​La eutanasia no es un capricho, es una necesidad

Carmen P. Flores

Hablar del sufrimiento humano cuando la enfermedad sin posibilidad de cura hace acto de presencia en algunas personas no es un tema con el que se pueda frivolizar. Mucho se ha hablado y se seguirá haciendo de la decisión que algunas personas toman en una situación límite. ¿La persona que sufre esa enfermedad incurable, que la tiene postrada en una cama, no puede decir que quiere marcharse de este mundo para terminar con su sufrimiento y el de su familia? Parece ser que hay personas que afirman que no. ¿Dónde está la libertad individual de los afectados?


La triste historia que supone que un enfermo tome la decisión de terminar con su vida, la aplicación de la eutanasia -saltándose la ley, que hasta ahora le impide hacerlo legalmente, bajo amenaza de ser llevado/a ante la justicia- es un gran debate en la sociedad, entre los que están a favor de que se legalice la eutanasia y los que están en contra. Está claro que nadie toma la determinación de terminar con su vida por gusto. Siempre hay una causa mayor: el sufrimiento que le produce la enfermedad que le impide hacer una vida normal. Es la lucha de la cabeza y los sentimientos con el cuerpo que no solo no puede controlar, sino que además le proporciona un sufrimiento.


Muchas son las familias que han seguido y siguen luchando para que la voluntad del enfermo de terminar con su vida sea cumplida sin trabas legales como está sucediendo hasta ahora. Demasiados políticos han hecho oídos sordos a sus peticiones. Ahora, por fin, este pasado martes el Congreso de los Diputados aprobada por 201 votos a favor y 140 en contra la proposición de ley para regular la eutanasia en España. La propuesta ha sido presentada por el PSOE y es la primera con la que ha empezado a andar en esta legislatura que se presenta movida.


Estoy a favor de la eutanasia por varias razones: porque las personas tienen derecho a decidir sobre su vida en esa circunstancia de enfermedad. También porque los políticos no deben tener la potestad de decidir sobre las vidas de las personas. En un país donde la democracia está instalada, la libertad en el más amplio sentido debe ser respetada, incluida en este tema de acabar con la vida cuando el sufrimiento se ha apoderado de su cuerpo.


La aprobación de la ley de la eutanasia, que no será rápida, y su puesta en funcionamiento no obliga a nadie a cumplirla. Es como en su día ocurrió con la ley del aborto, quien no ha querido practicarlo no lo ha hecho. Lo mismo va a ocurrir con la aplicación de esta nueva ley que tantas personas han pedido.


La conciencia de cada uno y su libertad para defender la “vida” no debe impedir que otras -por necesidad- quieran acabar con ella. No es un acto agradable, sino de libertad, justicia y sacrificio.

Las personas que son partidarias de la eutanasia ni son frívolas, ni demonios con cuernos, sino que son conscientes de que el sufrimiento humano está por encima de las creencias religiosas. Nadie debe sufrir pudiendo evitarlo, cuando la medicina ha sido incapaz de mejorar la vida de los enfermos. La eutanasia no es un capricho, es una necesidad.

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