Fernando San Agustín por la paz y por la mujer
Hombre de mar y amigo de Albert Boadella, Fernando San Agustín combate en favor de la cultura y contra la estupidez que esclaviza
Hace ya medio siglo que se fundó la Unión Militar Democrática, una asociación de militares que poco antes de que muriera Franco desarrolló una intensa actividad en favor de la democracia; una asociación clandestina, por consiguiente. Entre sus componentes estaba Fernando San Agustín, alguien que formó parte del servicio de inteligencia en la lucha contra el terrorismo. Posteriormente se dedicó a la consultoría y asesoró a empresas y a gobiernos extranjeros. Ha escrito libros como Os matarán en nombre de Dios y La trastienda de los servicios de inteligencia (a propósito de este libro, Fernando Rueda dijo de su autor que fue un espía listo, valiente y hábil y que sus operaciones cambiaron la historia de España). Recientemente ha publicado un libro singular: Los hombres sin GPS, que se puede encontrar en Amazon y donde combate la irracionalidad de los hombres, en cuanto machos alfa y acobardados. “Desde que los machos se encargaron de gobernar la humanidad no ha conocido la paz”.
Hombre de mar y amigo de Albert Boadella, Fernando San Agustín combate en favor de la cultura y contra la estupidez que esclaviza. El libro libera numerosas reflexiones, opino que no suficientemente integradas, que son drásticas y polémicas. Deplora que el eterno masculino consista en andar desnortado y no ver la realidad. Las mujeres, en cambio, hablan de realidades: “Si se lo proponen, las mujeres tienen un papel hegemónico en la pareja, la familia y la sociedad. Los hombres no se dan cuenta de que son unas marionetas; es la mujer quien maneja los hilos”. Sin embargo, una ínfima minoría de mujeres (las occidentales) gozan de relativa libertad y una disputada igualdad. Sucede que, a la falta de valor, se suman la carencia de dignidad y de sentido de la justicia, y estos tres factores, señala el autor, “explican que se haya permitido y se permita el sometimiento de las mujeres”.
Fernando San Agustín afirma categóricamente que el desnortado “sonríe fuera de casa, pero no en familia. La impresión es que está mal en casa y también en su propio cuerpo”. Por otro lado, es irrefutable su alusión a los siglos de arrinconamiento de la mujer, postergada, “sometida a una esclavitud física, psicológica y social por tener limitadas sus relaciones personales, el acceso a la cultura”, ocultados o negados sus méritos, perseguida su “posibilidad de gozar del sexo”. Todo ello destinado con crueldad e ignorancia a “impedir que su superioridad mental y psíquica salga a la luz”. Sin embargo, “cada día, cada año, en cada generación va aumentando el deseo, la necesidad de reducir al hombre al papel que merece y nunca debió superar: el de figurante secundario”.
En este libro se hace referencia a la mítica ateniense Hagnódica, la primera ginecóloga de la humanidad. Era el siglo IV a C y las mujeres tenían prohibido estudiar medicina, su padre la ayudó y facilitó que asistiera a clases vistiendo ropa masculina y llevando pelo corto. Fue luego a Alejandría a seguir estudiando y practicando. Su popularidad se extendió y no pocas mujeres atenienses preferían su asistencia médica a la de un varón. La envidia llevó a que la difamaran y la acusasen de seducir a mujeres. Llevada a juicio, desveló su identidad sexual y entonces fue imputada por suplantación. Se cuenta que numerosas pacientes suyas, junto a otras mujeres que decidieron agregarse, se manifestaron enérgicamente en su favor. De este modo, se impidió que fuera condenada y a partir de entonces, se consintió que las mujeres pudieran ejercer la medicina.
San Agustín glosa la eficacia del matriarcado y destaca que la mujer en todas las situaciones “sabe qué hacer, cuándo y cómo de forma intuitiva; es genético”. Son elogios a la condición femenina que se basan en su firme convicción personal. En este libro hace un entrañable homenaje a su adorada abuela y refiere su filosofía de la zapatilla. Ella, dice, no sólo sabía querer, sino que educaba con ideas claras, consciente de que “más vale un coño a tiempo que un padre nuestro a destiempo”.
Las páginas finales de Los hombres sin GPS derivan en el esbozo de una utopía, en la idea de que “la paz no es un sueño. Es una realidad difícil de alcanzar, pero Europa lo conseguirá”. Este noble y lúcido militar reitera la vergüenza de que hoy coexistan, “con mando a distancia”, unas cuarenta guerras. Es sólo una parte de todas las atrocidades que se cometen en nuestro planeta, bajo el imperio del odio, la venganza y la arbitrariedad más bárbara y despiadada.
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