El octavo pasajero

Lluís Rabell

Los resultados de las elecciones del 14-F van a tener gran trascendencia, tanto en Catalunya como por cuanto se refiere a la gobernabilidad de España. Más allá de sus efectos inmediatos, la onda expansiva de las tendencias que han aflorado en estos comicios se manifestará con fuerza en el medio plazo. Conviene estudiar estos resultados con detenimiento. Y, entre todos, hay un dato que, aunque señalado por todos los medios de comunicación, no ha sido objeto de toda la atención que merece: la irrupción de Vox en la escena política catalana. La extrema derecha no sólo logra un grupo parlamentario consistente - con 11 diputados se sitúa por delante de la CUP,  En Comú Podem y, por supuesto, de C's y del PP -, sino que exhibe musculatura territorial al obtener representación en las cuatro provincias. Pero, todavía resulta más significativo el territorio, las localidades y demarcaciones donde el partido de Abascal obtiene sus mejores resultados: los barrios humildes, en primer lugar en el área metropolitana de Barcelona. En muchos de esos barrios de gente trabajadora, en los que gana netamente el PSC, Vox logra porcentajes de votos de dos dígitos: 14,40% en Badia del Vallès, 10,85% en Barberà, 13,28% en Canovelles, 11,17% en Castelldefels, 10,59% en Gavà, 10,99% en Montornès, 12,09% en Sant Adrià de Besòs, 13,10% en Sant Andreu de la Barca, 11,16% en Viladecans o 11'89% en Sant Vicenç dels Horts, el pueblo de Oriol Junqueras, donde los socialistas superan también a ERC. Sin olvidar ciudades como Santa Coloma de Gramenet (9,88%), Badalona (9'75%) o L'Hospitalet de Llobregat (9,65%). En un distrito tan significativo como Nou Barris, bastión tradicional de las izquierdas cuya movilización fue determinante para que Ada Colau se hiciese en 2015 con la alcaldía de Barcelona, Vox pisa los talones a los comunes (4.914 votos reúne la extrema derecha frente a los 5.168 de ECP).


El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el candidato socialista a las elecciones catalanas, Salvador Illa, en el cierre de campaña para los comicios del 14 de febrero de 2021.


Pedro Sánchez y Salvador Illa / EP


Las particulares características de Catalunya hacen que, con mucha mayor claridad que en el resto de España, el crecimiento de la extrema derecha se dé aquí en términos "lepenistas"Vox recoge el voto airado de sectores populares que se sienten socialmente maltratados y culturalmente agredidos. Es la rebelión de los "ñordos" (la expresión supremacista y clasista con que el nacionalismo identitario catalán designa peyorativamente a los ciudadanos castellanoparlantes). En sus barrios, que aún no se habían recuperado de la anterior crisis, han hecho especial mella, a todos los niveles, los efectos de la pandemia. Allí, los escudos sociales se ven llenos de agujeros. Las expectativas de los más necesitados en cuanto al Ingreso Mínimo Vital o a la Renta Garantizada de Ciudadanía se han visto demasiadas veces frustradas. Sus miradas empiezan a volverse, cargadas de sospechas que algunos se encargan de alimentar, hacia los inmigrantes, supuestos beneficiarios de las ayudas que no llegan. Poca mella hacen en esta gente los discursos anti-racistas de una izquierda que perciben lejana y bienpensante: el "procés" expulsó de la catalanidad a esos ciudadanos y ciudadanas. Son los "colonos" que aborrecen Laura Borràs o Joan Canadell"las bestias que habitan entre nosotros" que denostaba Quim Torra... Están demasiado dolidos e irritados como para escuchar sermones. Cada piedra que lanzó la CUP contra los mítines de Vox no hizo sino victimizar a la extrema derecha, incrementando el flujo de votos hacia sus candidatos. Quienes vivimos de cerca el ascenso del Frente Nacional en Francia aún recordamos los argumentos que podían escucharse en las fábricas: "No somos racistas. Pero la izquierda nos ha abandonado. Votando a Le Pen le vamos a pegar un buen susto. ¡A ver si despierta! ". Ya sabemos cómo acaban esos "votos de castigo". En cualquier caso, las izquierdas deben sentirse directamente interpeladas por los sufragios populares que van a parar al cesto de Vox, porque plantean crudamente el desafío de los tiempos que se avecinan.


Esos resultados van a tener muchas repercusiones. C´s ganó las elecciones de 2017 a lomos de una oleada de indignación frente a la aventura independentista, propulsando ese enfado como un ariete, sin proyecto alguno. Salvador Illa ha reconducido buena parte de ese caudal de votos apostando por una salida negociada del conflicto. La parte más radicalizada de los antiguos votantes de Arrimadas se ha reagrupado en torno a Vox. PP y C's han sido humillados ante toda España. El campo de la derecha ha quedado en barbecho. Pero, la llegada de Vox afectará - ¡y de qué modo! - a la vida en el Parlament. A pesar de que difícilmente puede prosperar en estos momentos su investidura, Illa debe intentarlo: necesita postularse como alternativa, sembrar y aguardar su momento. Cabe esperar que el independentismo tratará de componer un gobierno. Sin embargo, no resulta evidente que vaya a conseguirlo. La pugna entre ERC y JxCat no queda, ni mucho menos, zanjada por la exigua ventaja obtenida ayer por Aragonés. Si ERC pretende explorar una vía más dialogante con el gobierno de España, se verá atenazada por Puigdemont y la CUP - que, en los momentos críticos, acaba siempre actuando como escudero de la derecha nacionalista. 


En ese empeño por mantener la crispación, Vox puede jugar un papel de primer orden, retroalimentando su discurso y sus iniciativas con los del independentismo radical y envenenando así la atmósfera. La vida no discurre por los cauces de las combinaciones parlamentarias, como si se tratase de un "juego de tronos". La lucha de clases existe. Las tensiones sociales irán en aumento; las disputas en torno a los fondos europeos y la orientación de los proyectos que deben encauzarlos, también. Pero es que, a nivel internacional, soplan vientos de inestabilidad que se harán sentir con fuerza. La exoneración de Trump por parte del Senado americano nos habla de la fragilidad de la democracia. La formación del nuevo gobierno italiano de Draghi podría ser el preludio del retorno a ciertas exigencias de rigor fiscal por parte de la Unión Europea, estrechando los márgenes de acción de la coalición de izquierdas en España. En estos momentos, cualquier previsión es azarosa. Pueden dibujarse distintos escenarios, incluidos un prematuro colapso de la legislatura y la convocatoria de nuevas elecciones. En cualquier caso, desde el gobierno o desde la oposición, la izquierda debe tomar cumplida nota de la llegada de la extrema derecha bajo unos parámetros cada vez más similares a los que se están dando en los países de nuestro entorno. La advertencia es seria. El peligro no se va a conjurar con gesticulaciones simbólicas, ni aún menos dejándose arrastrar por las provocaciones. La izquierda tendrá que librar la batalla a pie de calle: con argumentos y con hechos. Es decir, con políticas efectivas contra las injusticias y desigualdades sociales. Vox no es un accidente pasajero de nuestra vida política. Son las campanas doblando por el fin de la paz social. El octavo pasajero está a bordo.


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