He de confesar que nunca me ha gustado Carme Forcadell, ni sus formas, ni su discurso único, ni su manipulación constante ni su aspecto de amargada, que indica frustración mal disimulada. En los últimos tiempos, esa carencia de sonrisa le impregna un rostro desagradable que se ha ido acentuando con el tiempo. Es como un alma en pena pero, en el fondo, está tremendamente asustada, se le nota y no lo puede disimular. ¿Miedo a la que le viene encima? Ella sabe que eso será así y no lo acepta.
No está en juego la libertad de expresión como proclama a los cuatro vientos la presidenta. No, aquí de lo que se trata es que ella y parte de la Mesa del Parlament se han saltado las leyes y por eso se les va a juzgar, no por otra cosa, por mucho que lo digan . Democracia significa también respetar las leyes, defenderlas, acatarlas e intentar cambiarlas cuando algunas se consideran injustas o fuera de tiempo. Por eso, cuando Forcadell y sus cuatro compañero de tribuna del Parlament desobedecieron a los letrados de su institución y a los tribunales, sabían perfectamente las consecuencias de esa actitud colectiva, como se le aplica a cualquier hijo de vecino o ¿acaso sus señorías son unos privilegiados intocables? Las consecuencias de las acciones hay que aceptarlas con la misma dignidad con la que se hacen y, a eso, se le llama congruencia , lo contrario es cobardía y manipulación interesada. Defender solo lo que a uno le beneficia es hacer un flaco favor a la democracia, por mucho que ellos mientan, enmascaren la realidad y metan en el mismo saco la libertad de expresión con el acatamiento a las leyes.
Decir que no hay democracia es como afirmar que, después de la noche, no viene el día. Hay cosas que no se aguantan por sí solas aunque las repitan millones de veces. "No se puede jugar con fuego porque se obtendrá solo cenizas", dice un refrán popular.
El fuego de artillería de los últimos días está propiciando a marchas forzadas y de una manera irremediable el choque de trenes. Si éstos fueran vacíos o solo con los conductores, pues que choquen y se apañen con las consecuencias los conductores, que pueden ser mortales. Lo malo es que van llenos de gente y estos van a ser los que sufran las consecuencias de un conductor loco con delirios de mesías y el otro, el conductor pachorra, que piensa que, al final, el conductor cambiará de vía o frenará en seco en el último momento.
Los ánimos los están calentando los actores del 9N, el candidato a mártir, la presidenta del Parlament y sus amigos, los voceros de TV3 y CatalunyaRàdio y todos aquellos que hablan en nombre de la ciudadanía catalana mediante un discurso único, cuando la riqueza de Catalunya es la pluralidad de ideas, pensamientos y respecto a las personas.
"A menudo me he tenido que comer mis propias palabras y he descubierto que era una dieta equilibrada", decía Winston Churchill.
Escribe tu comentario