Mussolini padeció un complejo de inferioridad con respecto a Alemania (Scurati, “M. La hora del destino”)
Una nueva entrega de la biografía del Duce en la que el autor resalta que Mussolini entró en la guerra mundial contra los deseos de Hitler
Mussolini es uno de los personajes más fascinantes y controvertidos del siglo XX y por ello ha sido objeto de numerosos estudios. El más reciente es el emprendido desde hace algún tiempo por el profesor napolitano Antonio Scurati del que Alfaguara publica un nuevo tomo titulado “M. La hora del destino” que comprende el período que va desde la entrada de Italia en la segunda guerra mundial hasta que, como consecuencia de los reiterados descalabros sufridos por su ejército en los diferentes frentes y de la invasión aliada de Sicilia, el Gran Consejo fascista acordó en connivencia con el rey Víctor Manuel su destitución el 25 de abril de 1943.
Siguiendo la pauta de los tomos anteriores, Scurati contextualiza la peripecia personal de Mussolini en función de los distintos hechos históricos que correspondieron a cada etapa y entrelaza los aspectos de su vida pública y privada con la de otros personajes paralelos o secundarios, contrastando el relato propiamente dicho con testimonios históricos reales que subrayan las tesis implícitas en el relato del autor.
Scurati subraya con énfasis la persistencia en Mussolini de un obsesivo complejo de inferioridad con respecto a Alemania. “Lo que teme -dice- es la supremacía alemana, una Italia degrada al rango de subalterna” lo que le llevó a considerar que “la supremacía de su aliado germánico, más que una garantía de victoria, es ahora para él una obsesión insoportable”. Sobre todo, cuando se dio cuenta que Hitler no estaba dispuesto a darle el bocado que pretendía en las colonias francesas de África. Ello dio como resultado que tanto el Duce como el Führer se ocultaran, en las numerosas entrevistas que mantuvieron, muchos de sus proyectos bélicos más inmediatos, con resultados muy negativos.
Es este complejo de inferioridad el que le llevó a entrar en la guerra con Francia cuando Alemania ya la había derrotado, a invadir Grecia y Yugoslavia, a implicarse en la invasión de Rusia -sin que Hitler se lo pidiera-, a intentar alcanzar Egipto e incluso a declarar sin ninguna necesidad la guerra a Estados Unidos como consecuencia del ataque japonés a Pearl Harbor. En todos los casos con desastrosos resultados y con la vergüenza de aceptar que tuvieran que ser los alemanes quienes le sacaran las castañas del fuego. Tal como apuntó Goebbels -y reproduce Scurati- “Italia se está convirtiendo en nuestro talón de Aquiles”.
El autor, como se ha dicho italiano, no es timorato en la denuncia de las atrocidades cometidas por sus connacionales, tales el genocidio de poblaciones nativas en África septentrional y Abisinia, o las masacres cometidas en Yugoslavia como consecuencia de su fracaso en la italianización forzosa de alguna de sus nacionalidades. Ni tampoco elude severas críticas sobre la incompetencia y desidia de algunos de sus generales -compara al dirección de la guerra en África de un Rommel al frente de sus tropas, con la de sus homólogos italianos que lo hacían siempre desde la retaguardia- y censura la adulación, silencios y sumisión de aquellos frente las decisiones descabelladas de Mussolini.
Más allá de los aspectos referidos a la gran historia, Scurati atiende también a los aspectos íntimos de la vida privada del dictador italiano, las relaciones con su amante Clara Petacci, el papel de alguno de sus hijos -Bruno, muerto en campaña, o Edda, enfermera voluntaria que fue capaz de salvarse del naufragio de un barco hospital bombardeado por los enemigo-, así como la creciente disminución de su capacidades a causa de sus patologías de carácter psicosomático. También resultan interesantes las historias de algunos personajes secundarios, como es el caso de Américo Dumini, asesino por encargo del socialista Mateotti y luego colonizador afortunado en Libia y agente ¿doble? de italianos y/o ingleses.
Todo ello conduce ineluctablemente al descalabro militar de Italia cuando lo aliados invaden el sur del país, y como consecuencia, al desprestigio del propio Mussolini que da lugar a su destitución por sus propios pares y crea, velis nolis, la mayor de las paradojas porque, como apunta Scurati, ”al cabo de veinte años, ha caído el fascismo pero en esa demolición no ha participado ni un solo antifascista”.
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