Explorar tierras y pensamientos

¿Quién fue Tom Crean?

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Tom Crean
Tom Crean

 

Rastrear con algún cuidado, audacia e imaginación nos permite hallar a veces conexiones inesperadamente sugestivas. Adelantaré que al leer una biografía de Tom Crean he ido a parar a una antología poética de Robert L. Stevenson, en una edición bilingüe.

¿Quién fue Tom Crean? Se trata de un irlandés que exploró la Antártida, un continente que llegó a ser su hogar adoptivo; una superficie de 14 millones de kilómetros cuadrados, cerca del 10% de la masa terrestre total. Nació en 1877, hace 148 años, en la pequeña localidad de Annascaul. Dejó la escuela con catorce años y se alistó en la Marina Real diez días antes de cumplir dieciséis años. A las órdenes de distintos capitanes participó en tres expediciones a la Antártida: Discovery (1901-1904), Terra Nova (1910-1913) y Endurance (1914-1916). Michael Smith ha escrito una biografía de este bravo marino que sobrevivió a graves infortunios e hizo auténticas proezas para rescatar a compañeros suyos del calvario en que se hallaban condenados, hambrientos y ateridos de frío: Un héroe olvidado (Capitán Swing). Diré que yo no conocía ni siquiera su nombre.

Se ha destacado que básicamente él era “una de esas personas que no se arrugan ante las dificultades, y que no claudicaría, ni emocional ni físicamente, aunque se encontrara sometido a una gran tensión”. Resulta alentador distinguir a alguien que mantenga esta actitud en la vida, la admiración nos permite incorporar sus rasgos más sobresalientes y enriquecer nuestra personalidad; la fuerza positiva de la emulación que nos ayuda a hacernos mejores. Si pudiésemos captar bien sus circunstancias, todos podríamos ser contemporáneos de todos.

Crean era un hombre semianalfabeto, que tenía una fortaleza mental extraordinaria, aplomo y gran capacidad para manejar de forma práctica las dificultades que fueran surgiendo. Sabía mantener la esperanza y una moral alta ante las peores dificultades. Carecía de afán de notoriedad, era sencillo y directo y era garantía de lealtad y disciplina; esto le hacía digno de la confianza absoluta de su capitán.

Falleció en 1938, en su aldea. Hacía muchos años que estaba retirado de los severos páramos antárticos que exploró y cuyas inclemencias padeció con temple, junto a sus compañeros. Su familia acabó por poner en la lápida de su tumba una parte del epitafio que Robert L. Stevenson reclamó para sí (siete años antes de morir) en su poema Réquiem. En la tumba de Tom Crean se puede leer el segundo verso que, en la traducción al español de su biografía, dice:

“En su hogar, junto al mar, reposa el marinero”.

El autor de La isla del tesoro y Cuentos de los Mares del Sur, entre otras obras, falleció en 1894, con 44 años de edad; Crean tenía entonces 17 años.

Repaso De vuelta del mar (Reino de Redonda), una joya que contiene sesenta y seis poemas de Stevenson, seleccionados y traducidos por Javier Marías. En esta magistral versión, el epitafio del escritor escocés queda así:

 

“Aquí yace donde quiso yacer;

de vuelta del mar está el marinero,

de vuelta del monte está el cazador”.

 

(El segundo verso ‘Home is the sailor, home from the sea’ es el que corresponde a en su hogar, junto al mar, reposa el marinero.)

Otros pensamientos en los poemas de Stevenson ofrecen nexos con la trayectoria de Crean como explorador polar; marcha briosa, corazón valiente:

“Me he adelantado hasta lo más profundo”.

“No abandones aún”.

“No huí nunca ante el miedo/ ni perseguí la fama”.

“La libertad está lejos, también el reposo”.

“La voz de generaciones muertas me impulsa”.

“Y el tiempo nuevo nos olvida y sigue”.

“Mis hermanos, los grandes árboles/ que se hablan en la brisa/con agradables voces/ y conversan con los vientos que pasan; /o con mi hermana, la profunda hierba”.

Algunas de las vicisitudes en que Crean se vio envuelto inspiraron La tierra baldía, libro de poemas de T. S. Eliot (1888-1965); la presencia de una cuarta persona, real o ficticia, en una marcha desesperada. Cabe, por cierto, apostillar algo que apenas se cuenta. A cada uno lo suyo. Las Shetland del Sur -así bautizadas por un marino inglés, en 1819- ya eran conocidas el año 1603, cuando el marino palentino Gabriel de Castilla avistó la Antártida y las denominó Islas de la Buena Nueva, en homenaje al barco en el que navegaba.


 

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