Rumbo a Venezuela

Lluís Rabell

Balance 2018 Pedro Sánchez


A pocos días de iniciarse el juicio de los líderes independentistas, podría decirse que la política española ha puesto rumbo a Venezuela. Y no sólo porque la crisis abierta en aquel país forme parte ya de nuestras controversias domésticas, sino porque la crispación de Caracas parece haber contagiado Madrid. Vox no tiene diputados, pero su discurso atruena ya en el Congreso por boca de Rivera y Casado. "Felonía", "ilegitimidad"… Cualquiera creería que la derecha española está a punto de hacer un llamamiento a los cuarteles o a designar un “presidente encargado”. El conflicto catalán suministra petróleo para una denodada tentativa de incendio de la opinión pública. "Catalunya sigue la agenda de ETA": el marco mental está servido. Y la primera cita para medir fuerzas en la calle, lanzada.


Sólo en semejante contexto puede entenderse la polémica entorno a la figura de un relator o "notario" en unas conversaciones entre partidos políticos – o incluso entre el gobierno y la Generalitat. Mediaciones ha habido muchas, en diversas circunstancias, bajo gobiernos de distinto signo. En sí misma, esa figura no presupone nada; no equipara, ni desdibuja la naturaleza de los interlocutores: sólo pretende facilitar el diálogo y dar cuenta de él. Puede discutirse la idoneidad de la fórmula o criticar que se publicitase una idea poco perfilada. Pero, desde luego, constituye una desmesura absoluta hablar, como lo han hecho los rotativos de la capital, de "capitulación" o "atentado" a la unidad de España.


Pero ese será el clima que imperará en los próximos meses. Entorno al juicio del 1-O se librarán intensas batallas políticas que definirán nuevas correlaciones de fuerzas. Todo el mundo tiene en mente las elecciones de mayo –-municipales, europeas, también autonómicas. Pero el tridente de la derecha y la extrema derecha tiene en su punto de mira la Moncloa. Desestabilizar a Sánchez, forzar cuanto antes la convocatoria de comicios legislativos. Y en esa campaña no habrá lugar para matices: diálogo político será sinónimo de traición a la patria y el Tribunal Supremo será conminado a pronunciar una sentencia condenatoria de severidad ejemplar, un escarmiento para Catalunya.


Sin piedad. Esas formaciones parecen convencidas de que sólo por la vía del tremendismo y la confrontación, sólo apelando a la movilización nacional contra el "enemigo interior", podrán conectar con la ira difusa que los estragos de la crisis ha instalado en amplios sectores de la sociedad española, transformándola en fuerza propulsora para reconquistar el poder. Se está jugando temerariamente a aprendiz de brujo, desatando impulsos que, al cabo, puede que nadie alcance a gobernar.


Ante ese hostigamiento, que ira in crescendo, no será fácil para el gobierno socialista mantener su apuesta por la distensión y el diálogo. Tras el batacazo de Andalucía, algunos barones han entrado en pánico. Pero, ¿qué hará el independentismo? El griterío ensordecedor de la derecha española conforta el discurso de sus tendencias más exaltadas: "He aquí la España de siempre". La espiral puede ser infernal: el radicalismo de unos alimenta el de los otros, y viceversa. Por supuesto, hay sectores que querrían dar un respiro a Sánchez, conscientes de los peligros que entrañaría el hundimiento del ejecutivo progresista ante los embates de esa derecha. Pero la pugna por la hegemonía en el seno del independentismo, lejos de apaciguarse en estas circunstancias, se está volviendo más sorda y tenaz que nunca. Nadie quiere ser tachado de "traidor". Nadie se atreve ahacer balance del fracaso de la aventura unilateral. No hay estrategia más allá del juicio.


¿Tumbarán ERC y PDeCat los presupuestos? El debate y votación de las enmiendas a la totalidad coincidirán con la apertura de la vista oral. Y en los oídos de sus señorías aún retumbará el rugido de la Plaza de Colón: "¡A por ellos!". Para entonces, puede que el debate sobre el relator haya quedado superado por los acontecimientos. 

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