Resulta que el aire de los aviones, ese aire encerrado y raro de respirar, es purísimo. Eso es así porque las compañías de aviación garantizan la existencia de un sistema de filtros en cada nave que ríete de los aires del Pirineo: está purificado en un 99%, de modo que, si no hay otra posibilidad, no hay problema en sentarse estilo lata de sardinas en los aviones porque, dicen, el aire es de toda confianza.
Esto lo aseguran tanto la Agencia Europea para la Seguridad Aérea como el Centro Europeo para el Control y la Prevención de las Infecciones que así se han manifestado - forzados a ello- por el escándalo de los pasajeros que se vieron obligados a volar en las antedichas condiciones tipo lata de sardinas.
Han elaborado una guía que indica la necesidad del uso de mascarillas y de medidas de higiene “ frecuentes y escrupulosas”, pero por lo que hace a la distancia física la guía indica que convendría mantener la distancia física “ siempre que sea posible”.
De modo que iremos al aeropuerto, nos tomaran la temperatura, pasaremos por las otras incontables medidas de seguridad, nos volverán a tomar la temperatura, en todo el proceso tendremos siempre lejos tanto a los empleados de la compañía como al resto de pasajeros y cuando alcancemos nuestro asiento tendremos gente pegadita delante, detrás, a derecha y a izquierda porque la normativa indica - ¡ tachán! magia potagia... - que “deberían” tomarse medidas de distancia física “ siempre que sea posible”.
“Siempre que se pueda”, ay. ¿Y eso quién lo decide? Quien vende los billetes. ¿Y qué quiere quién vende los billetes? El mayor beneficio económico. ¿Y cómo se obtiene? Vendiendo el máximo de plazas. Pues ya está.
Es un caso claro de lo que en mi ramo se denomina denegación: sí pero no; no pero sí; ya lo sé, pero da igual; la ley es para todos menos para mí...
Da qué pensar porque en una lógica simple o bien no hay posibilidad de contagio porque el aire está purificado y blablablá, de modo que el pasaje puede ir tranquilamente amontonado como ha sido usual o bien hay posibilidad de contagio, a pesar del aire purísimo y blablablá,p y debe mantenerse la distancia entre las personas.
Pero no….según los responsables europeos al cargo de la seguridad de los ciudadanos valen igualmente las dos posibilidades, son los milagros del uso perverso del condicional a mayor gloria del beneficio económico de las aerolíneas que, por cierto, están resistiéndose a devolver el importe de los billetes de los vuelos cancelados por la pandemia.
¿ Y si nos acordamos de lo que se ha ido afirmando sobre las mascarillas?.
He aquí la secuencia de las recomendaciones sobre los beneficios de su uso: primero fueron inútiles, segundo se dijeron innecesarias, tercero resultaron recomendables y cuarto han terminado por ser obligatorias.
En unas declaraciones recientes decía el doctor Almirante, jefe de Servicio de Enfermedades Infecciosas en el hospital de la Vall de Hebrón en Barcelona, que las mascarillas habrían sido necesarias al principio de la pandemia y que ahora no le ve el sentido a que sean obligatorias, justo cuando se ha establecido que lo sean.
¿ Por qué tanta incongruencia? Ah, es que entonces no había.
Y otra vez la pregunta, si eran necesarias pero no las había: ¿no habría sido mejor informar de ello a la ciudadanía?
Siendo una evidencia innegable el peligro para la salud que supone la pandemia conviene no perder de vista que muchas de las muertes y contagios que se han producido tienen una causalidad clara en los recortes sanitarios y en el abandono de las residencias de ancianos en manos de fondos de gestión.
Es decir que, en otras condiciones, los daños habrían sido menores.
Esta es una verdad de Perogrullo que corre el riesgo de quedar oculta, sepultada por la angustia y la vorágine informativa, pero está claro que no nos conviene que así sea.
Las decisiones que se tomen en el futuro no deberían priorizar el miedo como factor de control de la ciudadanía sino el sentido de la responsabilidad de las personas, lo que exige información veraz tanto sobre lo que se sabe como sobre lo que se ignora. Y otra verdad de Perogrullo: son todas estas decisiones cruciales porque determinan los valores que deben regir en las sociedades en las que queremos vivir y morir.
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