He seguido con atención la primera comparecencia del director de la Oficina Antifraude, Miguel Ángel Gimeno, en el Parlament y me han sorprendido algunas de sus afirmaciones. Echarle la culpa a la persona que ya no está suele ser un recurso muy recurrente. Alguien tiene que comerse el marrón y nadie mejor que el “muerto”.
Miguel Ángel Gimeno ha manifestado que a su llegada a la institución se ha encontrado con 96 expedientes paralizados, de los cuales, la mitad ya habían caducado y el resto estaba a punto de hacerlo. También, para tranquilizar al personal, ha dicho que muchos de ellos no eran “muy relevantes”, gran consuelo para aquellas personas que han presentado las denuncias. La culpa, de la falta de controles internos y “problemas” en la organización, en la cual trabajan 44 personas.
Daniel de Alfonso, su antecesor, cesado por las conocidas grabaciones con el exministro Fernández Díaz, ha estado en la Oficina casi cinco años. ¿Nadie se ha dado cuenta del “caos”? ¿Qué hacían las sesudas cabezas de los investigadores? ¿Mirar para otro lado? ¿Cuántas de las personas que investigan, analizan y prevén la “corrupción” han tenido o tienen vinculaciones con partidos políticos? Lo siento pero no me trago que nadie de esas 44 personas haya sido capaz de denunciar esta situación tan caótica, irreal y kafkiana que se ha vivido dentro.
¿Y este es el personal que lucha contra el fraude, la corrupción y el sursuncorda? Si eso es así, lo mejor que puede hacer el Parlament es enviarlos a todos a su casa por incompetentes, desleales y cobardes. ¿Quién va a confiar ahora en la oficina?
Me cuenta alguna persona que había confiado en la Oficina Antifraude, presentando denuncia contra algunos alcaldes o regidos, que estos habían sido informados del tema. ¿También ha sido Daniel de Alfonso? ¿Confidencialidad?, ninguna y confianza menos. O se hace una limpieza y como se dice popularmente "borrón y cuenta nueva" o se cierra el chiringuito.
Decía Platón que "yo declaro que la justicia no es otra que la conveniencia del más fuerte". Es una afirmación de alguien que nació427-347 a.C. y aún sigue vigente. Hay cosas que nunca cambiarán por muchos siglos que pasen. ¿Es propio de la condición humana? Lo dejamos ahí.
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