Pascual Iranzo: Alta Tijera, e imaginación

Edmundo Font

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PASCUAL IRANZO CON FONT | Edmundo Font 

 

 

“El gesto es la batuta de la expresión humana y el peluquero tiene que ser un consejero global”, decía Pascual Iranzo, el hijo de un anarquista que le cortó el pelo a Testas Coronadas de la poesía, el intelecto, la novela, el cine, la música, el deporte —García Márquez, Serrat, Tàpies, Jaime Camino, Johan Cruyff, Joao Brossa, Maradona, Alfredo Krauss (a banqueros de nombre irónicamente botinesco), y a una rancia flor y nata catalana—. 

 

Y se nos murió, y lo escribo así, porque sin ser miembro de mi familia lo siento como si se hubiera ido para siempre un hermano, y reclamo a la muerte que nos deje sembrada tanta orfandad. 

 

También le cortó, durante 30 años, el cabello al Rey Emérito de España. Cada vez que le requerían en los palacios varios del monarca, Pascual se ataba —atada, bien atada— una valija con navaja dorada o ¿de oro mismo? — y disfrutaba de oír reales y cortesanos secretos, como las que habrá escuchado don Diego Velazquez, durante sus meninas temporadas. Claro que de esos chismes de alcurnia nunca salieron palabras de su boca; solo gestos y ademanes acompañaban su mudez. Siempre me pregunté cuántas cosas secretas sabría de palacio ese hombre de sabiduría estética y gran calor humano. Dicho esto, tampoco disimulaba con aspectos truculentos y llegó a afirmar : …“Tardó en descubrir que no hay ningún ser humano en la Tierra que pueda hacer todo lo que quiera y, cuando las cosas de la vida las tratas con frivolidad, tienen sus consecuencias”.

 

En 1992, corría el tiempo de las olimpiadas, y me encargué de nuestro consulado general para coordinar aspectos de nuestra participación en ese evento de enorme proyección cultural también: y pude recorrer durante más de 3 años las Ramblas de mis ancestros catalanes. 

 

En cada país necesito contar con un peluquero con el cual me quedo hasta mi próximo puesto. En Roma,  Sergio tonsuraba a los senadores, en la callecita detrás de Montecitorio (coincidí allí con el gran Alberto Moravia). En Egipto y en la India, al influjo de las tradiciones locales, conocí más de sus culturas, coloquialmente, —como ahora en Malasia, con mi peluquero de origen Tamil—.

 

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Y en Barcelona tuve la suerte de aparecer por la calle Ganduxer, uno de los emblemáticos establecimientos de Iranzo. Al poco tiempo Pascual me presentó al gran director de cine Jaime Camino, el autor de fundamentales films del ciclo de la guerra civil, y de “El Largo Invierno”, con figuras del fundamentales del cine europeo, como Vittorio Gassman, Jean Rochefort y Adolfo Marsilach. 

 

Al poco tiempo, fui invitado por Pascual a una tertulia de creadores e intelectuales que sesionaba mensualmente, entre vinos del ampurdán y delicias de la “Balsa”, la casa de comidas de la familia de Luis López de Lamadrid, en la falda  del Tibidabo. 

 

No es exagerado definir como única la vigorosa personalidad de Pascual. Como tantos seres que transforman su realidad con una suerte de batuta mágica, el dirigía un emporio de peluquerías en sitios históricos de la ciudad Condal, decoradas con mobiliario modernista, obras de arte, muchas del escultor de la Sagrada Familia, Subirachs; espejos del gran Pistoletto; pintura de Frederic Amat; grabados y dibujos de Tàpies, cuya formidable cabeza tuvo tantas veces entre sus manos.

 

Renglón aparte merece hablar de su segundo de abordo, Josep Vilaseca, a quien confió su exitoso negocio. Y no me refiero solo a la persona disciplinada que seguía su escuela y la difundía. Josep es un poeta de artes conceptuales, como lo fue su gran cómplice en malabares, Joao Brossa —cuya obra es uno de los valores más altos de las letras catalanas, los juegos verbales y las artes plásticas—. 

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Foto: Edmundo Font

 

 

Pascual, hombre de empresa, y creador se cremas y perfumes, fue hombre de soliloquios que transformaba en diálogo mientras caminábamos desde su negocio, a lado de la “Pedrera” rumbo a los restaurantes donde recibía trato de marqués ese hijo de un anti franquista, como lo fue mi padre, afiliados ambos a la Federacion Anarquista Ibérica. Iranzo sorprendía con reflexiones novedosas sobre cuestiones existenciales que disfrutaba exponer en los banquetes sibaritas a los que convidaba con generosidad Horaciana. A varios de los últimos nos acompañó el brillante escritor Luis Racionero. 

 

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Edmundo Font

 

Las reuniones con Pascual en la peña que presidía mi añorado amigo, el cineasta Jaime Camino, se convertían a menudo en un duelo afilado de esgrimas intelectuales con el gran diseñador (editor y traductor de Hegel) Ives Zimmerman, Román Gubern, Luis López de la Madrid, y otros célebres contertulios. Por cierto, a la última de esas sesiones entrañables, como despedida por mi traslado diplomático a la India, se invitó a un brillante y polémico personaje, el actor y Grande de España, Luis de Villalonga.

 

Mis contactos con Pascual trascendían esos maravillosos encuentros periódicos, ediciones finiseculares de la convivencia de ideas que ya no hay y que llegaron a tener visos familiares. Mi hija Valeria, nacida en Colombia llegó de bebé a Cataluña —sus primeras palabras fueron dichas en catalan— y el primer corte de cabellos, con una bella carga de simbolismo fraternal, se lo dio la tijera de Pascual.

 

En otra ocasión memorable, Pascual Iranzo protagonizó una ronda de “cadáver exquisito” surrealista en mi casa de San Cugat.  El era uno de los invitados a una cena en honor del gran poeta cubano Pablo Armando Fernández. En aquella ocasión, Pablo fungía como jurado del Premio Cervantes y antes de viajar a Oviedo había reculado en Barcelona. El novelista y poeta cubano era tan querido que Carmen Balcells dejaba bártulos urgentes en su Agencia para acudir a su encuentro. 

 

Pero aquí la historia la reconduzco a la noche en que después de múltiples cavas Pablo retó al pintor mexicano Sebastián Barbera, a que dibujara, a la luz de las velas, a cada uno de los invitados. Por mi parte provoqué a Pablo Armando Fernandez, “… pero entonces, improvisa tú  un poema por cada dibujo… ”. La magia de la poesía se hizo. A esta anécdota la respalda un libro que imprimí en Nueva Delhi. Allí se reproduce el poema con que cierro este recuerdo repleto de nostalgia por la partida de ese artista insustituible que fue nuestro querido Pascual: 

 

CANTORES Y VIHUELAS

 

Te me adelantas.

Busco la luz. Hay astros

y los vemos a veces,

como quien ve por vez primera 

el mar. Lo insondable y eterno.

Las aguas fueron al principio

y allí estabas oculto,

sabiendo que de revelarte 

solo podías ordenar de ese orbe

la cabeza ejemplar, 

signo único, reino 

de sacerdocio tan piadoso,

como peinar a los ángeles 

que un día decidieron descender

y ser humanos. 

 

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Edmundo Font

1 Comentarios

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Encsntadora crónica.

escrito por Luisa Durán 24/dic/22    04:56

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