Sí, a fuego lento, ya sabemos, se cocinan los mejores pucheros; el mejor perfume en el alambique; la obra del alquimista; las más nobles amistades; los verdaderos sentimientos… Porque todo lo que lleva tiempo, todo lo que requiere de la paciencia suele ser una obra de arte.
Así, tejer un tapiz, una alfombra persa, componer una hermosa sinfonía, escribir una obra maestra…; requieren de tiempo. Tiempo de preparación del espíritu, de la materia prima, del arte que emerge de la práctica y la tenacidad.
Cuánto necesitó la tierra para parir un diamante, cuánto el cielo para llenar los océanos, cuánto la vida en sus más variadas formas para ser.
Yo no soy experta en paciencia, es una asignatura que en esta escuela aún no he aprobado, pero estoy en ello. Según mi madre, nací con prisa y lo hice todo desde siempre con mucha premura: comer sólido, andar, hablar…Decía ella que era como si hubiera nacido aprendida. Me da la risa, pobre mía: “Aprendida”…No, madre no, creo que nací huyendo; realmente no sé de qué, quizás fuese del tiempo para que no me alcanzara demasiado pronto. Pero ya casi me alcanzó y todavía ni siquiera he comenzado a ser quien soy.
Trazos y segmentos, no son un capricho de título; son trocitos de vida que se vierten en trazos de caligrafía. Sí, ya no escribo a mano; desde hace tanto…; pero siguen siendo trazos caligráficos, aunque ahora esta combinación maravillosa de ceros y unos realicen la magia de hacerlos aparecer a golpe de mis dedos sobre la luminosa pantalla.
Las grandes inteligencias elucubran con paciencia sus mejores pensamientos. Creo que, además, han sabido todas encontrar el camino que abre las puertas del conocimiento; pero se han tenido que formar dura, profunda y lentamente. Esa dureza, profundidad y lentitud han sido las llaves que han abierto las puertas de algunas verdades.
El conocimiento es un registro de todos los tiempos humanos, rigurosamente anotado en sus libros bajo una clave, que corresponde a cada uno de los acontecimientos memorables de la humanidad como especie y del individuo como espécimen.
Nuestros genes son también registradores que van conformando, con su imbricación, su ensamblaje o estructura, aquello que en potencia se nos regala para que colaborando con nuestra voluntad lo convirtamos en acto. Nada hay al azar, la entropía es una entelequia tan grande como el tiempo.
Y ¿qué es la libertad?: la LIBERTAD es pura VOLUNTAD y en absoluto entropía, porque la libertad nace del orden natural, genético y subconscientemente informado. Se nos da la idea platónica que habremos de convertir en acto aristotélico de voluntad “libre”. La silla es una idea, una silla concreta es un acto…AHÍ ESTÁ LA LIBERTAD; EN CADA INDIVIDUALIDAD, ya sean hojas de un mismo árbol, copos de nieve o seres humanos, todos tan parecidos y clasificables en lo colectivo; sin embargo enteros y distintos en lo individual.
Comenzaba esta pequeña disertación hablando de aquellos platos que se cocinan a fuego lento y de aquellas cosas que se realizan a base de trabajo paciente y esmerado. Me pregunto: ¿Hay algo más lento de crear en la vida humana que la “voluntad de vivir”; esa voluntad de Schopenhauer, o la “voluntad de poder” de Nietzsche? Con el primero somos voluntad que nace de la consciencia de un orden natural. Con el segundo somos voluntad libre que se gesta desde el individuo y lo conforma junto a su entorno.
Las ideas de esos dos grandes, pertenecen a una misma cuerda; situándose cada una de ellas en un extremo. He reflexionado sobre esas dos voluntades, y sin irme al extremo de lo providencial (Schopenhauer), ni al de lo sobrevenido (Nietzsche), me quedo en el justo medio aristotélico y concluyo:
Cualquier obra de la naturaleza, ya sea un ser humano, un gato, un árbol…, desciende desde la idea al acto y lo hace recorriendo un camino de cambio, donde son muchos factores los participantes. Ese cambio es pura adaptación además de al medio a la “libre voluntad”, en menor o mayor grado de consciencia de los seres que en ese camino se mueven. Paradójicamente, entre el origen y el destino hay muchos accidentes aristotélicos en los que lo sustancial permanece aunque la apariencia cambie.
Duele pensar que somos una obra hecha en esencia y sólo modificable en apariencia, como si poco pudiéramos conseguir siendo fruto de nuestra libre voluntad. Es la eterna pregunta: ¿El hombre nace o se hace?
Y si el tiempo es una quimera, ¿dónde se sitúa el ser que somos, en qué fracción infinita de ese tiempo nos configuramos para ser en la totalidad de lo que estamos llamados a ser, de lo que podemos llegar a ser desde la voluntad?
No puedo responder a esas preguntas, pero sí puedo decir que: a fuego lento y con paciencia se cuece el caldo de cultivo de la existencia.
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