una vida ajena a todo, sin profundas emociones ni compromisos, todo le da igual, hasta la muerte de su mamá.
Hasta que ocurre algo que lo pone de frente, con los ojos bien abiertos, a su propia vida y no sólo eso, a la de la humanidad toda.
Camus te lleva con un relato lírico y frugal a la vez y hay que ser Camus para que resulte una historia tejida así, con esa unicidad.
“He pensado muchas veces que si me hubieran obligado a vivir dentro del tronco de un árbol seco sin más ocupación que mirar la flor del cielo…me hubiera acostumbrado poco a poco y habría esperado que pasasen bandadas de pájaros o encuentros de nubes”.
Marguerite y Albert, qué pareja.
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