Henrik Nordbrandt —el portentoso poeta danés— y Francisco J. Uriz —su magnífico traductor al español— murieron con 20 días de diferencia, el pasado mes de enero. Aun sin haberles tratado, su muerte representa para mí un golpe seco, de esos que anonadan, como si implicaran a alguien cercano o de mi familia; la expectativa que tuve de encontrarles, para expresarles personalmente mi admiración, queda cegada por una guadaña de sombras que arrebata talentos y sensibilidad de nuestro tiempo.
Soy lector peripatético, leo caminando, bajo techo o en los parques. Y no salgo de casa sin un libro en la mano. No resisto hacer filas en los bancos, la espera de trámites de oficinas, en el furgón del metro, o la llegada de cualquier transporte, sin tener una lectura conmigo. Y de preferencia, no de la diminuta y viciosa pantalla del teléfono celular. Nada sustituye el chasquido del papel y su caricia.
Lo anterior lo explico con mayor detenimiento, porque uno de mis libros recurrentes, desde hace varios años, cargándolo (una amiga me dijo que yo sacaba a pasear a mis libros) ha sido la antología de Nordbrandt “Nuestro Amor es como Bizancio”, que tradujo en una edición de 2010, Francisco J. Uriz , quien ha vertido a nuestra lengua otras obras fundamentales del gran autor y viajero, estudioso del Chino, Árabe, Armenio, Griego y Turco, y quien abandonó las estepas heladas nórdicas para gozar la vida creativa en varios países del mar mediterráneo, en sus vertientes míticas.
Mi disfrute del desparpajo coloquial, con rara y significativa profundidad, de la poesía de Nordbrandt, condensada en textos de una sola página, en su mayoría, no solo me ha dado el placer de atravesar imaginativamente con él, paisajes y situaciones envidiables, si no que me impulsó a ir, en el último año, cuatro veces a Turquía (sé la paradoja estriba que ese país que tanto admiro vive la desgracia de terremotos que se han cebado en miles de gentes, y como mal presagio también, en el mes que Nordbrandt ha fallecido).
La atracción que tiene para mí la palabra Bizancio, con su fardo histórico, y la metáfora de amores perdidos como la hecatombe en el alma de la caída de ese imperio, me hizo recurrir a una especie de mapa poético de una región que encierra una parte fundamental de la historia de la humanidad.
He vivido en El Cairo, Roma y Barcelona. Y querido radicarme en alguna isla del Egeo, en Atenas, o en Estambul, o en alguna región bañada por el Mármara o en el Bósforo. Me ha fascinado la historia, casi mágica, pese a lo controversial de sus métodos, de Schlesinger y su mujer Sophia Engastromenos, quienes demostraron al mundo que Troya no era solo un sueño de la poética de Homero, si no un enclave de tierra, piedra, vestigios y tesoros, con una vista sobre la península de Gallipólis, que me sumió en una suerte de prolongada contemplación.
De la poesía de Nordbrandt se desprende una gran lección; la entrega sin prejuicios hacia gente y lugares extraños y de culturas diferentes; aplicación de valores que también están presentes en la vida de todo diplomático. La extraordinaria oportunidad de reconocer que nuestra identidad se enriquece con la dimensión cultural ajena. En pocas palabras, apreciar el valor multiétnico que sustenta una visión humanística, prevaleciendo sobre una ideología que lucha por implantarse, como el huevo de la serpiente, como le llamaría al fascismo otro genial artista nórdico, Ingmar Bergman.
En Nordbrandt se refleja la obra de un autor con mirada compasiva, casi budista, que resumió sus propias contradicciones en la busca de experiencias intelectuales que acabaron guiándolo, con mano sabia, por caminos prodigiosos. Nordbrandt ha dicho que sus primeras impresiones en Estambul fueron lamentables y que, preocupado por esos sentimientos primerizos, estudió la lengua turca y para así poder explicarse mejor los motivos de su inicial rechazo a una realidad multicultural tan poderosa. A grado tal, de que además de lograr el clima poético tan denso que reflejan sus textos, llegó a escribir un tratado culinario que tituló “Muslos de señora y otras especialidades” sobre la Gastronomia otomana, cuyas recetas llegó a experimentar en su propia cocina.
Decir que traducir es traicionar (Tradurre ė tradire) es un lugar común en el que creo. Mi traslado de una lengua a otra, especialmente de las letras de música y de los poemas de otras lenguas que he transportado a la nuestra, es un intento de verter contenido y ritmo que se aproxime al original que lo provoca. Y el asunto se complica cuando la traducción viene de otras versiones de la lengua inicial en que se concibieron los textos. Es el caso del poema “AT THE ENTRANCE” en el que reconozco la arbitrariedad que puede contener mi traducción. Thom Satterlee tradujo este conciso, sintético texto, del danés al inglés. De allí lo retomé, realizando varias versiones para proponer una lectura cercan al hondo y dramático tema que enfocan estos siete parágrafos de Nordbrandt, concebidos en medio del dolor frente a la muerte —trágicamente joven— de su amada española en Málaga; capítulo vital del que nunca quiso referirse en detalle, y que a mi, sin entrar en materia, me toca de cerca.
A LA ENTRADA
I
En un sueño
a las rejas de tu tumba
me impediste pasar
con las mismas palabras
que dije durante otro sueño
donde yo moría antes que tú
así que ahora
ya estoy impedido
de volver a soñar.
II
Bisagras oxidadas
y chirríantes
en todas las puertas
que siempre vi,
escuché y describí
cerrándose, una a una,
bajo el cielo gris
eso es todo lo que retuvo
mi mente,
tierra.
III
Qué podría decir
sobre el mundo
en el que tus cenizas
yacen en en una urna,
más allá de esto?…
IV
Te me adelantas
en cada viaje.
En las terminales
veo tus huellas hundirse
sobre la nieve fresca.
y cuando el tren inicia su marcha
saltas hasta el último vagón
y siempre alcanzas,
antes antes de mí,
la siguiente estación.
V
Fuera de los pequeños barrios
de mortecino destello callejero
los estadios brillaban como Capitolios
reflejados en tus lentes
hacia dónde más deberías
de haber mirado
cuando aquella noche
en que se fue la luz
tu anillo rodó bajo la cama,
desapareciendo.
VI
“También yo te extraño”
fueron mis últimas palabras
en el teléfono
cuando dijiste
que yo te hacía falta
también yo te extraño
y ya es para siempre
VII
Tú te fuiste.
Tres palabras.
y ninguna de ellas existe ya
en algún otro contexto.
NORBRANDT, 2009.
Otro lugar común y también verdadero: cuando un poeta de la estatura tan alta de Henrik Nordbrandt desaparece, nos deja un legado, una puerta abierta a percepciones inéditas que representan un promisorio viaje interior. En este caso, el escritor viajero que adoptó como casa suya varios países del Mediterráneo, de raíces hundidas en diversos mundos clásicos, nos lleva de la mano a escenarios con personajes que transmiten mensajes de convivencia, amor, solidaridad, pasión, no exentos de contradicciones o miserias, pero capaces de aportar en su lección estética una dimensión ética para este mundo convulso que estamos viviendo.
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