En las librerías lo hallamos en la sección infantil pero es una lectura para cualquier edad; llega, toca, conmueve sin límites etarios, así tal cual.
Leerlo fue, para mí, justamente eso, ir a Casa, la casa de la niñez, pero la otra, la que se arropa a sí misma.
Buitrago y Yockteng gestaron un libro álbum que me llevó por territorios entrañables. El libro es un canto a la transformación de significados, es una obra metafórica y como lectora fui recogiendo las pistas que como miguitas de pan, me fueron dejando.
La historia se inicia en la tapa: una niña que, cobijada por un ser enorme y peludo, me sonríe. Al abrir el libro, el ser es un león y el cobijo no se separa de ella en todo el relato. Su infancia, forzadamente autónoma, busca protección y en él la encuentra.
Las imágenes, de colores sepia y ocre, le dan al cuento ese clima emocional y son, a la vez, profundamente interpelantes.
Cuando la niña cocina para su hermanito y para el león, subida a una tarima y aun así en puntas de pie para poder alcanzar la olla, su esfuerzo es conmovedor, pequeña niña inmensa.
Y una madre que llega tarde, cansada y muy sola.
Y un padre que no está ni estará porque su ausencia es una desaparición forzada. “Puedes irte de nuevo, si quieres, pero vuelve cuando te lo pida”, despide la niña al león al terminar el día y el libro, también.
Ella jamás pierde la sonrisa y este es todo un mensaje.
Su coraje de infancia busca abrigo porque sabe que ese amparo la hará más corajuda, y eso hace falta en su casa.
Arropar infancia.
Este libro te lleva justo ahí.
**siempre me dedico los libros al concluir su lectura, costumbre que atesoro porque hallo, por ejemplo: “A mi querido león Leandro”.
---“Camino a casa”, Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, 2008, Fondo de Cultura Económica.
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