Ignacio Lopez Tarso: Neruda, Picasso, Macario y siempre él mismo

Edmundo Font

Macario
Triste —y como “anillo al dedo”— por la tremenda pérdida que significa la partida definitiva de don Ignacio López Tarso para el teatro y el cine, además del Corrido histórico y la poesía bien dicha. | EDMUNDO FONT

 

Triste —y como “anillo al dedo”— por la tremenda pérdida que significa la partida definitiva de don Ignacio López Tarso para el teatro y el cine, además del Corrido histórico y la poesía bien dicha, es reencontrarme con esta crónica que no creo haber publicado y que ahora me permite rendir un oportuno homenaje hacia uno de los más célebres histriones mexicanos, casi centenario.

 

Apenas hace unos meses, en el emblemático cine REX, del China Town de Kuala Lumpur, Malasia, presenté la clásica película basada en una novela de Traven —trasunto literario que viene de lejos—. Su profundidad temática y los recursos visuales, tan complejos para la fecha en que se filmó, repitió su éxito entre público en general, y en el cuerpo diplomático allí reunido.

 

La cinta dirigida por Roberto Gavaldón y que lo inmortalizó, fue la primera película mexicana nominada a un “Oscar”, en la categoría de mejor película extranjera en 1960. Su mundo, entre una realidad y fantasía de la vida y la muerte, resurge ahora, con escenas magistrales en las grutas de Cacahuamilpa, con un trasfondo surrealista y dantesco que acompaña la muerte de ese genio de dicción única y acompasada de quien fue nuestro mayor actor.

 

En teatro, las últimas veces que vi actuar a López Tarso fue cuando encarnó magistralmente a Neruda y a Pablo Picasso. A solas, ya en el camerino, me autorizó a tomar esas fotos que más que “selfies” yo llamo selfish y que reproduzco ahora con nostalgia mayúscula.

 

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A solas, ya en el camerino, me autorizó a tomar esas fotos que más que “selfies” yo llamo selfish y que reproduzco ahora con nostalgia mayúscula. | EDMUNDO FONT

El nombre de "Macario" permanecerá ligado para siempre al de López Tarso. El gran actor mexicano —nuestro Jean Gabin— ha vuelto a dejarse ver en el teatro, a sus 85 años, (hace 9 en este momento) en el papel que lo consagró en el cine hace casi siete décadas. 

 

López Tarso, acompañado de su hijo Juan Ignacio Aranda y de Gabriela Pérez Negrete, bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón, repuso la historia de Bruno Traven en plena celebración del día de muertos, que los mexicanos singularizamos como parte de nuestra herencia prehispánica. 

 

Esta breve, pero significativa temporada teatral de 4 funciones, me hizo trasladarme desde mis intranquilas aguas del océano Pacífico, hasta un célebre teatro en la colonia Del Valle de la Ciudad de México; rompí rutinas con un traslado de contenido "fanático" para volver a ver a un actor al que he siempre he admirado.

 

Muchos dirán que don Ignacio se repite en todos sus papeles y no les faltaría cierta razón. Actores de su talla, talante y personalidad tan vigorosa, pareciera que se interpretaran siempre a sí mismos, tal la cadencia de sus inflexiones de voz tan poderosa y la articulación del gesto adusto, desdoblado en matices que se imponen en la memoria que guardamos de sus expresiones. 

 

Exageré en mi entusiasmo y asistí también a la proyección de la versión cinematográfica después de emocionarme con la lectura sobre atril de la pieza de teatro, montada en un ambiente de cámara oscura, churrigueresca, con profusión de elementos decorativos, oloroso a copal y circundado de cientos de velas encendidas.

 

“Macario” es una obra que pareciera condenada al desdoblamiento y causa confusiones su múltiple autoría. El oscuro escritor -en el sentido de su fascinante identidad tan poco clara hasta hoy- que ni siquiera sabemos si se llamó realmente Bruno Traven, se habría inspirado en un trabajo literario de los hermanos Grimm, quienes a su vez habrían recogido una fábula medieval centroeuropea, que terminaría adaptando el también célebre dramaturgo veracruzano Emilio Carballido.

 

En la versión actual no se pierde su gran poder aleccionador después de tantos traslados. Tal vez porque la modernidad sigue encerrando los mismos misterios y la muerte sigue representando su papel universal y perenne de guadaña fiel a través de los tiempos.

 

En dicha pieza está en juego la noción del bien y del mal, tan antigua como la vida misma. Lamentablemente, en estos tiempos, aquí y en muchas partes del globo, sigue derramándose sangre de inocentes y de culpables en un flujo de violencia desalmada, y ello vuelve más honda la necesidad de reflexionar sobre el fin y el principio, como si se tratara de la más vulgar y simple de las adivinanzas. Los mexicanos hemos aprendido a jugar con el concepto de la muerte, no solo a través del temor y el respeto hacia la extinción de la vida vuelta mofa en las expresiones populares, sino también gracias a la lectura de poemas de hondo calado como "Muerte sin fin" de José Gorostiza.

 

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Lamentablemente, en estos tiempos, aquí y en muchas partes del globo, sigue derramándose sangre de inocentes y de culpables en un flujo de violencia desalmada. | @EDMUNDO FONT


Por estos días ando también leyendo cuanto texto puedo sobre la Revolución Mexicana, no solo con ánimo de ilustrarme en pleno Centenario de la misma; de hecho, sigo realizando un trabajo sobre la riquísima iconografía del primer movimiento social del siglo XX, enfocándome hacia la figura de Francisco Villa, después de haberlo hecho con Emiliano Zapata. 

 

Y esas lecturas de lo que se considera "la novela de la revolución" tienen como trasfondo la llamada violencia rebelde que nos enluta y que ha cobrado un tributo muy alto, sobre todo entre los desprotegidos de siempre. Impresiona leer cómo se ajusticiaba con la mano en la cintura y se hacía escarnio con la crueldad con la que se eliminaba al enemigo. Y ello para no hablar de la secuencia de deslealtades y traiciones en las que se desenvolvieron los que lucharon por el poder. 

 

Aunque no me gustó la referencia, es válido un comentario que escuché, en el que se imaginaba a nuestros próceres sepultados en el monumento a la Revolución como si se movieran en un sainete, dándose puñaladas por la espalda, en una especie de eterna danza macabra.

 

RESUMEN 

 

"Macario" sigue dando una lección de vida y representando mucho más que un entretenimiento; su mensaje es de actualidad apabullante. El hambre ancestral; el egoísmo y la solidaridad; la ambición y la generosidad; el discernimiento justo sobre el impulso criminal, son algunas de las dudas existenciales planteadas por una obra de teatro convertida en pieza vital, donde Dios, el diablo y la muerte desempeñan un papel humano, rebajando el nuestro a los apetitos mundanos intrascendentes. 

 

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"Macario" sigue dando una lección de vida y representando mucho más que un entretenimiento; su mensaje es de actualidad apabullante. | EDMUNDO FONT

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