Estos largos meses de confinamiento («confitamiento», decíamos algunos) han sido duros en muchos aspectos, pero también muy provechosos desde el punto de vista del pensamiento y la reflexión. La novedad de la situación y el aislamiento forzoso nos han estimulado mucho, y ha habido aportaciones de muchísimo interés. Aquí intentaré comentar, o más bien, mencionar, aquellas que me han resonado más.
Este breve paseo por las aportaciones que comento, este «espigar» los conceptos centrales que cada autor emplea, supone simplificar en cierto sentido los razonamientos que expongo, y es, por supuesto, de mi total responsabilidad. Estas son las referencias:
-Juan Gérvas, médico, en Acta Sanitaria: «Vacunas habrá muchas, pero solo una será duradera: la social».
-Yuval Harari, historiador y filósofo, en La Vanguardia: «El mundo después del coronavirus». Y también la entrevista realizada por Jordi Basté en TV3.
-Marina Garcés, filósofa. Entrevistas varias.
-José Leal y Ramón Area, profesionales de la Salud Mental: «Relatos víricos», en un webinar de la AEN.
-Amador Fernández-Savater, filósofo: «Obediencia o fin del mundo: la estrategia de la disuasión», en la web Lobo Suelto. Y también: «Estar raros, contra la vieja y la nueva normalidad», en el periódico digital eldiario.es
Juan Gérvas desmitifica el valor y la utilidad de una posible vacuna, poniendo el énfasis en aquello que tiene mucho más largo alcance y mucha mayor rentabilidad a todos los niveles: «la vacuna social», la lucha contra la pobreza. Menciona que en el caso de las enfermedades transmitidas a través del agua, como el cólera, las inversiones en el suministro de agua, el saneamiento y la higiene son muy rentables socialmente: por cada dólar invertido en ello se generan cuatro más. En nuestro caso, esta vacuna social podría ser el Ingreso Mínimo Vital, o las ayudas a trabajadores y empresarios para evitar la bancarrota empresarial y personal.
Por su parte, Yuval Harari subraya que las decisiones u opciones que tomemos ahora condicionarán nuestro futuro. Por ejemplo, la tecnología hace posible vigilar a todos todo el tiempo, como parece que ya está pasando, especialmente en China. Es muy importante controlar la vigilancia que puede «convenir» en un momento de alerta sanitaria para que no se extienda a una situación «normal» o habitual. Hay que elegir entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. Hace años que cedemos graciosamente nuestros datos, sin saber bien qué se hace con ellos y quién los tiene. Hace años que permitimos el hackeo de nuestras mentes; quizá convendría que nos posicionáramos frente a esta realidad, saliendo de una postura pasiva. El riesgo de manipulación es real. La democracia está en crisis y en riesgo. Podemos cambiar y reinventarla para corregir errores, pero esto depende de nuestras opciones y de nuestro sistema político.
Otra opción importante sería escoger entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial. Sabemos lo que ha pasado con los suministros sanitarios relacionados con el covid… Hay que estar atentos al tema de compartir investigaciones e información en relación con la(s) eventual(es) vacunas.
En su análisis, Marina Garcés comenta que durante el confinamiento ha observado dos posturas entre la gente: por un lado, las redes de solidaridad y apoyo mutuo, y por otro lado la «policía de balcón», la sospecha y el miedo entre los vecinos, vigilando si el otro cumplía o no con las normas, si era una amenaza. Si gana esta última postura, nos acercaremos a una sociedad más autoritaria. El covid ha mostrado a las claras la desigualdad y la violencia social sobre la que funciona nuestra «normalidad». Si triunfa la desconfianza y no existen «futuros compartidos», cada uno se atrincherará en sus privilegios y percibirá a los demás como una amenaza. Este puede ser un buen caldo de cultivo para populismos y respuestas excluyentes. Es necesario pensar cómo hemos llegado hasta aquí y cómo queremos salir en tanto que sociedad. También explica que el control social será uno de los ganadores, e insiste en que hace tiempo que regalamos nuestros datos.
Los «relatos víricos», un webinar de la AEN con la participación de José Leal y Ramón Area, resultaron muy sugerentes, ya desde el título mismo. ¿Cómo se ha «leído» la situación del covid? ¿Qué «relatos» nos han contado para explicarla? Hay un relato xenófobo: el virus chino, el de los mercados; el que viene de fuera («El origen del coronavirus está en Madrid»). Hay un relato épico, de omnipotencia e invulnerabilidad: somos soldados, con nosotros no puede nadie; hablar de los sanitarios como héroes. Hay un relato igualitario: el virus no hace distinciones, ataca a todos por igual. Sí, pero no: se niega la diferencia y la desigualdad, las diferentes posibilidades de enfermar según el barrio en el que vives, tus condiciones de vivienda, tu trabajo, tu edad. Hay relatos líricos, que toman en cuenta el cuidado y la muerte; también han existido, pero han sido más efímeros. Lo sucedido en las residencias de ancianos pone de relieve la necesidad de re-evaluar y re-vitalizar los cuidados, que tendrían que ser el eje de la ciudadanía. Respecto a la Salud Mental, que no se convierta en una simple extensión de lo psiquiátrico y lo psicológico: sufrir no es un trastorno. Puede hacer más por la Salud Mental el Ingreso Vital Mínimo que una legión de profesionales, pero, cuando estos especialistas sean necesarios, han de ser cercanos. Muchos se sienten abandonados por las instituciones. Existe el riesgo de que el desvalimiento llegue a tal punto que la gente se entregue a quien le ofrezca lo que intensamente desea/necesita, aunque sea una ilusión.
Amador Fernández-Savater sostiene que durante la crisis se han abierto muchos «agujeros» en el tejido personal y social, haciéndose más visibles la crudeza de la división social por clase, género, raza o edad y las enormes desigualdades de nuestra sociedad, así como la negación y la agresión constantes a la naturaleza en que se basa nuestro sistema «depredador». Lo que pretende el discurso de la guerra y de la emergencia social contra el virus es saturar ese espacio lleno de agujeros, que no saquemos conclusiones de lo sucedido y, sobre todo, que no actuemos. O sea: que todo cambie (la «nueva normalidad») para que nada cambie. Los poderes políticos se muestran más humildes que nunca: dicen claramente que «no saben» o «no pueden» en relación con el virus. Pero detrás de ello está la estrategia de gestionar la incertidumbre y también el desorden, planteando como alternativa la sumisión o el desastre, en palabras de Isabelle Stengers. Según Fernández-Savater, esta pensadora belga sostiene que de esta «alternativa infernal» solo puede salirse a través de «trayectos de aprendizaje», llevados a cabo por sujetos capaces de aprender algo nuevo y de actuar en consecuencia.
El segundo artículo de Fernández-Savater es muy sugerente. Habla del «estar raros», desajustados, descolocados, como la marca subjetiva de lo vivido en el confinamiento, y también de la necesidad de no suprimir este malestar y tratar de convertirlo en materia a elaborar para inventar un deseo nuevo, una nueva forma de vivir. Los malestares y las preguntas que nos hacemos, las ganas de otra cosa, contienen un enorme potencial de transformación personal y social.
¿Y los políticos? Por descontado, han hecho lo posible por protegernos del covid, pero en los aspectos sociales y económicos ha habido diferencias muy importantes. Podemos comparar las acciones dirigidas a preservar trabajadores y empresas del parón, y a atenuar su impacto ―«ertos», créditos avalados por el Estado, suspensión de despidos y desahucios, Ingreso Mínimo Vital…―, con las acciones que se dirigen a proteger a los de siempre. Por poner unos ejemplos: 43.000 euros por cada paciente ingresado en una UCI como compensación para las empresas sanitarias privadas, con y sin ánimo de lucro; concesión a Ferrovial del seguimiento de los pacientes infectados en lugar de reforzar la Asistencia Primaria, a la que le correspondería llevarlo a cabo; presupuestos estratosféricos en el contrato con Ferrovial para el IFEMA (Madrid), etcétera. Es decir, el orden de prioridades cambia radicalmente en unos y otros, mucho más allá de gestos solidarios como aplaudir a los sanitarios. No hablamos de palabras sino de hechos, de acción efectiva. En unos hay innovación, por lo menos en relación con crisis anteriores; en otros, más de lo mismo. Como ciudadanos deberíamos tomar nota.
Como decía al principio, he espigado los conceptos y las reflexiones de los autores mencionados para ayudar a trenzar un hilo de pensamiento que nos ayude a situarnos en esta nueva coyuntura. Ahora solo falta que cada uno los una y articule, los enlace y, sobre todo, juntos pero no revueltos, los convierta en acción, de manera que la tan manida nueva normalidad sea realmente nueva, al menos en parte. Que algo cambie, aunque sea un poco, que nuestros malestares, nuestro «sentirnos raros», no nos estorben, sino que nos ayuden a transitar nuevos caminos.
Quisiera acabar con los versos de un poema de Pedro Salinas titulado La voz a ti debida. No soy lectora habitual de poesía, pero los mencionaba Mario Gas en una entrevista, y no he podido resistirme a ellos. Dicen así: «Eso no es nada, aún. Buscaos bien, hay más».
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