Cincuenta islas, casi todas desconocidas, en el “Atlas de islas remotas” de Judith Schalansky
Una curiosa obra en la que se describe medio centenar de islas distribuidas por los diversos océanos y en las que la autora reconoce que “nunca estuvo y a las que nunca irá”
A muy pocos les resultará familiar el nombre de Annobón. Pues bien, es una isla situada en el Océano Atlántico, al sur del Ecuador, que actualmente pertenece a Guinea Ecuatorial pero que hasta 1968 fue española y además el lugar más meridional de nuestro país. Es una de la incluidas en el “Atlas de islas remotas” de Judith Schalansky (Capitán Swing/Nórdica libros), un curioso volumen en el que, tal como dice la autora, reúne “cincuenta islas en las que nunca estuve y a las que nunca iré”.
Confieso que me hubiera gustado ir a Anobbón, que es una asignatura pendiente y me temo que continuará siéndolo siempre, aunque sí en Corisco, que pertenece a esa misma república ecuatoguineana pero es mucho más accesible. Como tampoco pude ir a Brava, la menor de las islas de Cabo Verde, aunque sía otras tres, las más importantes, de ese estado insular. Cosas de la vida.
Este “Atlas de islas remotas” es un regalo para los amantes de aquellos territorios que estudiamos en geografía como “porción de tierra rodeada de agua por todas partes”. Una definición harto elástica que permite considerar como tal a la inmensa Australia, a la par que a la minúscula Tromelin, de tal solo o’4 kilómetros cuadrados de superficie, englobada en las islas Dispersas del Océano Índico, donde vivió un grupo de esclavos que se salvó del naufragio de la embarcación en la que les llevaba para venderlos en Mauricio, entonces llamada isla de Francia. Es una de las muchas historias que se relatan en esta obra en la que aparecen algunas islas famosas por sus connotaciones relevantes, cuales Santa Helena, donde murió desterrado Napoleón, Iwo Jima, disputada a sangre y fuego entre estadounidenses y japoneses durante la segunda guerra mundial o Diego García, en el archipiélago de Chagos, de actualidad por las reivindicaciones de su población autóctona que fue deportada manu militari a Mauricio. Así como también alguna de acreditada imagen turística, como es el caso de la chilena de Pascua.
Muchas disponen de parvas poblaciones como la ya citada Tromeli, en la que todavía viven cuatro personas, Oso (noruega) con nueve y Roul (neozelandesa) con diez, eso si no han descendido sus respectivos censos tras la redacción del libro. Poblaciones tan reducidas producen efectos insólitos como el alto porcentaje de daltónicos en Pingelap por culpa de la endogamia entre sus 250 habitantes. Claro que el mayor grupo de islas referenciadas son las sencillamente deshabitadas, buena parte de las cuales emergen en el Océano Pacífico. Algunas, meros conos de volcanes sumergidos o leves elevaciones sobre el nivel del mar como Takku, en Papúa Nueva Guinea, que sobresale poco más de un metro, lo que nos lleva a pensar en su no muy lejana e inevitable desaparición por mor de las consecuencias del cambio climático. Razón de más para apresurarse a conocerlas… los que se atrevan a ir.
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