¡Corre!, me gritaron mis amortizadas piernas instantes después de que tres muchachos se levantasen del bordillo de la acera, se separasen como las costillas de un abanico y desplegasen sus alas de terciopelo negro con la intención de abrazarme. Era consciente de que los tiempos del apartheid habían pasado, que había llegado la primavera en la que florecían los corazones acromáticos y que ni ellos ni yo teníamos adjudicada una acera en concreto por la que transitar. Presa fácil, debieron pensar al verme mientras se preguntaban si lo que tenía de edad lo tenía también de tonto. Y, lo cierto es que sí, que tonto debería estar, porque el día anterior al llegar al albergue me advirtieron que no debería salir solo.
―He perdido el candado para la taquilla y quisiera saber si hay por aquí cerca una tienda donde comprar uno―, le pregunté a la joven de recepción.
―Aquí delante hay una―, me respondió mientras señalaba con su dedo achocolatado un pequeño comercio que se encontraba a unos cincuenta metros de distancia.
―Vale, gracias―, le dije mientras me dirigía hacia la puerta ansioso por dar los primeros pasos en esta ciudad tantas veces soñada.
― ¡Oiga!, es mejor que no vayas solo ―me advirtió―, es probable que no vuelva, primero le robarán y después…
Un joven, me acompañó y volvimos con el candado que iba a custodiar en la taquilla mis calzoncillos de respeto y alguna cosa más de menor relevancia.
Tras vislumbrar la intención de esos tres jóvenes y recordar las recomendaciones del día anterior, mis piernas no esperaron más, se pusieron a correr como cuando era niño por medio de la calzada sorteando los coches hasta llegar al albergue. A partir de ese momento, perdí mi bravura torera, me parapeté en el burladero y, cuando salía al ruedo de Johannesburgo lo hacía emparejado con Mpho, el joven negro que me había acompañado a comprar el candado.
Esta fotografía la tomé desde la terraza del hotel Carlton, cerrado en la actualidad, a la que puede acceder gracias a Mpho. ¡Qué vistas!, casi nos besamos. Se inauguró en 1972 y durante más de veinte años fue el hotel con más glamur de África. En él, se alojaron personalidades de primera línea tanto del ámbito de la política como el de la cultura. Nelson Mandela, fue uno de ellos, allí celebró la boda de su hija, su setenta y cinco cumpleaños y desde allí anunció la victoria en 1994 de su partido ANC, African National Congress. Desde la terraza tienes una vista impresionante de lo que fue el corazón de la ciudad y de los negocios. Hoy, las oficinas abandonadas las ocupan personas sin recursos, estudiantes negros con calderilla en el bolsillo y cucarachas de todos los colores; los comercios sin género en los escaparates bajaron las persianas; por las calles camina poca gente, están sucias y es arriesgado pasear por ellas por su alto índice de criminalidad, sobre todo si eres blanco. La zona más segura de la ciudad es Maboneng, “lugar de luz”, un barrio de moda con un ambiente bohemio y una oferta variada de restaurantes y cafés amenizada por grafitis realizados por artistas callejeros. Aquí, la juventud, con sus corazones acromáticos, confraterniza más allá del color de su piel y el viajero encuentra un ambiente idóneo para tertuliar con los lugareños.
Sin soltar la mano de Mpho, visitamos la prisión de Old Fort, “antiguo fuerte”, que se encuentra en el distrito de Bloemfontein, al norte de la ciudad, hoy el barrio del comercio y las financias. También en este distrito se ubica el Ayuntamiento de Johannesburgo y la prestigiosa Universidad de Witwatersrand en la que estudió Mandela derecho a pesar de las restricciones impuestas durante el apartheid. En este mismo barrio también está la sede del Tribunal Constitucional de Sudáfrica, un moderno edificio construido sobre una parte de la antigua prisión.
Old Fort fue la primera cárcel de Johannesburgo y en ella fueron encarcelados por los ingleses los combatientes afrikáners, los boers, colonos de origen neerlandés, tras perder la guerra. Con el inicio del apartheid en 1948, las terroríficas celdas se llenaron a rebosar de opositores al racista Partido Nacional, siendo los presos negros los que recibieron el trato más aberrante. En una sección de la cárcel conocida como “Número cuatro”, estuvo preso Mahatma Gandhi y el ex presidente del Congreso Nacional Africano Albert Luthuli. En dos ocasiones Nelson Mandela estuvo preso en Old Fort, en 1956 y en 1962. La primera vez, mientras esperaba ser juzgado por alta traición permaneció durante tres años, siendo absuelto en 1961 por falta de pruebas. La segunda vez fue en 1962, después de ser arrestado mientras conducía por la ciudad de Howick. Acusado de pertenecer a una organización guerrillera “Lanza de la nación” y por conspirar contra el gobierno, fue condenado a cadena perpetua después de declararse a favor de la democracia y contra la discriminación racista. Fue ingresado en la prisión de Robben Island, donde pasó veintisiete años. La prisión de Old Fort dejó de ser un centro de reclusión en 1983 para convertirse en un memorial más de los sembrados por la humanidad a lo largo y ancho de un planeta en el que estamos de paso.
Los orígenes del Apartheid se remontan al año 1488, cuando Bartolomé Diaz, navegante portugués, gritó desde el castillo de proa, “¡tierra!”. Era Sudáfrica, la tierra en la que campaban por sus fueros la tribu de los Khoisan, de raza negra, descendientes directos del Homo Sapiens, dedicándose principalmente al pastoreo, a comer marisco y a descansar plácidamente sobre alfombras de pasto. Tras un “compartir” en los primeros encuentros con los nativos, «yo te doy tenedor y tú me das marisco», se pasó al “convertir”, «yo te doy cruz y tú, te me arrodillas». El lugareño no lo entiende y corazón blanco le da con la regla en la punta de los dedos y le manda al “curro” apercibiéndole de que «no está hecha la miel para la boca del asno» y, lo dice tan fuerte, que se oye en toda Europa. No tardan los neerlandeses y los ingleses en sumarse a la fiesta, porque «a nadie le amarga un dulce» y eran tan buenos los de los Khoisan, que los supremacistas blancos deciden ser ellos los que manejen el cotarro. Así se fragua el Apartheid, yo me quedo con todo, a ti te dejo el silencio y el Khoisanito, parafraseando a Larralde dice: «y por qué no da leche me lo dejas». Hasta que Mandela, descendiente de la tribu de los xhosa, se harta y grita a los cuatro vientos: «¡Quiero una sociedad libre y democrática, en la que todos vivamos en armonía y con igualdad de oportunidades!».
En 1990, tras las elecciones multirraciales de 1994, Nelson Mandela es elegido presidente de Sudáfrica, y del apartheid entre blancos y negros, se pasa al de entre ricos y pobres. Pero la vida sigue y es loable el esfuerzo que hizo Mandela por la reconciliación entre los sudafricanos. Había que perdonar y él, lo hizo y convenció a blancos y negros de que debían dejar aparcadas las posiciones más radicales. Hoy, el Constitution Hill, sede del Tribunal Constitucional, es el monumento que recuerda a todos el final del Apartheid y el comienzo de una nueva época en Sudáfrica después de siglos de confrontación y segregacionismo. El edificio se encuentra en una parte de los terrenos de la prisión de Old Fort y se construyó con la implicación de todos. Negros y blancos, carceleros y prisioneros, racistas y abolicionistas, convirtieron el lugar en el que se obviaron los derechos humanos y se cometieron las mayores aberraciones, en el lugar en el que la llama de la democracia aparece permanentemente encendida. Se inauguró en el año 2004, el día de los Derechos Humanos y tiene por finalidad mantener viva la memoria con el objetivo de que los hechos acaecidos no se repitan.
Camino de Soweto, abreviatura de su ubicación en el suroeste de Johannesburgo, Mpho me comenta que vivían en el muchos activistas políticos que estaban hasta la coronilla de la falta de libertades y de las leyes segregacionistas. Era una bomba que podía estallar en cualquier momento. Fue un decreto de 1974 que obligaba en las escuelas negras a impartir las clases en inglés y en afrikáans (lengua de los colonos neerlandeses), el detonante de los disturbios. Los estudiantes preferían el xhosa, sotho o zulú y no estaban en contra del inglés ya que éste facilitaba encontrar trabajo, mientras que el afrikáans era el idioma de los blancos que eran los manejaban la política y la economía, y los que iban a segregarlos por el color de su piel. Por otro lado, los estudiantes blancos podían escoger idioma. Más de doce mil os estudiantes negros y también profesores se manifestaron por las calles de Soweto con pancartas y gritos contra el presidente Vorster, que no tardó en mandar a la policía. Más de quinientos estudiantes murieron, similar a lo que está sucediendo estos días en Myanmar, y más del doble fueron heridos. Después, más apartheid, más represión, encarcelamientos, torturas, muertes…
En Soweto se encuentra la casa en la que vivió Mandela después de salir de la prisión de Robben Island; en Soweto Miriam Makeba, “mamá áfrica”, dedicó una canción a los estudiantes muertos; en Soweto los estudiantes siguen reivindicando sus derechos; en Soweto y en Sudáfrica la lucha por la libertad y la igualdad continúa. La mayoría de la población es negra, la cifra de paro es altísima y muchos de ellos viven en la más absoluta pobreza mientras que los blancos, no llegan al veinte por ciento y su nivel de vida es similar al que encontramos en la mayoría de los países europeos. Sudáfrica, es el país con mayor desigualdad del mundo entre ricos y pobres. Han de pasar muchos años para que desaparezcan las desigualdades, aunque hoy, en algunos lugares, conviven en armonía negros y blancos y pueden tomarse una cerveza, por supuesto “Soweto”, sin que el color de la piel importe. Como cantan Rosario Flores y Vanesa Martin «…después de tantos años, de lo que está vivido, que callen los que no saben sentir…».
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