Póquer catalán

Lluís Rabell

Puro “country”. Una conocida canción del legendario Kenny Rogers cuenta la historia del viejo jugador que se ganaba la vida leyendo en los ojos de sus rivales las cartas que les había deparado la suerte. Al final, todas las manos son ganadoras o perdedoras. Se trata de jugar con tino las cartas que uno tiene; hay que saber cuándo conviene aguardar… y cuándo es el momento de echar el resto. Tras la celebración de los comicios del 14-F, la política catalana se asemeja un tanto a una partida de póquer del Oeste. Los movimientos para configurar una mayoría parlamentaria susceptible de investir al nuevo presidente de la Generalitat están repletos de tanteos, amagos de acuerdos, vetos que ya no lo son del todo y algún que otro farol. Hay mucho juego de engaño y las palabras no quieren decir exactamente lo que dicen: la invocación de una “vía amplia” por una parte del independentismo puede ser, simplemente, el señuelo para desactivar una colaboración entre las izquierdas; determinadas alianzas, que se saben inviables, son propuestas con el único objetivo de ganar tiempo o forzar a los contrincantes a destapar su juego; las “líneas rojas” entre hermanos enemigos pueden moverse al albur de los acontecimientos… Nada está decidido de antemano. Ni siquiera que la partida no se encalle y hubiera que repartir cartas de nuevo, pasando por las urnas.


Resultados en las elecciones de Cataluña por secciones censales

Resultados de las elecciones del 14F (EP)


Pero, a pesar de las apariencias, no conviene llevar la analogía más lejos de lo debido. Es tiempo de cálculos y maniobras, cierto. Pero la astucia interviene en los márgenes dictados por la realidad. En el fondo, el desafío de la política consiste en leer esa realidad y articular en las instituciones los impulsos que vienen de la sociedad. Una interpretación razonable de los resultados electorales indica que hay una corriente central en la ciudadanía, que se expresa a través del voto a distintas fuerzas políticas, pero que comparte un mismo deseo: dejar atrás el período de agitación y confrontación; centrar los esfuerzos del nuevo gobierno en “las cosas”, que diría el profesor Antón Costas, en las urgencias sanitarias, sociales, económicas y medioambientales; restablecer el diálogo para abordar los problemas del autogobierno y de la crisis territorial. Ése ha sido el sentido de la candidatura más votada, la del socialista Salvador Illa, recuperando su influencia en un área metropolitana que, en 2017, tras los meses álgidos del “procés”, se había dejado arrastrar por el discurso reactivo de C’s. La propuesta de los comunes ha sido también de reconciliación y de cooperación entre fuerzas progresistas. Por su parte, cabe entender la victoria de ERC en el campo soberanista, logrando finalmente el sorpasso sobre la derecha nacionalista, como el refrendo de una línea pragmática: la que permitió la investidura de Pedro Sánchez, la aprobación de los PGE y el establecimiento de una mesa de negociación – que apenas pudo iniciar sus trabajos.


Esa corriente es troncal y mayoritaria en el seno de la sociedad catalana. Pero, ¿llegará a cristalizar? ¿Serán capaces de articular una entente parlamentaria y un gobierno esos partidos que, cada cual a su manera y aupado por su respectiva base social, vehiculizan dicha corriente? Nada es menos seguro. El viento sopla indiscutiblemente en esa dirección, pero las velas aún no parecen desplegadas y dispuestas a recogerlo. El problema radica en la distancia que se ha ido creando a lo largo de muchos años entre las distintas clases sociales y los partidos, cuadros y dirigentes que pretenden representar sus intereses. Thomas Piketty señala como un problema histórico de la socialdemocracia europea – y de la izquierda en su conjunto – el desplazamiento de sus partidos desde sus bases obreras tradicionales hacia las capas medias, configuradas justamente gracias a los logros del Estado del Bienestar, mientras que la clase trabajadora más empobrecida quedaba atrás. Las transformaciones inducidas por el capitalismo global y las políticas neoliberales no han hecho sino incrementar las desigualdades, aumentando el número de perdedores y desamparados. Por lo que respecta a la sociología de su voto, el PSC – y, en la proporción que les corresponde, los comunes – son hoy los partidos obreros de Catalunya. Pero su debilidad organizativa es manifiesta, la articulación militante de la izquierda con sus votantes esquelética. Y en los barrios populares, explotando miedos y descontentos, ha empezado a hacerse oír la extrema derecha. ERC, partido de las clases medias y menestrales, acusa también a su manera una disonancia entre partido y sociedad. Ninguna fuerza política es homogénea, ni aún menos monolítica. Pero los cuadros de ERC, partícipes durante estos años de la subasta independentista, avezados a la competición con las sucesivas mutaciones del gen convergente, probablemente estén, en líneas generales, más radicalizados que su propio electorado. El discurso extremadamente agresivo de Junqueras contra el PSC hace pensar que los dirigentes de ERC – y, por ende, el partido como tal – no están preparados aún para un pacto transversal con las izquierdas; es decir, para un gesto superador de los bloques.


No se trata de hacer juicios morales, sino de entender la dificultad política del momento. La izquierda de tradición federal, ahora con un respaldo popular legitimador, está en condiciones de hacer una propuesta honesta al independentismo: una legislatura de tregua, consagrada a la reactivación; un tiempo para el retorno a la política con la pronta salida de los presos, pero que aparte de la agenda del gobierno elementos de división social como la propuesta de un referéndum… Nadie debe renunciar a sus objetivos estratégicos; pero es necesario situarlos en perspectiva, pactar un camino que la sociedad catalana pueda transitar durante los próximos años sin fracturarse. El PSC ha hecho en cierto modo “su trabajo”, desplazando a una fuerza de confrontación estéril como C’s. Está por ver si ERC es capaz de andar el trecho que le corresponde, si tiene altura de miras y coraje suficientes para hacer su apuesta… bajo la torva mirada de Puigdemont y de la CUP. En el Oeste muchas partidas de póquer terminaban mal. Ojalá aquí se imponga el seny. En cualquier caso, al final, ganará quien mejor juegue sus cartas, quien mejor sepa expresar el anhelo mayoritario de la ciudadanía. Aunque, formalmente, la situación parece estar en manos de ERC, en realidad depende mucho más de la firmeza, la cohesión y la lealtad entre sí de las izquierdas. La política integra la aritmética, del mismo modo que la dialéctica incorpora la lógica aristotélica. Ni una ni otra, sin embargo, se reducen a las operaciones matemáticas, ni a los silogismos. Ya podemos constatar que, a pesar de los números, no es nada fácil configurar una mayoría independentista. Ni que, en caso de formarse, vaya a tener mucho recorrido. Pero las izquierdas, tanto la socialdemocracia como la izquierda alternativa, no pueden permitirse errores. Deben discernir qué envites conviene soslayar… y no contar el dinero hasta que termine la partida.

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