El Sáhara es un desierto inmenso, inaprensible, que va desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo y esta misma dimensión hace que no sea un universo homogéneo, sino que englobe en sus arenas, montes, valles, cauces fluviales y roquedales –porque de todo hay en un desierto-, así como numerosas culturas que han tenido su propia evolución histórica. Esto mismo puede aplicarse a algunas de las partes en que ha quedado dividido como consecuencia del establecimiento en los dos últimos siglos de fronteras territoriales puesto que, con las independencias habidas en la segunda mitad de la pasada centuria, éstas han quedado consagradas como límites de los nuevos estados. Uno de los fragmentos más amplios de este Sáhara fragmentado es el correspondiente a Argelia, con miles de kilómetros de recorrido, paisajes sumamente diversos, climas diferentes, pueblos heterogéneos y ciudades y villas con singulares atractivos, lo que ha hecho que, en algunos casos, recibieran el reconocimiento internacional como “patrimonio de la humanidad”.
Tal es el caso de villa de Ghardaia, situada en la zona centro-oriental de Argelia, a unos 600 kilómetros de la capital del país. Se halla en la orilla izquierda del rio Tzab, que forma un ancho valle, que permanece seco en la mayor parte del año. Capital hoy de una provincia a la que esta ciudad da nombre, forma parte históricamente de una pentápolis de centros urbanos fortificados que fueron creados por la secta musulmana de los moabitas cuando se establecieron en esta zona hace un milenio.
Construyeron entonces una red de cinco ciudades que situaron en zonas elevadas y fácilmente defendibles. Fueron Ghardaia, Melaka, Beni Siguen, Bu Mura y El Atreo. Cada una de ellas se estructuró en torno a una mezquita central, cuyo minarete cumplía también la función de torre de vigilancia y disponía de granero con el fin de aprovisionar los recursos necesarios para la supervivencia en caso de ataque.
En torno cada templo, se edificaron en forma concéntrica las casas, hechas de arena, arcilla y yeso, y todo este conjunto fue dotado de altas murallas, lo que daba a dichas villas un aspecto de inexpugnable fortaleza. En verano, y si no había peligro a la vista, solían salir a campo abierto, y entonces fueron surgiendo núcleos externos también con su mezquita y rodeados de palmerales, olivares y cementerio. Los moabitas desarrollaron además un sabio y complicado sistema para optimizar el aprovechamiento de sus recursos hidrológicos que, en buena parte, se mantiene vigente.
Quiere la leyenda que el nombre de Ghardaia proceda de una mujer llamada Daian que habría vivido en una cueva antes de la llegada de los moabitas, pero para mucho más plausible que origen haya que buscarlo en una palabra de la lengua tamazul que significa el castillo. En la actualidad es una población de más de 90.000 habitantes, cuya mayor riqueza está en la elaboración de alfombras de pelo de cabra, mantas y textiles, con una feria anual a finales de marzo, aunque también en la explotación de su palmeral de más de 60.000 árboles, que producen el delicioso dátil del tipo deglet noir.
Su centro neurálgico radica en una gran plaza porticada rectangular que data del siglo XI, cuando ejercía su gobierno el jeque Ami Said. En este zoco se celebra cada jueves un animado mercado que hasta bien entrado el siglo XX fue nexo comercial de gran importancia entre el norte y el sur de Argelia. En su centro existe además una estructura en forma de media elipse conocida como la huita, en la que se reunían los domannes o representantes de las tribus de la ciudad para resolver los asuntos municipales.
De la plaza parte un dédalo de calles con tiendecitas de todo tipo; por un lado, las de alimentación, por otro, las de ropa y tejidos. En todo caso, el bullicio nunca decae porque esta plaza es el corazón de Ghardaia y paso inexcusable para ir de un sitio a otro. En lo alto, emerge la bella silueta de la mezquita de Sidi bu Gdema, con su minarete de cuatro dedos, y algo más alejado, está el cementerio, con una mezquita menor, pero de extraordinaria belleza, el mausoleo de de Ami Said, del siglo XVI.
Como en tantas otras ciudades del Magreb, el mayor encanto de Ghardaia está en sus calles laberínticas y estrechas, con casas de fachada blanca o rosa, por las que circulan mujeres cubiertas, hombres apresurados, mozalbetes bullangueros y algunos turistas, porque empieza a regresar el turismo al desierto argelino y los españoles estamos aprendiendo a descubrirlo. Como lo hizo hace muchos años Simone de Beauvoir para quien Ghardaia era “una pintura cubista bellamente construida”.
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