“Me dijo que yo tenía un potencial extraordinario, que se veía que era una persona con mucha fuerza, que podría hacer lo que quisiera, que podía triunfar en cualquier cosa que me propusiera. El despacho estaba muy bien, no muy grande, en un edificio regio, cerca del Paseo de Gracia. Cuando llamé me citó para el mismo día, “lo importante no puede esperar” me dijo.
Aquella visita no me la cobró, estuvimos casi dos horas. Me dijo que en diez o doce sesiones estaría hecho. Fuí a cuatro, me cobró lo mismo que me has dicho tú que vas a cobrar y me contó su vida, tenía mi edad, hablaba mucho de él... Era diseñador industrial, pero se había cansado, se había reinventado y ahora era “coach”. El día de la primera visita bajó conmigo cuando terminamos porque quería fumar.
Yo no quería una terapia larga y le encontré buscando en internet, tenía buenas valoraciones, pocas, pero buenas, me dijo que había empezado hacía un año y que el negocio iba bien.
Cuando vi que la primera visita era gratis pensé que no perdía nada por acudir a su consulta y cuando me propuso ir ya mismo me sorprendió pero me gustó, lo sentí muy pendiente de mí.
Cuando se lo conté a Amy se alegró de que hubiera consultado aunque se escamó al saber que no me había hecho pagar, dijo que parecía que J. valoraba poco su tiempo, de modo que no le conté el rato que habíamos estado.
Tal como estoy yo ocupar el tiempo me produce alivio, se me hacen las horas eternas, se me ha acabado el paro y no sé qué hacer... Hago mucho deporte, cuido la nutrición, estoy en un grupo de entrenamiento heavy , pero todos trabajan y me da como vergüenza no hacer nada... Tengo un dinero para invertir en un negocio, pensé que triunfaría, pero me han pasado los dos años desde que volví de Brasil sin darme cuenta, he pensado en muchos negocios, una lavandería, un gimnasio, un restaurante..., pero no sé qué hacer. Mi madre está muy inquieta y cada vez que nos vemos me pregunta si ya he decidido algo. Es muy pesada la pobre, aunque, claro, la entiendo, mi padre perdió el trabajo hace años, puso una panadería con la indemnización y se hundieron.
J. se decantaba por un restaurante y hasta me propuso facilitarme un contacto con un amigo suyo que tenía uno en Londres y buscaba un inversionista, es muy buena gente, muy buen tío. Yo hablo mal inglés, por eso se me acabó el curro en Sao Paulo, habían comprado la empresa unos alemanes y había que hacer formaciones en inglés. J. opinaba que un tiempo en Londres me sentaría muy bien, me contó que él se había ido un año a Estrasburgo antes de hacerse coach y decía que vivir fuera es una gran experiencia. Eso yo ya lo sabía y me mosqueó cuando lo dijo, ya le había contado que antes de Brasil estuve en México y no dudaría un segundo en volver a irme si encontrara trabajo de lo mío.
Me sabe mal decirlo porque es muy majo y bien dispuesto, pero cuando empezó a hablar otra vez de él me pregunté si se acordaría de que yo había vivido cinco años lejos de Barna. Lo comenté con Roser que es la hermana de Mari, le pidió tu teléfono y aquí estoy, peor de lo que estaba hace un mes cuando fui a verle”.
T. hablaba en un tono bajo, el cuerpo derrumbado, mirando al suelo, se sentía muy perdido y estaba profundamente angustiado por la deriva de su vida desde el regreso a Barcelona, la consulta al coach le había dejado mal, sentía una enorme desconfianza respecto a la posibilidad de recibir ayuda efectiva para salir del marasmo creciente en que se sentía atrapado.
Yo constataba mientras le escuchaba la indefensión que sufren, a veces, las personas que requieren tratamiento psicológico, lo inermes que se encuentran frente a las malas prácticas, porque el tal J. aparecía como un caradura, un listillo que se aprovecha de la angustia de las personas : despacho vistoso, labia a raudales, promesa de soluciones express, administración generosa de jabón con mucha espuma y cuatro ideas todoterreno. En fin, es un decir, puede que ni cuatro.
En uno de los primeros post de este blog: https://www.catalunyapress.es/texto-diario/mostrar/519670/conoces-algun-psicoanalista-sidney hablaba de que en las terapias psicoanalíticas nos regimos, entre otras cosas, por la regla de la abstinencia.
Añadiré ahora que esta regla no exige solamente respetar la libertad de elección, en cualquier ámbito, de quien consulta sino que exige también abstenerse de contar la propia vida. Es una exigencia absoluta, de modo que no permite hablar de sí mismo ni ponerse de ejemplo en ninguna circunstancia - duelos, alegrías, enfermedades, nada - no caben tampoco el proselitismo político o religioso.
El tiempo de las sesiones pertenece íntegramente a los y a las pacientes que pagan
por ser atendidos, la vida que se cuenta es la suya y las palabras con que lo hacen también. Son palabras necesarias para que se desarrollen las particulares tramas narrativas de cada cual, aquellas que, una vez enunciadas, les permitirán situarse en el mundo de otra modo, de uno no absolutamente sintomático.
Muchas veces nos preguntan: ¿tú qué harías? Y nos callamos. Abstenerse no está al alcance de cualquiera, se requiere una larga formación, un conocimiento de sí y un comedimiento que no puede obtenerse sin un trabajo analítico.
Papá, mamá, tu mujer, tu marido, tu prima, tu hermano, tus amigos... mucha gente de buenas intenciones está siempre dispuesta a ponerse como ejemplo y a decirte qué es lo que tienes que hacer. Esto forma parte de la vida de relación, es perfectamente comprensible y sin duda legítimo.
Pero un o una psicoanalista no, jamás se pondrá como ejemplo ni te hablará de su vida porque sabe de la subjetividad y de la complejidad de las identificaciones que la constituyen. No se confundirá entonces, por más que se lo pidas, con tu papá, con tu mamá, con tu mujer, con tu marido, con tu amigo, etc y no te dirá qué hizo ni tampoco qué haría de encontrarse en un caso como el tuyo. Un coach sí y, en demasiadas ocasiones, su prepotencia y su ignorancia causarán daño.
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