“De persistir nuestros políticos en un dirigismo unilateral, fundado en una idea estrechísima de Cataluña y en un concepto ochocentista de nación, nos quedaremos, a la vez, sin Cataluña y sin Barcelona”.
¿De cuándo cree el lector que data este párrafo, quién es su autor? El término ‘ochocentista’ nos conduce al menos al ‘novecientos’, esto es, al siglo XX. El autor no debe de ser un político, puesto que habla como si la cosa no fuera con él. Parece claro que su ideología no es nacionalista, en ninguna de sus categorías; aunque, todas son, al fin y al cabo, convergentes. Les diré lo que muchos ya intuirán o sabrán. Fue escrito al comienzo de la era de Pujol, en los años ochenta.
Hablemos primero de la idea fuerza que encierra. Advierte de una amenaza que preveía sobre Cataluña y su capital: una decadencia que llegase a desfigurar sus realidades hasta el punto de dejarnos sin su mejor imagen. ¿De dónde venía tal amenaza, expresada hace unos 35 años? El autor, que ahora podría parecernos lúcido, se me antoja parco en demasía. El peligro, dice, estaría en que nuestros políticos (¿todos o los que mandaban?) persistiesen en un dirigismo unilateral (¿qué significa aquí ‘unilateral’?). Cabe especificar que ‘dirigismo’ es una intervención abusiva de alguna autoridad en cierta actividad (¿de qué orden sería en este caso: cultural, política, deportiva o en cualquier dimensión y sin límite?). Trías señala que este dirigismo se funda en conceptos anticuados y en “una idea estrechísima de Cataluña”. ¿Cómo navegar por estas aguas? Hablar de forma implícita tiene a veces serios inconvenientes, en especial, si uno no se atreve a denunciar (no siempre se es capaz de hacerlo) con mayor contundencia, puede quedar borroso todo cuanto se diga o insinúe.
El autor de esas líneas es el filósofo barcelonés Eugenio Trías y el texto pertenece a un libro que acaba de ser reeditado: ‘La Cataluña ciudad’ (Galaxia Gutenberg), y que en su momento vino a completar un ensayo suyo sobre el pensamiento de Joan Maragall. Trías escribía que “el catalanismo político configura un nacionalismo civil y moderno en el que las ideas de patria y ciudad quedan articuladas”. Él proponía ‘fer ciutat i no fer país’. Para esto, consideraba dos modelos: el de Joan Maragall y el de Eugeni d’Ors. Él prefería la modernidad y el agnosticismo de una Cataluña-ciudad: espíritu civil, civilizado y moderno. Contrastaba un Estado sin sociedad civil y una sociedad civil construida al margen del Estado. Todo eso está muy bien, pero hay que preguntarse quién acaba por llevarse el gato al agua y por qué.
La inacción o el consentimiento ante el plan narcisista y victimista con el que durante años se ha envuelto a la ciudadanía catalana, ha producido enormes estragos entre nosotros. Ha habido cómplices necesarios para el avance de ese proyecto, mucha omisión ante la engañosa intimidación de que habló Tarradellas. El lastre y los daños son muy poderosos, pero se puede recuperar mucho terreno para la razón y la igualdad siempre que se actúe con voluntad y acierto, y la suerte no se ponga en contra.
Los ‘procesistas’ (término acuñado por Alfons López Tena) y sus satélites insisten en acosar en todo momento la libre expresión de los ciudadanos catalanes en la lengua española, atentan contra su uso espontáneo. Francesc de Carreras ha contado en alguna ocasión que el hecho diferencial de los catalanes es el bilingüismo, el cambio constante de un idioma a otro en reuniones de todo tipo, familiares o no. Y Ricardo García Cárcel distingue: no hay un solo hecho diferencial, hay muchos pero también hay muchas similitudes.
En todo caso, cansa -y de qué manera- la costumbre asumida de estar mirando de reojo todo lo que dictaminan los mandarines y oráculos, los señores de la tierra. Hay sobradas razones para no hacerles caso y llevarles abiertamente la contraria.
Con los líderes municipales y autonómicos que tenemos, la mestiza Barcelona va camino de convertirse, si no lo es ya, en “una ciudad de segunda o tercera fila, una hermosa Marsella, con todos los respetos para la ciudad hermana”; en palabras del propio Eugenio Trías. Pero eso sí: siempre con narcisismo y victimismo rampantes, en círculos tóxicos. Nosotros sabremos qué hacer.
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