Los textos no sólo se escriben sobre arcilla, papiro, pergamino o papel. También sobre las piedras, al punto de que hay ciudades que son en sí mismas un libro abierto de su propia historia. Tal es el caso de Montblanc, en la comarca de la Conca de Barberà. Pocas urbes conservan sus murallas medievales tal como ocurre en población tarraconense que no sólo ha sabido mantenerlas en pie, sino que además en las últimas décadas ha conseguido ir desprendiendo de ellas las adherencias espurias que las habían ido ocultado a lo lago de los siglos.
La villa fue fundada en 1162 por Alfonso II el Casto y según Palau i Dulcet “fue casi siempre dominio real”. A partir de entonces recibió la visita de numerosas monarcas (Pedro II, Alfonso III, Pedro IV -que fue quien mandó construir sus famosas murallas-, Jaime II, Martín el Humano -el primer duque de Montblanc, título instituido por su hermano Juan I-, Fernando II y Alfonso V el Magnánimo y en la villa se celebraron numerosas sesiones de la Cortes catalanas. El mismo autor considera que a mediados del siglo XV “consiguió su mayor florecimiento” y un siglo más tarde el papa Cemente VIII la declaró “villa de las más insignes de Catalunya”.
Las guerras peninsulares le afectaron inevitablemente, así en el siglo XVII durante las revueltas de Catalunya y Francia contra Castilla; luego, a principios del XVIII, cuando se produjo la guerra de Sucesión, hubo división de opiniones: aunque la villa se manifestó partidaria del archiduque, uno de sus vecinos, Salvador Alva, levantó gentes armadas en favor de Felipe de Anjou; en la guerra de la Independencia fue ocupada por los franceses, si bien la recuperó el ejército español al mando de O’Donell; y no pudo permanecer al margen de las guerras carlistas. El 15 de abril de 1863 llegó el ferrocarril, hecho que permitió dar salida a una actividad fabril que se centró en la producción de tejidos, vinos, aguardientes, gomas y alpargatas. Y, en fin, un Decreto del Ministerio de Educación Nacional de 16 de diciembre de 1947 declaró “conjunto monumental y artístico a la villa de Montblanch” (sic).
Su elemento definitorio son sus espléndidas murallas. No se conservan las que precedieron a las construidas a mediados del siglo XIV, pero las erigidas por orden de Pedro el Ceremonioso lucen prácticamente con el mismo esplendor que en sus orígenes. Tienen una longitud de 1.700 metros, seis de altura y 1’20 de grosor. En su lienzo se interpusieron 31 torres de dieciséis metros, más dos torres-portal y se establecieron inicialmente cuatro vías de acceso que correspondían a los puntos cardinales: los portales San Antonio, San Francisco y las torre-puertas de San Jordi y de Bové, a las que habría que sumar la del Castlà, los Cinc Cantons -única torre de planta pentagonal- y El Foradot.
El eje que divide la ciudad fortificada por la mitad es la calle Mayor, a la que se accede por la puerta de San Antonio y se sale por la del Castlà. En la parte derecha de la ciudad antigua están la iglesia de Santa María la Mayor (construida sobre una anterior románica y de estilo gótico, quedó inacabada a causa de la epidemia de peste negra y luce una fachada barroca por haber resultado destruida la original durante la guerra de los Segadores), el ayuntamiento, las casas Desclergue -en la plaza Mayor- y de los Josa -esta, sede del Museo Comarcal-, el antiguo palacio real -de estilo gótico y en el que se alojaban los monarcas durante sus visitas-, el Museo el Pesebre y la iglesia de San Marsal. Y en el lado izquierdo, el palacio Alenyá, los restos del antiguo “call” o judería, la iglesia de San Miguel (de fachada románica e interior gótico, fue sede de cortes en 1307 y 1370 y también del parlamento de Catalunya) y el palacio del Castlà o gobernador. Fuera del recinto hay otra iglesia interesante, la de San Francisco, del siglo XIII, que tuvo un convento franciscano de intensa actividad cultural pero que quedó abandonado a causa de la desamortización y ha desaparecido, conservándose solo el templo.
La ciudad ha crecido más allá de sus murallas, pero el centro antiguo ha perdido actividad comercial. Muchas tiendas permanecen cerradas, pero al ayuntamiento las ha convertido en testimonio de su historia colocando en sus escaparates fotos y explicaciones del servicio que se prestaba en cada una de ellas.
Fuera del recinto amurallado y en el antiguo camino que conduce desde el Portal de San Antonio hasta el puente viejo sobre el Francolí, se encuentra la iglesia y el antiguo hospital de Santa Magdalena, sede en la actualidad del Archivo Histórico y Comarcal de la Conca de Barberà.
Por último, a cierta distancia de la ciudad, se rinde culto en un santuario a la Virgen de la Serra, cuya imagen dice la tradición que la princesa Irene de Láscaris quiso trasladar de Salou a Zaragoza pero que, al pasar por este punto, la yunta de bueyes que la transportaba se negó a continuar, lo que se interpretó como el deseo de la Madre de Dios de permanecer en aquel lugar.
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