Voy a hablaros del relato más antiguo del mundo, escrito hacia el año 2.750 a.C. Qué osadía o qué aburrimiento. No, apenas hemos dicho nada del mundo antiguo en estas sesiones. Ni una palabra, que yo recuerde, de autores griegos o latinos. Y eso que ahí nos aguardan verdaderas maravillas. Pero, sigamos. En 1844 un joven británico encontró, tras excavar en lo que hoy es Mosul, ciudad iraquí, ruinas del palacio de Nínive, capital de Asiria. En su interior halló decenas de miles de tablillas de arcilla escritas con forma de cuña (cuneiforme), en lengua acadia. Parece que Gilgamesh existió y que fue rey de la ciudad ‘bien murada’ Uruk, en la actual Warka (Iraq). Un héroe que había regresado exhausto, pero entero, de sus viajes por los confines del mundo. Alguien que todo lo sufrió y todo lo superó, que estuvo a punto de desmoronarse y que no pudo soportar la muerte de su amigo Enkidu (nacido para compensar sus propios desmanes, tras las peticiones del pueblo al dios del cielo). Endiku se convirtió en un verdadero amigo para él, un segundo ser de Gilgamesh (nombre que podría significar, leo en la versión de Stephen Mitchell, ‘el viejo es un joven’).
El poeta checo Rainer Maria Rilke dijo en 1916 que la lectura de este libro (‘la epopeya del temor a la muerte’) “se encuentra entre las mejores experiencias que le pueden suceder a una persona”. En este relato se puede leer que “nuestros días son pocos en número, y cualquier cosa que hagamos es un soplo de viento”. “¿Por qué temer, pues, si más tarde o más temprano la muerte ha de llegar?”.
Y a pesar de que un ser sea en dos tercios divino y en uno humano (“un toro salvaje, caudillo invicto, el primero en la batalla, bienamado de sus soldados”), se oye el consejo de los ancianos en la lucha: “No confíes sólo en tus fuerzas; al contrario, sé prudente, condúcete con cautela, haz que cada golpe sea importante”. Se emprende un viaje hacia donde vive el feroz monstruo Humbaba, porque “debemos matarlo y extirpar el mal del mundo”, antes de que nos confunda, y “pase lo que pase, venceremos”.
Por aquí aparece Utnposhtim, el hombre que sobrevivió al Gran Diluvio; un prebíblico Noé. Y cuando leo estas últimas cosas me siento viejo de siglos: “Y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres”; “el que duerme y el muerto, ¡cuán semejantes son!”.
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