Como ya ha sido diagnosticado hasta la saciedad, Venezuela es hoy un Estado (gobierno y sociedad) frágil, con una institucionalidad toda fracturada <pero especialmente la militar, por su importancia>; cuya dinámica social y vida cotidiana están marcadas por la influencia de organizaciones criminales, los abusos de poder y la actitud represiva de los organismos de seguridad y orden público; carcomida por la mentalidad de la corrupción y los negociados fáciles; teñida por las acciones de los paramilitares, las FARC, el ELN colombianos en sus fronteras y del narcotráfico en general, y todo ello en medio de la diáspora, la emergencia humanitaria y la crisis económica más grande de su historia.
Para superar este estado de cosas y despejar el camino hacia una “transición democrática”, el liderazgo opositor definió una Hoja de Ruta con tres puntos: Cese de la usurpación, Gobierno de transición y Elecciones libres. A lo largo de estos años desde su presentación, la propuesta ha sufrido cambios en el orden de los factores y hoy se encuentran invertidos.
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No obstante, en esencia sigue siendo válida en cuanto que, cualquiera que sea el orden de los factores, ella representa el anhelo de la mayoría del pueblo venezolano: la oportunidad de construir un estado de bienestar individual y colectivo, en un entorno de libertad y justicia social, que ponga fin a la barbarie instalada.
Sin embargo, en el camino no han faltado los obstáculos y dificultades, más allá de las que naturalmente se esperarían del propio gobierno pues su cabeza está en juego. Me refiero a las fracturas que han surgido en el propio seno de la dirigencia opositora.
Una fracción minoritaria sigue con un discurso según el cual, el pueblo no es capaz de derrocar al gobierno y se requiere una intervención externa para lograrlo, es pues un discurso negativo (sembrador de desesperanza: yo no puedo) y simplista (pues se sabe que no hay quien quiera intervenir).
Otra fracción, quizás la más importante o al menos la de mayor impacto, optó por la política de: si no puedes vencer a tu enemigo, únetele.
Luego están los líderes mediáticos y los opinadores, venidos a menos, que critican todo y a todos, salvo a los que piensan como ellos y comparten sus intereses personales.
Finalmente, están los fieles a la Hoja de Ruta, quienes han hecho lo imposible para mantenerla vigente.
El resultado es una dirigencia opositora dividida, debilitada, sin discurso que atraiga, salvo por alimentar la esperanza, pero con pocos resultados visibles, a menos que le carguemos a su favor el haber logrado torcerle el brazo al gobierno y obligarlo a sentarse a negociar.
Ante este panorama, ¿qué podemos esperar de lo que está por venir?
No lo sabemos, pues la incertidumbre es parte del proceso, pero mientras tanto diversas personalidades, intelectuales y analistas serios, se han pronunciado sobre el tema y arrojado algunas luces que pueden ayudarnos a comprender la complejidad (Moriniana) en la que estamos inmersos.
Un primer aporte es la identificación de problemas relevantes, que tienen que ver con las posibilidades de detener el autoritarismo y avanzar hacia la democracia, cualquiera que sea la forma en que se conciba:
Desconfianza generalizada en los políticos y en la capacidad de representación de los partidos;
Aumento de la polarización y la aparición de posturas hipercríticas en el seno de los sectores prodemocráticos;
La preponderancia de los discursos de ruptura y exclusión;
El dominio del autoritarismo militarista;
El creciente desprestigio de los movimientos populares y de las izquierdas; y…
La ausencia de sectores prodemocráticos en el seno del gobierno y las Fuerzas Armadas.
Un buen ejemplo donde estos problemas confluyen, es el proceso electoral que se avecina. En contra de la opinión de la gente recogida en las encuestas, y que apuntan a una intención de participación entre el 60 y el 80 %, el liderazgo opositor todavía discute si participa o no, o lo hará tardíamente, olvidando un principio de oro según el cual, “los espacios políticos se pierden o se ganan luchando, pero no se ceden”.
En otros aportes se proponen algunos temas sobre el desempeño opositor, en los cuales parece urgente hacer revisiones y cambios:
La necesidad de construir una nueva narrativa, que comunique efectiva y asertivamente, y atraiga, junto con el fortalecimiento de un aparato de comunicación que permita desmantelar el discurso oficial y anticipar sus respuestas;
Desarrollar mecanismos de cooperación sinceramente incluyentes que creen incentivos para la participación, tanto del pueblo opositor como del chavismo disidente o desencantado, que permitan enfrentar juntos y dar soluciones reales a las calamidades que vivimos todos, así como definir una propuesta de justicia transicional;
Apoyar todas las iniciativas que conduzcan a la participación en el proceso electoral que se avecina; y finalmente,
Moderar el rol que la comunidad internacional jugará en la transición compleja que nos espera, especialmente ahora que sabemos que nadie está dispuesto a asumir una intervención militar o institucional en nuestro país.
En particular, respecto a la narrativa de la dirigencia opositora, esta no puede seguir siendo un historial de agravios o un señalamiento recurrente de las malas acciones del gobierno, pues eso ya todos, opositores y chavistas, lo sabemos, vivimos y padecemos. Por otra parte, si logramos crear acercamientos y vías de comunicación incluyentes, podemos avanzar en la búsqueda de soluciones a los problemas reales de la gente y en la identificación de intereses compartidos.
El camino no será fácil y la transición será un proceso complejo e inédito, para el cual todavía parece que no estamos bien preparados. Pero aún tengo la convicción de que es posible si logramos que despierten las reservas morales de nuestro pueblo todo y apelamos a ellas para fortalecernos y avanzar hasta la victoria, con esperanza.
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