De toda la vida, en países democráticos -en las dictaduras ya se sabe lo que ocurre- las relaciones entre periodistas y políticos suelen ser tensas, pero cordiales. El respeto mutuo a sus respectivos trabajos debería ser la tónica que impere: periodista que preguntan sobre los temas de actualidad y políticos que responden para informar a la ciudadanía. Es algo que entra dentro de la lógica democrática. Lo malo del asunto es que eso no sucede, se considera al periodista como un incordio que hace preguntas incómodas que ponen en peligro una “brillante” carrera política. Eso es malo para la democracia.
Las limitaciones a la libertad de información se han ido agravando con el transcurrir de los años; las trabas y limitaciones al trabajo de los informadores están siendo constantes, y no es de ahora, sino que viene de lejos. Los que llevamos ya algunos años ejerciendo esta profesión lo sabemos. Ya en la época de Jordi Pujol, a quienes hacían preguntas incomodas les decía “ avui no toca” y se quedaba tan tranquilo. Lo mismo ocurría con el expresidente vasco Juan José Ibarretxe, que explicaba sus temas sin aceptar preguntas.
Aún se recuerda la actitud del Puigcercós, secretario general de ERC, cuando después de hacer esperar cuatro horas a los periodistas compareció para explicar el tema de la financiación económica, leyó lo que llevaba escrito y se marchó como había entrado, sin aceptar preguntas y con el consiguiente cabreo de los allí presentes.
La cosa no ha ido mejorando. En tiempos más recientes, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, inventó la comparecencia por plasma. Era la forma de evitar que los hirientes y malvados periodistas le amargaran el día. Todo un ejemplo de transparencia y defensa de la libertad de información. Lo “bueno” del sistema es que al menos no se perdía el tiempo.
En las mal llamadas ruedas de prensa, una práctica lamentable e inadmisible, el protagonista de turno suelta su espiche de un tema de actualidad que le interesa y los periodistas ya están avisados de que no habrá preguntas. Otra modalidad es en la que se limitan el número de preguntas, se eligen a los periodistas de medios -generalmente grandes- y en más de un caso, el jefe de prensa sugiere lo que deben preguntar.
Antes estas situaciones de amordazar la libertad de expresión y el derecho de la ciudadanía a recibir información sin filtros ni limitaciones, sería bueno que los propios periodistas y las asociaciones de prensa, colegios de periodistas y sindicatos del ramo se pusieran de acuerdo para atajar el grave problema que se está viviendo. También es cierto que con esta actitud los periodistas nos estamos haciendo cómplices de estas situaciones. Si los políticos quieren “ruedas de prensa” sin preguntas, que no hagan las convocarías de las mismas, que envíen las notas de prensa a las redacciones y así se evita que los puteados intermediarios pierdan el tiempo y encima vuelvan a su trabajo con una sensación de tomadura de pelo. También hay otra fórmula más efectiva: marcharse de las ruedas de prensa en las que no se acepten preguntas o elijan a los periodistas para preguntar.
Las diversas asociaciones del ramo periodístico tienen que ponerse de acuerdo ya y denunciar la grave situación que se está viviendo en España. El tiempo juega en contra, ni un día más sin afrontar la situación, los periodistas debemos negarnos a seguir siendo cómplices de la censura al libre ejercicio de la profesión. “La libertad de expresión es un bien escaso. Sería terrible dejar a los fanáticos marcar los límites”, decía Sir Salman Rushdie.
Escribe tu comentario