Que quieren que les diga yo es que es entrar en un ascensor y me viene un subidón, oigan. Yo creo que esto es producto de tanta película con ascensor donde entre piso y piso daba tiempo de meterse la lengua hasta el esófago.
Que quieren que les diga yo es que es entrar en un ascensor y me viene un subidón, oigan. Yo creo que esto es producto de tanta película con ascensor donde entre piso y piso daba tiempo de meterse la lengua hasta el esófago. Y ya no digamos si la cosa iba de edificio de oficinas donde entre el hall y el último piso daba tiempo de arrancar el sujetador, desabrochar pantalones, subir camisas y echarse un polvo como una catedral, que siempre hay que pensar en Dios, que dicen que está en todas partes y yo fui a colegio católico.
Lo cierto es que me rodean las tentaciones porque hoy todo edificio tiene ascensores y los edificios cada vez más pisos, así que claro es un no parar. Es ver un ascensor y se me desboca la imaginación. Me imagino orgías, proposiciones deshonestas ¿o son honestas?, diálogos donde todo gira alrededor de un encuentro sexual sin fin.
Cada vez que entro en uno es casi como si ya estuviera penetrando; todo me recuerda al coito. Se abren las puertas, se aprieta el botón con un dedo, se entra en un juego de miradas, se apretuja la gente, se sube, se sube y al final salen a borbotones en cascada desparramándose por la planta 23. Sí, hasta este detalle es sexual; 23 son los minutos que se emplean de promedio en una relación heterosexual.
¡No saben lo que yo sufro en los ascensores! Cada persona es una posibilidad. Cada una lleva ropa interior y en medio segundo siento que toda esa ropa interior está ahí ¡amenazando mi seguridad! Ahora también veo sujetadores en la puerta del ayuntamiento. Creo que debo tener alucinaciones. He ido a la consulta médica y me ha atendido una chica que me ha dicho que lo mío son fantasías machistas. Tengo que decirle a mi asesor que exija que me visite un médico.
Escribe tu comentario