Oí años atrás a un aficionado al fútbol que confesaba que cuando él no veía el partido por la tele entonces su equipo perdía. Un tipo de pensamiento mágico equivalente a creer que los objetos tienen alma y que por tanto deben recibir un trato cuidadoso. O equivalente a sabernos merecedores de determinadas satisfacciones que recibimos. O equivalente a creer que estamos siendo observados y que si nos llevamos de forma adecuada obtendremos recompensas. O equivalente a creer que hay señales que nos indican cómo debemos reaccionar.
Hay una novela de Agatha Christie donde uno de los personajes acaba afirmando que todo aquel que se mete con él acaba muriendo, como si existiera una justicia divina. Pero no. El autor de las muertes es una persona. Ahora bien, si quieres buscar los tres pies al gato puedes hacértelo venir a tu conveniencia para decirte que el asesino ha sido puesto al planeta para cumplir un propósito trascendente. Depende de cómo engañes a la mente, sufrirás de una forma u otra.
La problemática del pensamiento mágico es que arraiga en ti con firmeza. Y lo hace con firmeza porque nos suceden cosas absurdas o cosas sin una explicación concreta. Y con la magia nos dejamos embaucar porque nos provoca una sensación placentera. Y cuando mejor es el mágico más disfrutamos.
Es recomendable que afrontamos los misterios de la existencia con reflexión para terminar estableciendo nuevas teorías pero es muy tentador dejarse llevar por el encanto del pensamiento mágico.
No hay que creer que somos individuos especiales porque ya es bastante evidente que somos únicos. Pero esta unicidad nos hace abocarnos, desde miles de años, a considerar que hay unas entidades, o una planificación, que nos aportarán experiencias maravillosas dentro de un plan cósmico específico. Y, al fin y al cabo, la vida es mágica pero hay que descubrir el truco, aunque se pierda el encanto.
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