De entre todas las escuelas de pensamiento de la antigua Grecia, fue sin lugar a dudas la estoica la que más se preocupó por el problema de la infelicidad. Según el estoicismo, la tarea de la filosofía era desarrollar un “arte de vivir”, en el que la teoría no fuese más que una preparación para la práctica.
Consideraban que la vida merecía ser vivida; que en todo contexto podíamos ser nosotros mismos, aceptar nuestra situación y vernos proyectados en ella. Para ello, entendieron la felicidad como ataraxia o ausencia de turbación, y diseñaron para alcanzarla una eudaimonia, el cultivo de la propia interioridad, capaz de generar un desarrollo y crecimiento personal.
Para ello, uno de los ejercicios filosóficos más utilizados fue la praemeditatio malorum, la anticipación de las desgracias que podrían acaecer al filósofo. En su versión cotidiana, solía realizarse a primera hora del día, antes de cualquier otra tarea. Tras abrir los ojos, el estoico visualizaba los diferentes acontecimientos negativos que se le podrían presentar: desagravios personales, infortunios económicos, dolencias físicas, la pérdida de un ser querido o incluso el fin de la propia vida. Ningún evento posible quedaba fuera de esta meditación.
No obstante, la praemeditatio malorum no era una reflexión pesimista, sino una práctica de vitalidad.
Con ella, el filósofo no quedaba abrumado por las incontables desgracias que podrían acecharle, ya que sencillamente las tomaba como posibles, para proseguir su camino teniéndolas presentes. Lo que el estoico buscaba era una visión de la realidad tal y como era, sin edulcorar, pues reconocía en ella una belleza intrínseca que no quedaba manchada por sus ocasionales golpes.
Ninguna calamidad podría cambiar esta conclusión pues, para el pensamiento estoico, cada día es un regalo a agradecer y nunca un derecho a exigir. De esta forma, visualizar los posibles embates de la vida se convertía en un acto de entrega a la misma, de preparación para sus devenires. Pues lo que el estoico buscaba era vivirla plenamente. Pese a todo.
Este ejercicio es un ejemplo de cómo podemos aplicar técnicas de sabiduría antigua a la vida diaria. Pese a los siglos que nos separan de ellos, el malestar que sufrimos es el mismo que el del antiguo estoico. Por tanto, podemos esperar una cura similar.
Cada mañana, cuando abrimos los ojos, iniciamos un diálogo con nuestra mente, que nos torpedea con escenas incómodas y futuros indeseables. El estoicismo nos enseña que no solo no hay que huir de esas imágenes, sino que hay que afirmarlas voluntariamente. Que es posible hacer resonar en nosotros un enérgico “Sí, podría ocurrir... ¿y?” que marque el inicio del nuevo día, en el que no haya lugar para la negación, al margen de lo que ocurra.
Hola Omar, muchísimas gracias por el texto, las reflexiones escritas y compartidas! Yo a veces me defino por mi nombre o por mi pasado y me doy cuenta de que estoy equivocada. Son partes de yo como sujeto, que me construyen pero que no me definen, no dicen quién soy yo. Fueron solamente experiencias. Mi ser fue, es y será intocable, imposible de modificar. Muchas gracias por las palabras y las ideas expresadas. Un saludo desde Buenos Aires!
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