Un buen amigo inglés, buen conocedor de los sistemas sanitarios europeos, me preguntaba cómo era posible que la maltratada sanidad catalana hubiera sido capaz de superar dos años de pandemia con unos estándares de calidad tan dignos. Me comentaba que en Europa se sabe que nuestro sistema sanitario ha sido crónicamente torpedeado por una infrafinanciación anual de más de 5.000 millones de euros, unos recortes que amputaron el 26% del gasto social y unos salarios sanitarios tan ridículos que no llegan a la mitad de los franceses. ¿Qué ha evitado el colapso de la sanidad de nuestro país? Sin lugar a dudas, han sido los excelentes y esforzados profesionales sanitarios catalanes los que, de nuevo, han hecho posible lo imposible.
Protagonistas tan ignorados como esenciales
A raíz de la pandemia, los ciudadanos hemos ido conociendo a algunos de los magníficos profesionales con los que tenemos la suerte de contar. Nombres de gestores sanitarios como el consejero Josep Maria Argimón, líderes profesionales como Jaume Padrós o epidemiólogos como Antoni Trilla no necesitan presentación hoy en día. Pero sólo son la cara visible de la multitud de profesionales sanitarios desconocidos que ayudaron a transformar la arcaica medicina catalana de los años 70 del siglo pasado en un moderno Sistema Nacional de Salud de calidad, eficiente y sostenible como el que tenemos ahora.
La metodología de la calidad como herramienta transformadora
Una de las ideas que más contribuyeron a la modernización y mejora de la práctica clínica fue la asunción de los postulados norteamericanos de los años 70 a favor de una visión más crítica del abismo que existía entre los conocimientos médicos heredados y el beneficio real que obtenían los pacientes. Entonces, nadie se planteaba medir las infecciones hospitalarias para evitarlas, aprender de los errores médicos para prevenirlos o preguntar a los pacientes sobre la satisfacción con la atención recibida para mejorarla.
Con estas ideas transformadoras basadas en la metodología del profesor estadounidense Avedis Donabedian, un grupo de médicos catalanes fundaron, en 1985, la actual Sociedad Española de Calidad Asistencial (SECA). Juntos pusieron en marcha una revolución silenciosa que lentamente influyó sustancialmente en nuestro tejido sanitario. Aquel grupo de pioneros estaba formado por Rosa Suñol, Octavi Quintana, Rosa Delgado, Àlvar Net y nuestro protagonista, Carlos Humet.
Del atentado de Hipercor al Hospital Olímpic pasando por la epidemia de asma
Conocí a Carles Humet a principios de la década de los 80 del siglo pasado cuando él era un joven internista abocado a dirigir el Hospital del Mar en una década convulsa pero llena de ilusión por el futuro. Yo era un joven residente castigado por mis compañeros a ejercer de secretario de la Junta Facultativa de ese centro sanitario. Lo que vislumbraba como una tarea pesada y aburrida resultó ser un singular foro de debate sobre ideas innovadoras de cómo mejorar la atención hospitalaria.
Nunca hubiera pensado que un hombre tan afable, discreto y tímido fuera capaz de plantear tan elocuentemente ideas tan revolucionarias para mejorar el trabajo clínico. Aprendí mucho de él en aquellos años. Indicadores, estándares y procesos de calidad pasaron de ser términos propios de gerentes y economistas a ser palabras propias de los médicos que día a día atendíamos a los pacientes. Gestión clínica, programas de mejora, costes de la calidad y principios bioéticos fueron conceptos que poco a poco se incorporaron a la rutina clínica.
Pero no eran sólo ideas teóricas propias de un pionero de la calidad. Funcionaban en la vida real. Viví tres grandes ejemplos. El primero fue en junio de 1987 cuando se produjo el atentado del Hipercor. Barcelona no disponía de servicios de emergencia más allá de los voluntariosos bomberos o los voluntarios de la Cruz Roja. Por esa razón, Carles Humet organizó en pocas horas el traslado de médicos del hospital al lugar de los hechos. Es probable que él no lo recuerde, pero yo fui uno de los designados para ir y sus palabras me tranquilizaron al mostrarme unas instrucciones claras y bien estructuradas.
Tampoco creo que recuerde el segundo ejemplo práctico. Fue unos meses después (en septiembre del desgraciado año 1987) cuando él me ayudaba mientras yo intubaba a un paciente en un servicio de urgencias colapsado por decenas de pacientes asmáticos descompensados (según supimos después debido a la descarga de soja en el puerto).
Carlos venía de una reunión en el Ayuntamiento y entraba por urgencias cuando se dio cuenta de la catástrofe. Sin dudarlo, se quitó la americana para ayudar a ventilar a los pacientes más graves. Media hora después, un director médico todavía con corbata organizaba una decena de sillas y bombonas de oxígeno en el pasillo, así como un sistema de triaje y registro de los pacientes menos graves logrando controlar la catastrófica situación. Un ejemplo práctico de cómo las nuevas ideas organizativas de la calidad asistencial conseguían convertir el caos, los nervios y el desatino en un cierto orden que benefició aquella inacabable riada de pacientes.
El tercer ejemplo fue el trabajo tenaz con el que contribuyó al proyecto del Hospital de Mar como Hospital Olímpic. Superado ese reto, a finales de los 80, Carlos Humet cambió de la medicina pública a la privada, pero eso si una privada sin ánimo de lucro y con espíritu de servicio como era el proyecto del recién fundado Hospital de Barcelona.
Un hospital cooperativo abierto a médicos y pacientes y diseñado desde los nuevos postulados
Durante más de tres décadas el doctor Carles Humet lideró la transformación de un hospital nacido del ideario del cooperativismo sanitario de SCIAS que creció protocolizando todos los procesos de atención cuando muchos clínicos los menospreciaban, informatizando la información cuando todavía las historias clínicas se medían por kilos de papel y creando comisiones clínicas cuando todavía nadie hablaba de ellas. Una dirección discreta, amable pero fuerte, tolerante pero constructivamente crítica que desde los postulados de Assistència Sanitària (AS) configuró una manera colaborativa de ejercer la medicina privada en beneficio de toda la sociedad.
Su presidencia de la SECA y la dirección de la revista de esa sociedad científica nos dejaron un montón de publicaciones premonitorias sobre las soluciones a algunos de los actuales problemas sanitarios desde una perspectiva bioética y de justicia social. Nuevas ideas hoy aceptadas como la humanización de la atención sanitaria pero que entonces eran disruptivas y perturbadoras.
La Calidad Asistencial hoy en día
Hoy todo el mundo habla de la calidad, pero a principios de los 80 era un concepto desconocido más allá del control de calidad industrial. Resultaba impensable que pudiera aplicarse a organizaciones complejas como las sanitarias. Pero personas como Carlos Humet lo hicieron posible.
Hoy en día tenemos una legión de médicos, enfermeras, farmacéuticos y gestores que se han convertido en expertos en metodología de la calidad. Nuevas generaciones que siguen dando vida a esta disciplina multidisciplinar que parece gozar de buena salud. Me consta que Carlos Humet está parcialmente jubilado de SCIAS Hospital de Barcelona pero que sigue colaborando con las estructuras directivas del hospital. Una suerte para todos.
Conociendo su discreción y su poco afán de protagonismo, estoy seguro de que no le gustará que haya hablado de él. Espero que me perdone. Pero ésta es la esencia del periodismo, explicar las cosas que tienen importancia para los ciudadanos.
Sólo deseo que algún día me haga caso y escriba un libro sobre sus ideas y experiencias en el campo de la mejora de los servicios de salud. Y haría falta que alguno de los actuales responsables de las políticas sanitarias lo leyera e hiciera caso.
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