Me asomo y contemplo el mar a lo lejos, el mismo Mediterráneo del que hablan Homero o Ausias March, el mismo de los relatos de Pla, de Carme Riera, de los poemas de Kavafis, de Salvat Papasseit... tanta historia, tantas historias en este mar nuestro.
¿El mismo? Claro que sí. Pero también: claro que no.
Cuando Homero lo menciona en La Odisea suele hacerlo así: “ la mar repleta de peces”, seguramente esa manera de describirlo sería sostenible en la pluma de cualquiera de los otros, pero no es sostenible hoy mientras lo contemplo confinada - la mirada sobrevolando una ciudad en suspenso- a causa de una amenaza biológica que es letal. Es un mar donde los peces escasean y donde los muertos abundan.
Claro que la idea del mar lleva consigo la de los naufragios - la muerte forma parte de la vida- pero no implica la catástrofe actual: naufragios de pateras, de zodiats, de cáscaras de nuez fletadas por mafias consentidas que llevan a la muerte a personas que huyen de la guerra, de la miseria, del hambre...son personas valientes y decididas, hay que serlo para emprender un viaje tan azaroso, jalonado de peligros. Cualquier sociedad en sus cabales debería abrirles las puertas y facilitarles el arraigo, sería una inversión de futuro.
Pero no, hasta en una situación como la actual en la que si hay algo indudable es que el bicho no distingue de un humano a otro somos nosotros, ciudadanos de un primer mundo, cojo, tuerto y manco, pero aún primer mundo quienes consentimos que en los campos de refugiados la gente muera amontonada, de hambre, de frío, de enfermedad…
Mares y ríos envenenados, tierras exhaustas y yermas cuando no tóxicas, un aire que nos enferma, el planeta se muere. La codicia ha desplazado al sentido común y el beneficio de unos pocos ha tomado el mando en el ordenamiento del mundo.
Decía Freud en 'El Malestar en la Cultura' que el progreso de la humanidad se gesta en la integración, en los conjuntos de personas cada vez más numerosos: de la familia al clan, del clan a la tribu, de la tribu a la ciudad, de la ciudad al reino, del reino al reino más grande…
El progreso se gesta entonces en un trabajo de integración de las diferencias, en la cooperación de personas y grupos, en la superación de un funcionamiento social que se asemeja al de las manadas de lobos, cada cual luchando por una parte de la presa y sometido al liderazgo del animal más fuerte.
Estamos saliendo, apenas, del estado de shock pero ya parece evidente que no está garantizado que vayamos a salir de esta situación progresando, hay que admitir que la regresión es perfectamente posible por más que las salidas regresivas impliquen un riesgo de colapso o incluso de extinción de la especie.
En la progresión encontramos inteligencia y colaboración, en la regresión encontramos estupidez y exclusión. No estoy insultando a nadie, se trata de un análisis razonado donde la inteligencia está del lado de la conservación de la vida -sanidad, educación, cultura, vivienda, investigación, medio ambiente- y la estupidez -capitalismo salvaje que no contempla nada de lo anterior- está del lado de la promoción de la muerte, la del planeta y la de las personas.
Tenemos ejemplos a montones: camiones con material sanitario comprado por países europeos detenidos en las fronteras de otros países europeos que pretenden apropiárselo; hay una multiplicidad de laboratorios en el mundo investigando sobre el Covid-19, buscando vacunas y tratamientos compitiendo en lugar de colaborar entre sí; hay gente clamando que ”España nos mata”, es la misma gente que a mitad de febrero manifestaba que en Catalunya tendríamos muy poquitos casos porque nuestro sistema público de salud es excelente. Equivocaron el tiempo verbal -nuestro sistema de salud fue excelente- o quizá borraron de su memoria lo que sucedió: aquí, como en la Comunidad Autónoma de Madrid, se impusieron hace 12 años los mayores recortes sanitarios de España, tijeretazos salvajes, lo que no obsta para que el actual alcalde de Madrid tampoco se acuerde y haya afirmado que los dichos recortes son “una leyenda urbana”,
¿No se les ha ocurrido a esas personas que el abordaje cooperativo del problema, la suma de conocimiento, dinero y esfuerzo, redundaría en beneficios para todo el mundo?
Es elemental, aunque al parecer no resulta evidente para alguna gente, que si la salvación es posible solamente lo será en términos de especie, la humanidad es una y el virus lo pone de manifiesto.
Pasados los primeros días cuando tanto se habló de solidaridad, empatía, ayuda ha empezado a asomar la patita la insolidaridad, el ombliguismo exacerbado y el sabotaje. Solamente un ejemplo: empiezan a publicarse noticias de agresiones a personas que mantienen el mundo en marcha, médicas, enfermeros, cajeras se han visto hostigados por sus vecinos y compelidos a abandonar sus viviendas porque consideran que son fuentes de contagio, portadores del virus.
Se nos presenta una ocasión de oro para poner por delante lo que nos vincula como especie, lo que nos hace humanos, más allá de la particularidad de lugar de nacimiento, del color de la piel, de la lengua y de las religiones o las creencias en que la humanidad se encarna en cada sujeto.
Pero no es seguro ni mucho menos que la vida prime. Sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, sabemos también entonces que esa manera de vivir es estúpida por letal.
La naturaleza tiene una capacidad de regeneración asombrosa aunque hay límites y desafueros que no tienen vuelta atrás. Aún así es posible tomar posición y la responsabilidad siempre es individual. Cada cual tiene la suya, dicho en palabras de Burke citado por Mario Polanuer en su último post: “para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”*.
¿Qué mar van a contemplar en el futuro los ojos de los niños y las niñas que hoy están confinados? ¿Verán una mar repleta de peces o serán aguas muertas lo que les dejemos?
Escribe tu comentario