Sobre Nacionalismos y Populismos

Alex Fergusson
Ecólogo. Negociador. Profesor-Investigador. Universidad Central de Venezuela. Columnista del diario El Nacional.

Vivimos “tiempos de banderas” caracterizados, entre otras cosas importantes, por el advenimiento de renovados movimientos políticos “nacionalistas y populistas”, difíciles de caracterizar como de derechas o izquierdas.

 

Como señala Fernando Mires (polisfmires.blogspot.com), estos movimientos, ahora de moda en Europa y América Latina, incorporan elementos ideológicos fascistoides, propios de la derecha, como la discriminación racial en políticas migratorias, la misoginia, la homofobia y un furioso anticomunismo, más mediático que real; así como otros elementos de tipo conservador, como el culto a los símbolos patrios, a la familia tradicional y la reivindicación religiosa. 

 

Según Mires “ese acercamiento a los valores religiosos y morales de tipo conservador son un obstáculo para denominar a esos movimientos como fascistas”.

 

Al mismo tiempo, los movimientos nacionalistas-populistas incorporan a sus discursos algunos planteamientos de las izquierdas tradicionales, entre ellos: la crítica a la hegemonía de la globalización, al pensamiento único, a las instituciones internacionales como el Banco Mundial en lo económico y la diada UE-USA en lo político, y a la democracia liberal. 

 

Ello conforma una condición confusa, de posturas declarativamente nacionalista y a la vez, antidemocráticas, frecuentemente autoritarias, una de cuyas consecuencias 

es la apropiación de los conceptos de nación y pueblo. 

 

Así, una buena parte del avance político de estos movimientos, se debe a que su carta de presentación incluye, ser defensores de las tradiciones nacionales, enemigos de las democracias globalistas y liberales, así como de las izquierdas internacionales pro comunistas, junto con el mensaje según el cual, “la nación es una entidad amenazada por fuerzas externas frente a las cuales solo cabe defenderse”.

 

En la base del auge de los movimientos nacionalistas-populistas, es necesario ubicar la dislocación de las estructuras sociales y de clases tradicionales producida por la evolución del capitalismo post industrial, cada vez más global; el deplorable desempeño político, social y económico de los gobiernos pro comunistas y de las democracias tradicionales, según convenga y la constitución de una nueva sociedad de masas, “mediática”, adaptada a la nueva socialidad propia de la era de la revolución digital. 

 

Esa nueva sociedad de masas es el caldo de cultivo para el populismo, pues no solo promueve la masificación de la política, que ya no es un asunto solo de “los políticos”, sino que establece una forma, también nueva, de relación de las masas con un liderazgo populista. 

 

En buena medida, eso es lo que estamos viendo en algunos países de Europa (Hungría, Polonia, Italia y, en cierta forma, España) y de América Latina.

 

Partiendo de esas ideas, podemos comprender por qué estos movimientos, una vez que llegan al poder, tienden a situarse sobre las instituciones y no se ajustan con facilidad a los imperativos que imponen las estructuras de mediación del poder, entre ellas el parlamentarismo, el cual tratan de dominar o soslayan según sus intereses.

 

El liderazgo populista se asume entonces, como residencia de todo el poder, como representante único del pueblo, y como único símbolo de la “nación”. 

 

También entendemos por qué perciben a las Constituciones y las leyes existentes, como estorbos a su desempeño mesiánico e intentan procesos constituyentes hechos a su medida, o gobiernan simplemente soslayando las Constitución, las leyes y las instituciones. 

 

Se trata de un ambiguo proceso de “radicalización de la democracia”, generalmente apoyado en los grupos vulnerables, los excluidos y los excéntricos de la sociedad, pero que termina lesionando la institucionalidad que sustenta la democracia, imponiendo de hecho la dictadura del liderazgo, con el agregado de “el fin de la política como medio de comunicación racional entre ciudadanos”; un proceso cuyo destino, sin embargo, es acabar con la democracia en nombre de la democracia.

 

Así, los movimientos nacionalistas-populistas no han sido más que precursores de formas antidemocráticas de gobierno. Muchas de los gobiernos con los cuales intentamos convivir y que perturban la política occidental, son de ese talante. 

 

La mayoría de ellos apoyan hoy, abierta o solapadamente,  la guerra imperial de Rusia y China contra Occidente, o se hacen “la vista gorda”, con las autocracias de Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del nacional-populismo” dice Mires.

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