George Orwell observaba que poca gente se ríe nunca estando sola. Quizá esto siga ocurriendo y acaso suceda por falta de felicidad, por una manera desdichada de estar en la vida que te evita exhibir a solas candor y sencillez o, si se quiere, simplicidad. Orwell tenía interés en indagar en las relaciones que el lenguaje, la política y la verdad guardan entre sí.
'El poder y la palabra' (Debate) es un libro que se ha publicado hace poco y que recoge diez ensayos suyos sobre una cuestión que nos afecta sin duda y que no debería dejarnos indiferentes. Hoy tenemos ahí una incesante brecha social e intelectual que no puede dejarse estar a su aire.
En 1946, poco más de tres años antes de morir, el autor de la novela de política ficción '1984' recalcaba que cuando el ambiente general 'empeora', el lenguaje lo acusa. La política acaba consistiendo, decía, en "un amasijo de mentiras, evasivas, estupideces, delirios, odios y esquizofrenia". Casi nada, como para no parar un rato y dedicarse a observar el patio en el que estamos instalados. ¿Nos iría bien tomar distancia y llegar incluso a localizar el sinsentido que se impone?
Los hermanos Machado escribieron una obra de teatro, estrenada en 1930:'La prima Fernanda', en ella se dice lo siguiente: "se miente más que se engaña; cuatro quintos, por lo menos, de toda mentira pueden excusarse por superfluos". ¿Es así, distinguimos lo superfluo y lo falso?
Orwell, el gran enemigo de una lengua clara es la falta de sinceridad. Y se preguntaba si la literatura puede sobrevivir en una atmósfera viciada por el prejuicio tóxico. Así, en 1947 señalaba que la literatura alemana prácticamente desapareció durante el régimen nazi. "Siempre que se impone una ortodoxia –o incluso dos, como ocurre a menudo- la buena literatura deja de existir".
El asunto reside en la programación totalitaria que trabaja con eficacia por controlar los pensamientos y las emociones de los ciudadanos convertidos en súbditos sometidos por el engaño o por la asfixia que da el sentirse impotente para protestar. Una batería de dardos descalificadores paraliza el pensamiento y activa un frenesí que no parece posible frenar. También esto es un engaño.
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